martes, 4 de julio de 2023

FEMINISMO MADE IN SPAIN

No voy a hacer una lista de mujeres feministas (ya ha habido entradas al respecto), ni hablaré de la historia del feminismo y sus olas (creo que la última es la cuarta), sino que me referiré al aquí y ahora del feminismo en España. Así, el presidente Pedro Sánchez ha dicho que “tiene amigos que se han sentido incómodos con el discurso feminista excluyente de Irene Montero” y que dicho discurso feminista “es un error porque está basado en la confrontación”. Por eso critica ese feminismo “confrontador” y se inventa el feminismo “integrador”.

      Hablaba también de sus discrepancias con la ministra de Igualdad sobre la ley del “solo sí es sí” y decía que “trató de persuadirle de su error” por los efectos indeseados. Es extraño que el presidente del gobierno más feminista de la historia se quiera distanciar ahora de las “políticas feministas de vanguardia” de las que presumía, dé marcha atrás, reniegue de su ministra y diga Diego donde dijo digo. Muy hábil y maquiavélico el presidente intentando desligarse de ella ante los malos pronósticos preelectorales que hablan de un trasvase de votos del PSOE al PP y de muchos votantes de izquierdas descontentos con “las formas” de la ministra, que ahora considera radical. Por eso Pedro Sánchez ya no habla de “feminismo de vanguardia”, recoge cable, habla con voz susurrante como el Dalai Lama, se muestra humilde, autocrítico y entona el mea culpa. A alguien hay que echarle las culpas de estos malos pronósticos y nadie mejor que Irene Montero, que es el ángel caído, la víctima propiciatoria, el chivo expiatorio, la Yoko Ono del gobierno de coalición, el cabeza de turco. A moro muerto, gran lanzada; o como hacer leña del árbol caído. Por no hablar de la ínclita Yolanda Díaz, que participa gustosa en este auto de fe, defenestración y apuñalamiento de la ministra (con glamour, estilo y buenas formas, eso sí).

    Mientras esto sucede, la derecha contempla el espectáculo como una hiena hambrienta. ¡Qué malvada es la política! Como diría el pragmático Lord Palmerston, en la política no hay amigos ni enemigos, hay intereses. O lo que es lo mismo, la política es cuestión de poder y el feminismo también, porque un feminismo sin poder no es feminismo. De hecho, feminismo, poder y política van de la mano: Thomas Mann decía que “todo es política” y los griegos afirmaban que el hombre es un animal político. Y yo digo que ser mujer es asunto político.

          
En esa misma línea crítica con el gobierno se ha mostrado la activista feminista e histórica socialista Amelia Valcárcel, catedrática de Filosofía, que critica la ley del solo sí es sí y la ley trans. Algo parecido a las feministas clásicas Carmen Calvo y Lidia Falcón, que también las critican y hablan de un “borrado de la mujer”. Es obvia la bronca entre el feminismo clásico y el feminismo moderno, el de la cuarta ola, supongo. Y es que hay un cacao lingüístico e ideológico con términos como Terf (Trans Excluyent Radical Feminist), borrado de la mujer, teoría queer, ideología de género, mujeres cis o trans, modelo binario de la sexualidad, identidad sexual fluida, heteronormatividad, género autopercibido, sexo biológico, etc.

Estas discrepancias en el feminismo tienen una raíz política e ideológica: ¿es mejor el feminismo anticapitalista, marxista, ecologista, pacifista, antirracista, antiliberal y partidario de destruir el sistema social actual?, ¿es válido el feminismo burgués, liberal, no anticapitalista, no marxista y que no cuestiona el sistema social? No sé si para ser una feminista fetén hay que ser de izquierdas y anticapitalista, o las señoras aburguesadas y derechonas pueden serlo. Quizás sea que el feminismo guay es el obrero y de clase, porque el feminismo burgués es oportunista, advenedizo, falso e impostado. Lo cual nos lleva a la cuestión de si el feminismo debe ser transversal o no. Con tanto hablar de clases de feminismo, la izquierda no habla de clases sociales y lucha de clases. Otra vez el capitalismo woke, que habla del movimiento LGTBI (gaycapitalismo), nos la ha metido doblada haciéndonos olvidar lo importante: la clase obrera, de la que se habla entre poco, nada y cero patatero. Incluso la pepera María Guardiola habla más de machismo y banderas LGTBI que de que Extremadura sea la región más pobre de España y con menos renta per cápita. Y mientras tanto, la extrema derecha saca tajada de estos conflictos y muchos obreros la votan. De hecho, bastantes intelectuales se preguntan por qué la izquierda ha perdido a la clase obrera: ¿quizás porque la lucha de ciertos colectivos opaca la tradicional lucha de clases?, ¿quizás porque la clase obrera no entiende ese feminismo que va en un pack junto al ecologismo, pacifismo, socialismo, agenda 2030, animalismo, etc?, ¿quizás porque esos obreros fachipobres y votontos no lo entienden y están alienados y manipulados por los medios de comunicación?, ¿ser pobre feminista y con perspectiva de género es más “cool” que ser pobre a secas?

Nadie discute que el feminismo representa la igualdad de derechos entre hombre y mujer a pesar de sus diferencias biológicas. Hablando de biología, Simone de Beauvoir decía que no se nace mujer, se llega a serlo. Ser mujer no sería un carácter natural ni un destino biológico, sino el resultado de una construcción histórica, de la historia de la civilización que la ha creado para su estatus actual. Mientras decidimos si ser mujer es un hecho biológico, un hecho político, una construcción cultural o un producto del heteropatriarcado, ¿seguirán existiendo los departamentos de Ginecología y Urología en Medicina, la separación de vestuarios por sexo y las ligas deportivas masculinas y femeninas? Quizás la secretaria de Estado de Igualdad, Ángela Rodríguez Pam, podría darnos las respuestas.

Un Tipo Razonable