miércoles, 8 de noviembre de 2023

LENGUAJE, MENTIRAS y MANADAS DE ELEFANTES

                                                                                                   

Los límites del mundo son los límites del lenguaje. Por eso cincelamos las palabras y esculpimos las frases, para delimitarlo bien. Los que cincelan, esculpen y delimitan muy bien son los políticos cuando hablan el lenguaje “politiqués”. Esto haría que la política no fuera tanto el arte de lo posible como de la mentira. La jugada maestra sobre la amnistía del ínclito y conspicuo Pedro Sánchez, político ante el que me hinco de hinojos por su maquiavelismo brillante, me hace recordar que la función del lenguaje sería comunicar. Pero con el tiempo y la evolución hemos sustituido esa función por otras como manipular, persuadir y crear estados de ánimo y opinión.

Dice la Biblia que “al principio era el verbo”. Se supone que el verbo estaba ahí para transmitir verdades, pero yo creo que la Biblia es optimista: ese verbo estaba más bien para contar cuentos y mentiras. Hoy llamamos a esas mentiras, fakes, bulos, narrativas, relatos, storytellings, posverdad y demás zarandajas postmodernas. En nuestra vida cotidiana nosotros también contamos mentiras para sobrellevar nuestra dura existencia, así que no pasa nada, todo en orden: nosotros contamos mentiras, la gente cuenta mentiras, nosotros sabemos que nos mienten, ellos saben que mentimos, nosotros sabemos que ellos saben que mentimos, ellos saben que nosotros sabemos que ellos mienten y el mundo sigue girando.

La palabra filosofía significa “amor por la sabiduría”, suponiendo que la sabiduría esté llena de verdad y que los filósofos nos acerquen a dicha verdad, pero los sofistas griegos engañaban mediante el lenguaje con su retórica y oratoria, así que mal empezamos. Después llegarían “las mentiras en el alma” de Platón, las estratagemas para ganar las discusiones y el arte de tener razón (Schopenhauer), las trampas del lenguaje, que este no siempre describe la realidad (Wittgenstein), la creación de relatos alternativos (Foucault), la neolengua (Orwell), la función del filósofo como creador de nuevos conceptos (Deleuze), el que la ideología contamina la verdad (Jean-François Revel), el que la identidad personal y la social están constituidas de forma narrativa (Ricoeur), la subjetividad de la postmodernidad y el hecho de que los poderes nos manipulan mediante el lenguaje (psicopolítica). Por no hablar de los cuentos e historietas de los medios de comunicación siguiendo los 10 principios de manipulación mediática de Sylvain Timsit para convencernos con “su verdad”, que es distinta a “La Verdad”, con mayúsculas, porque “La Verdad” es un concepto delicuescente. Esa falsa verdad de las storytellings de publicistas y expertos en comunicación, esa verdad que el poder oculta como un elefante en la habitación escondido tras un lenguaje engañoso. Un lenguaje que crea estados de ánimo tras esas historias, relatos y narrativas de ficción, que se transforman en guerras culturales y guerras cognitivas en nuestros cerebros. Al fin y al cabo, la palabra tiene poder performativo y crea realidad, por lo que quien domina el relato, impone su verdad. Y más en una sociedad audiovisual con poco sedimento reflexivo y donde los mass media crean estados de opinión, porque el lenguaje induce sentimientos y emociones, más fuertes que la lógica y la razón.

Superados los tiempos de la verdad revolucionaria de Lenin y Marx y abandonada la esperanza de que la ciencia nos traiga “La Verdad”, el mundo moderno está lleno de manadas de elefantes correteando ocultos por muros de palabras mentirosas. Un ejemplo son los eufemismos “concordia y convivencia”, tras los que se esconde el deseo real de Pedro Sánchez, político que sería capaz de pactar con Hamás, el Pacto de Varsovia y el sursum corda. Y lo entiendo, conste, porque el poder es el poder.

Otro ejemplo de elefante en la habitación es lo que se esconde tras los conflictos aparentemente regionales de Israel, Ucrania y Taiwán, que en realidad son parte de un conflicto mundial que busca un nuevo orden mundial.  Estas guerras locales son parte de una guerra global y mundial entre dos sistemas: las democracias occidentales imperfectas en crisis y los perfectos sistemas autoritarios y autarquías de Rusia, China, Irán y otros países. Este es el elefante en la habitación, un conflicto político y social global, una guerra cultural mundial. Incluido el Islam, cuya integración en Europa es difícil y donde el salafismo y yihadismo han dejado un reguero de atentados, porque consideran Occidente tierra de ateos, infieles y libertinos que hay que conquistar. Después de la Pax Americana tras la IIGM y la hegemonía occidental en el mundo, el ascenso de potencias emergentes como China, Rusia, India y países BRICS hacen que el mundo sea multipolar, lo que origina tensiones y conflictos locales, como los de Ucrania, Israel y Taiwán, que serían parte de esta “segunda guerra fría” en el tablero geopolítico.

Calderón decía que la vida es un sueño, una ficción. O sea, una mentira. Yo creo que la vida son elefantes que saltan de habitación en habitación, elefantes que suelen estar vinculados a la religión, el nacionalismo y la identidad cultural. Una idea desesperanzadora, así que ¿cómo solucionarlo? Quizás con cosas simples y fáciles como la ética, los sentimientos, el amor y esas cosas moñas y naif. Aunque tampoco estoy seguro de que esto no sea otra mentira. Benjamin Franklin decía que solo hay dos cosas ciertas en la vida: la muerte y los impuestos. Yo creo que lo único cierto es que no es posible vivir sin mentir. Ya lo decían Fleetwood Mac, “cuéntame mentiras”. Miénteme, aunque te duela.

                                                                                                  UN TIPO RAZONABLE