¿Cuándo empieza y cuándo termina una guerra? Oficialmente, la Primera Guerra Mundial empezó con el atentado de Sarajevo contra el archiduque Francisco Fernando de Austria y su esposa. Miles y miles de páginas se han escrito describiendo como, a partir de allí, una serie de escaladas militares fueron sucediéndose hasta llegar a una guerra que supuestamente nadie quería. En resumen, se tiende a la teoría no del loco solitario, puesto que se sabe que el magnicida Prinzip formaba parte de una conspiración, pero sí a la teoría de un azar que desencadena las grandes tragedias. Un poco al estilo de la Moira en las tragedias griegas.
Una mirada sólo un poco más profunda revela justamente todo lo contrario. Todas las grandes potencias europeas llevaban al menos más de una década preparándose para una guerra a la que sólo le faltaba la fecha de declaración. Incluso el mismo discurso apocalíptico del Kaiser Wilhelm II desde el balcón del palacio imperial enumeraba toda una serie de agravios acumulados durante muchísimo tiempo que recuerdan de una manera fascinante a los mencionados por Putin en sus últimos discursos. Con la diferencia de que la Alemania guillermina no tenía en su debe una derrota relativamente reciente como la de la URSS en Afganistán sino toda una serie de victorias militares que habían culminado con la victoria en la guerra franco-prusiana de 1870-71. Otra diferencia sería que mientras que Alemania anhelaba un imperio colonial como el que disfrutaban potencias como Gran Bretaña o Francia, Rusia se encontraría en la actualidad defendiendo un territorio que considera suyo.
En el caso de la actual guerra de Ucrania, también existen disputas en cuanto a la fecha de su inicio. Mientras que Rusia afirma que la guerra empezó en 2014, con el golpe de estado de Maidan y los subsiguientes bombardeos y agresiones constantes contra el Donbass por parte del gobierno central ucraniano, Occidente siempre ha minimizado o ignorado las acciones de Kiev contra su propia minoría rusófona, a pesar de una cifra de bajas reconocida por los organismos internacionales que se eleva hasta los 14.000 muertos.
Nunca, ni siquiera con motivo de la infame guerra de Irak del año 2003, la propaganda occidental había sido tan monocorde, y tan tendenciosa en su manera de informar sobre los acontecimientos y de deshumanizar al enemigo. Los boicots no sólo al petróleo y al gas ruso sino a todo lo referente a Rusia han proliferado de una manera obsesiva, extendiéndose a prohibir incluso un seminario sobre Dostoievski en una universidad italiana, o a exigir a un director de orquesta en Berlín que hiciera una declaración en contra del gobierno de Putin si quería seguir en el cargo. Mientras que por el otro lado se han silenciado todas las atrocidades llevadas a cabo por el régimen neonazi de Kiev, que puso en práctica unos auténticos decretos de discriminación racial en julio del 2021 por los cuales los ucranianos de origen eslavo pasaban a ser ciudadanos de segunda en contraste con los de origen escandinavo o tártaro. Además de ilegalizar a más de una docena de partidos políticos bajo el pretexto de ser “prorrusos”. Curiosamente, todos de izquierda, incluyendo al que sería el equivalente ucraniano del PSOE. Por no hablar de la quema en la hoguera por parte de las autoridades ucranianas de millones de libros escritos en lengua rusa.
La respuesta de los líderes europeos a todo esto ha sido de un seguidismo absoluto a todos los requerimientos del Imperio Anglosajón. Poco importa que los primeros pronósticos de los gurús occidentales hayan resultado fallidos y que las consecuencias del bloqueo económico a Rusia estén siendo de momento más perjudiciales para los países de la UE que para la propia Rusia. Los dirigentes de Bruselas han decidido enrolar a todos los europeos en una guerra cuyo objetivo último es desestabilizar al actual gobierno ruso y abortar la aparición de un nuevo orden multipolar en el mundo que dé al traste con lo que ha sido el eurocentrismo y anglocentrismo en vigor desde la conquista de América hasta nuestros días. Se trata de romper a toda costa un eje euroasiático que incluiría a la misma China. Para ello, se exige a los europeos de a pie que se resignen a ducharse con agua fría o no se duchen en absoluto, y se les impone a megacentros industriales como Alemania un alza en los precios del combustible que hace inviable la persistencia de colosos como, por ejemplo, la sucursal de Arcelor Mittal en Alemania y otras muchas industrias que quizá acaben recalando en los mismos Estados Unidos por disponer allí de unos precios más baratos de la energía. Pero los líderes de la UE siguen impertérritos ante todas estas contrariedades. Tampoco les importa el hecho de que economistas tan reputados –y a la vez tan excomulgados por el sistema- como Michael Hudson digan que el auténtico objetivo de toda la operación de la OTAN sea la misma Alemania antes que Rusia.
Políticos como Biden, Borrell o la inefable Annalena Baerbock han dejado claro que no sólo están dispuestos a proseguir la guerra hasta el último ucraniano, sino que no van a escatimarles ningún sacrificio a los ciudadanos europeos con tal de conseguir la ansiada victoria final. Todo está justificado con tal de arrancarle la piel al oso ruso, y la Baerbock llegó a reivindicar la memoria de su abuelo, destacado militar del ejército nazi en la Segunda Guerra Mundial porque “también él luchó a su manera por construir una Europa unida”. Como ocurría con los mariscales de la Primera Guerra Mundial, estos líderes políticos muestran muy poca empatía hacia su tropa, y ya advirtió Baerbock que no le importa lo que los votantes puedan pensar de las políticas del binomio EU-OTAN.
Europa parece totalmente resignada no sólo a aceptar el liderazgo a perpetuidad de los Estados Unidos, sino en rivalizar en vasallaje hacia el imperio de la Casa Blanca con países como Taiwán, Costa Rica o la desafortunada nación haitiana, quizá, junto con Yemen, el país más desafortunado del mundo bajo el actual orden internacional. Sin duda, las antiguas potencias coloniales europeas pretenden conservar de alguna manera sus dominios, especialmente Francia en África o Gran Bretaña los múltiples intereses, territorios, bases militares y paraísos fiscales que aún atesora en todo el mundo, pero el papel del Viejo Continente parece definitivamente sellado. La única esperanza para el mismo consiste ahora en una victoria a no muy largo plazo de la OTAN en la guerra ucraniana y en llevarse las migajas del botín que el amigo americano tenga a bien otorgarle.