sábado, 6 de abril de 2024

YO ME HE BAJADO EN LA ÚLTIMA... ¿Y USTED?

Eso de las etapas en la vida es un lugar común del que todos hemos participado, seguro. Habremos hablado largo y tendido o en píldoras, pero algo habremos dicho todos; muy probablemente algo parecido.
Hay etapas relativas a la edad únicamente, y pasas de ser niño a ser joven, adulto y finalmente persona madura; con suerte, vieja. Hay etapas relativas al vínculo familiar, y pasas de ser hijo y hermano a ser novio, pareja, puede que padre, y después abuelo… imposible bisabuelo ya. Hay etapas relativas a la actividad, y pasas de ser estudiante a ser trabajador; y después, con suerte también, a ser jubilado. Podría hablarse de etapas relacionadas con la evolución interna, con la maduración… ahí ya no está tan claro que todos sigamos patrones comunes. Unos pasan de la rebeldía a la ortodoxia; otros de la utopía al descreimiento; algunos de la ansiedad, la prisa, la zozobra… a la calma, la aceptación, la fortaleza. Otros hacen el camino contrario… o ningún camino. Se mueren donde empezaron por obstinación o porque el recorrido no pasó por ellos, aunque ellos recorrieron kilómetros. De todo habrá en este último aspecto.

La cuestión es que solemos estar a la vez en varias de esas etapas, según cuál de ellos (de los aspectos) tengamos en cuenta, pero casi siempre las recorremos todos en el mismo sentido. Y casi siempre solemos hacer juicios genéricos muy parecidos sobre ellas, que terminan por darles incluso nombre: la flor o lo mejor de la vida; la tercera edad...

Me parece, como decía, que son lugares comunes que aceptamos por pereza o simple desinterés, sin analizar demasiado, o al menos sin tener en cuenta la cantidad de casos concretos (quizá el nuestro propio) en que ese lugar común no acaba de encajar. La juventud a toda costa tiene que considerarse la mejor etapa de la vida, un momento pletórico de fuerza, de vitalidad, de ilusión… un lugar al que la tristeza tiene vedado el paso, en el que la ansiedad es desconocida, la soledad no existe, la desesperanza es un disparate imposible. La que viene después de la jubilación no puede ser más que una resignada espera en la que el declive va acaparando espacio hasta no dejar nada que no haga suyo.

Quizá la mayoría de nosotros borramos de nuestra memoria la cantidad de sufrimientos que fueron jalonando cada uno de los tramos; cómo recoger las rosas que pudimos reunir nos costó siempre algún trabajo y hubo cardos y terrones secos, igual que hubo de vez en cuando prados verdes en los que abandonarse cuando todo apuntaba a que se perecería de sed o de cansancio.

Se nos olvida que quizá fuimos niños solitarios, niños miedosos… ¿Todos tuvimos la infancia feliz con padres ejemplares ocupándose constantemente de nosotros sin que quedara resquicio en el que pudiese anidar en nuestra alma la decepción, el anhelo de otra realidad posible? ¿Guardamos bajo llave que en la juventud hubo muchos proyectos que no vieron la luz, amores que no se materializaron, sueños que solo dieron fe de nuestra incapacidad para luchar por ellos o para atrevernos a alcanzarlos?

Si no todos los viejos se tornan más sabios, sino más hondamente lo que quiera que antes fuesen, tampoco todas las infancias y las juventudes fueron modélicas arcadias en las que nuestra vida estallaba de gozo y de plenitud. Puede que muchas vidas sean una mezcla constante de momentos memorables y momentos que olvidar, de éxitos que han ido asomando como pequeñas cimas sobre una cotidianidad más o menos llana, también sin grandes socavones… y considero que esos picos pueden estar aleatoriamente más o menos concentrados en cualquier punto de ese llano camino.


Así que del mismo modo, y quizá con más motivo (porque es ahora cuando muchas responsabilidades desaparecen, cuando el tiempo retorna a tus manos, cuando el reloj y el calendario empiezan a resultar un adorno si tú quieres), estoy convencida de que esta ‘última’ etapa puede guardar tantos posibles regalos como cualquiera de las otras, o incluso más. El plano físico irremediablemente habrá de ser cuesta abajo, pero sin duda puede verse compensado -si la salud acompaña, que la arruga no es lo grave- con lo mucho que hemos ido aprendiendo por el camino, lo mucho inútil que hemos ido dejando o nos ha dejado a nosotros, lo mucho que aún queda en cada curva del camino por descubrir, por explorar, por atreverse y por probar.

No tengo la menor depresión, la menor nostalgia, el más mínimo temor a no poder adaptarme a esta gran vida, no señor. Lo recomiendo si alguien está dudando entre parar o seguir, jeje. Párense, bájense de la vida ‘activa’ en cuanto el tranvía se lo permita y empiecen el camino… esta vez a pie, pero nunca de vuelta

z i m

— Exención de responsabilidad —
Una de las cosas que he aprendido rebién es que la entrada es una excusa 
para seguir viniendo; por favor, esfuerzos por cumplir, los mínimos... 
que nos conocemos y esto es un roto para un descosido.