"Desde el
conflicto de las supuestas lanchas narcotraficantes, el consumo de
cocaína ha aumentado en algunos lugares de los EE. UU. un 150%".
En
los años 80, Ronald Reagan inauguró una nueva era en los Estados
Unidos. Una época en la que el "sueño americano" se podría
cumplir más fácilmente. Por
ese mismo tiempo, Pablo Escobar pasaba del contrabando de tabaco a un
nuevo producto con mucho éxito. La Cocaína. Carlos Lehder,
conocedor del pueblo americano, convenció a Pablo de exportarlo en
grandes cantidades a los EE. UU. En poco tiempo, la demanda aumentaba
hasta convertirse en un problema económico que las autoridades
estadounidenses anunciaron como "un problema de salud pública". A
los Estados Unidos les importa más bien poco la salud de sus
ciudadanos: lo que realmente les duele son los dólares que se les
escapan de su control. Por eso, los EE. UU. declararon la guerra al
narco. La guerra de la DEA con los cárteles latinos ha sido una
constante hasta que cayeron Pablo Escobar y el Chapo Guzmán. ¿Quién
maneja hoy el cotarro de la coca?
Muy
pocos creen que EE. UU. esté bombardeando supuestas narcolanchas en
Venezuela para acabar con el narcotráfico. En todo caso, sería para
controlarlo. Y sin duda, por su petróleo: Drill, baby, drill.
Y
todo esto mientras las drogas legales siguen cotizando en bolsa con
total tranquilidad. Porque una cosa es la cocaína del barrio y otra
la que viene con receta de médico privado. Ahí ya no se llama
"adicción", se llama "tratamiento". La diferencia entre un
yonqui y un paciente es la tarjeta de crédito y el apellido. Michael
Jackson, Matthew Perry...
Así
que, después de estudiar minuciosamente —durante el tiempo que
dura la lectura de esta entrada con su vídeo incluido, unos 8
minutos— a la sociedad americana, puedo afirmar con rotundidad que
está gravemente enferma.
Mi
"remedio" para ellos es un "supositorio".
Pero
no de esos que se meten por el "jai": como están majaretas, el
"supositorio" será mental y en forma de suposición, para
que reflexionen… y no cojan otro vicio.
Supongamos...
que Trump gana la guerra contra el narcotráfico y limpia las calles
de sus great cities y little towns, infestadas de zombis
fentanílicos, con su "Make America Great Again".
Supongamos
que salva al gringuerío de las adicciones y los pasa de ser adictos a ser dependientes.
Porque
los gringos son expertos en adicciones. No para tratarlas, sino para
cultivarlas.
Son
adictos a los 600 gramos de glucosa diaria, a las conspiraciones, a
la religión, a las hamburguesas con doble tocino y queso de cartón,
a las invasiones, a los donuts, a las armas que se compran en
cualquier esquina, al café, al crack, a generar miedos, al juego.
Son
adictos a los cupones de descuento, a convertir los traumas en
startups, a disparar alumnos en las escuelas, al fentanilo, al
petróleo, al LSD, a los opioides, al sexo, al alcohol, al Viagra y a
las armas de destrucción masiva.
Adictos
a los toppings para helados, a las ejecuciones extrajudiciales en
lanchas, a las malteadas, a la marihuana y a los Black Friday.
Adictos
a convertir las adicciones en industria.
Son
adictos a crear amigos que después vuelven enemigos.
Son
adictos a la cocaína, que aspiran mientras hacen yoga, deporte,
negocios en la bolsa de valores, estudian, trabajan, conducen, viajan
o bombardean países.
Consumen
cuando van a fiestas, hacen cine, organizan más fiestas, en bodas,
entierros e incluso cuando compran elecciones en otros países.
Consumen
cocaína por productividad y velocidad porque, para ellos, time is
money.
Aspiran
mientras lavan dólares en bancos y buscan su paz interior, no para
hacer el amor, sino la guerra.
Pero volvamos al "supositorio":
Trump gana la guerra del narco y acaba con todos los cárteles.
¿Con todos, todos? La cuestión es si también con los de su propio ejército.
Si lo consigue, la Casa Blanca dejará de llamarse Blanca y se convertirá en la Casa Trump o la Casa Naranja.
Los gringos, por fin, ganarán una guerra.
Los generales, senadores y congresistas gringo-narcos no volverán a recibir maletines llenos de dólares en yates ni a celebrar con champán.
Las armas tendrán que asumir el esfuerzo de financiar las campañas electorales ellas solas.
Cuando Trump celebre el triunfo contra el narcotráfico, empezará otro problema.
¿Qué será de los casinos? ¿Quién querrá ir a Las Vegas?
La palabra "lavado" quedaría en extinción: sería un verbo utilizado solo por amas de casa y colaboradoras del hogar, si es que todavía existen.
Colapsará la economía de mercado por falta de motivación blanca.
Los bróker de Wall Street no van a gritar ni a lanzar papeles: solo van a mirar el reloj y decir: "Ya son las tres… tengo sueño".
Les parecerá una eternidad hacerse millonarios en tres minutos.
Los mercados caerán a sus proporciones reales.
Los reguetoneros, raperos, rockeros, metaleros, punkeros y demás "eros" entrarán en depresión creativa.
En Hollywood actores y productores descubrirán lo que es dormir ocho horas seguidas.
Las entregas de guiones bajarán un 90%.
Miami entera entrará en estado de emergencia.
Los DJ y las radios colocarán playlists de música consciente y autoayuda.
"Saturday Night Live" pasará a llamarse "Saturday Morning Live".
Solo Netflix se salvará con series de narcos que volverán a ser un éxito: emitirán películas y documentales sobre la oscura era de la abstinencia, como antes lo hacían de la época de la Ley Seca.
Si Trump gana la guerra contra los narcos, los banqueros de todo el mundo solo recibirán transferencias de empresarios que pagan impuestos y aranceles.
Y empezarán a preguntar a los depositantes: "Sorry, ¿de dónde salieron los maletines con los dólares?".
Se va a normalizar la frase: "Lo sentimos, señor, ya no recibimos plata de narco; ahora solo aceptamos dólares limpios, legales y con comprobante fiscal".
Si Trump vence, se revelaría el secreto bancario, y eso…
Ante el anuncio de Trump de que Colombia y Venezuela son una guarida de mafiosos donde consigues cocaína en cualquier esquina, millones de estadounidenses verán estos países como su mejor destino turístico.
Las autoridades bolivarianas enjaularán a los yonquis gringos como si fueran guatemaltecos y los devolverán a Yankilandia encadenados por no haber llegado al país a trabajar.
La persecución de la migración mexicana contra gringos en abstinencia, será histórica.
Los millonarios descubrirán el verbo aburrirse y aprenderán a decir "hola, güey" en español.
Habrá protestas masivas para pedir que derriben el muro con México y permitan el tránsito libre de gringos por Sudamérica.
Estados Unidos lanzará un grito de protesta en Naciones Unidas a favor del "libre desarrollo de la personalidad" y una amenaza de bomba nuclear si no abren las fronteras suramericanas.
Seguramente habrá otra guerra de Secesión: esta vez, los habitantes de ciudades con nombres hispanos —San Francisco, Los Ángeles, San Diego, Santa Fe— se declararán mexicanos, salvadoreños, peruanos o colombianos.
Ahora bien, Si Trump gana la guerra contra el narco, pero baja en popularidad, Estados Unidos producirá sus propias drogas y así controlará toda la cadena de producción, tratamiento, comercialización, distribución... y luego clínicas de desintoxicación y tratamiento con pastillas.
Drogas orgánicas de diferentes olores, sabores y colores, 100% americanas que comercializarán con Coca-Cola, por supuesto, pero también McDonald's y otras marcas donde ya no se identificarán los gramos de azúcar que contiene, sino de coca.
Y jugando de nuevo con la doble moral y la hipocresía de la sociedad americana, Trump con su sonrisa de 36 dientes anunciará: "Estados Unidos ha vuelto. América es grande otra vez".
Al final, uno entiende que "el sueño americano" donde todos aspiran… a llegar más alto, está construido sobre una base del que se lo quita. Está "hecho en cocaína".