lunes, 2 de enero de 2023

EL SENTIDO DE LA VIDA

El sentido de la vida es una película descacharrante de los Monty Python que contiene más filosofía que muchos tratados profundos de sesudos pensadores. Estos sesudos pensadores se pasan la vida intentando explicarlo y sus respuestas son variopintas. Unos hablan de poder, voluntad, autocontrol y autoconciencia. Otros de razón, lógica y conocimiento. Otros de sentimientos, emociones y placer. Otros de equilibrio, paz interior y desapego. Otros de libertad, igualdad, solidaridad, justicia y bien común. Otros de trascendencia y espiritualidad. Y otros hablan de todo lo que se nos pueda ocurrir, porque todos somos filósofos, aunque no lo sepamos. Eso suponiendo que la vida tenga sentido, cosa que decía Camus al afirmar que el sentido de la existencia es la propia existencia y que el valor de la vida es el que nosotros le demos. No sé si eso tiene que ver con resignarse y asumirse, con sobrevivir y adaptarse o con ser modernos Sísifos del esfuerzo incesante.

Al igual que la filosofía, las ideologías también nos han ayudado a encontrar ese sentido a la vida. La modernidad nos ayudó trayendo ideas sólidas y la postmodernidad trayendo ideas líquidas, por no decir gaseosas y evanescentes. Y de ahí los sólidos conceptos modernos (comunismo, socialismo, anarquismo, liberalismo, etc.), que han sido sustituidos por otros postmodernos, líquidos y gaseosos, que son relatos emocionales de fragmentación y deconstrucción. Casi echamos de menos los antiguos y sólidos comunismo y capitalismo, enfrentados en el siglo XX en guerras muy sólidas. Pero han sido sustituidos por los líquidos, emocionales y postmodernos conceptos de wokismo, identitarismo y globalismo (neo)liberal. Y ahí estamos, en el mundo postmoderno del vacío, el pensamiento débil y la nada del espectáculo del capitalismo de ficción. Todo ello aderezado con sentimentalismo prêt-à-porter y emocionalidad low cost, para estar convenientemente anestesiados y manipulados en las actuales guerras cognitivas, en las que pensamos poco y sentimos mucho. O sea, poca crítica y muchas tragaderas, poco lóbulo frontal y mucha visceralidad.

Desde la óptica de la antropología, el sentido de la vida del Homo sapiens ha sido socializar formando estructuras sociales y comunidades jerárquicas. No quisiera pecar de fatalismo jerárquico, quizás podría haber habido otra tendencia más horizontal y menos vertical en las relaciones sociales, pero la Historia nos dice que la secuencia fue clan, banda, tribu, reino, ciudad-estado, estado-nación e imperio. Y ese fue el sentido de la vida social y grupal, formar comunidades jerárquicas. Aunque desde la aparición de internet y las redes sociales, estas mallas sociales son más horizontales y menos jerárquicas, por lo que este fatalismo jerárquico quizás podría revertirse y llegar a estructuras más horizontales.

Esta tendencia social a formar comunidades y colectivos sigue, pero ahora a escala global. Por eso nos preguntamos hacia dónde va ese sentido de la vida a escala planetaria. La respuesta quizás está en el “Nuevo Reinicio o Reseteo”, idea de Klaus Schwab, el gurú del Foro Davos. O en la Agenda 2030, con lo que el sentido de la vida estaría vinculado a la sostenibilidad del planeta y la ecología. O en el Club Bilderberg. Quizás esté en un mundo globalizado y multipolar en el que Occidente ya no será el director. Quizás sea una “Nueva Edad Media Tecno-feudal” con nuevos señores y vasallos. Quizás sea la coexistencia entre una nueva “aristocracia global” y un pueblo llano inmerso en un neodarwinismo social individualista. Esta nueva aristocracia global y nuevos señores feudales serían la élite capitalista mundial formada por multinacionales, grandes empresas tecnológicas o Big Tech (Google, Apple, Facebook, Amazon), empresas farmacéuticas o Big Farm (Pfizer, Roche, Janssen), fondos de inversión (BlackRock, Vanguard), empresas del complejo militar-industrial (Lockheed Martin, Boeing, Northrop Grumman, General Dynamics), oligarquías financieras, banca y magnates. Ese es el poder actual que condiciona nuestra vida, porque el dinero que manejan es superior al PIB de muchos Estados.

Y ante este panorama oscuro de grandes poderes que condicionan nuestra vida, ¿qué podemos hacer? ¿Revolución, rebelión, reforma, abstención? ¿Tenemos poder personal para dar sentido a nuestras vidas? ¿Pensar globalmente y actuar localmente? Lao Tse decía que “el que se domina a sí mismo es poderoso”. Sócrates, Séneca y Baltasar Gracián hablaban de ser dueños de uno mismo, saber controlarse y de conocerse a sí mismo. Lo que hoy se llama inteligencia emocional como conocimiento y gestión de las propias emociones. O en román paladino, fortaleza mental, autocontrol y autodisciplina, conceptos no muy en boga en la actual sociedad de consumo y ficción que invita a la dejadez y comodidad de un cierto pasotismo hedonista, en el que somos desertores de nosotros mismos y meros espectadores en la actual sociedad del espectáculo.

La sicología nos habla de la necesidad de encontrar una motivación para que la vida tenga sentido, tener razones y algo por lo que vivir, para que la vida sea más llevadera y podamos levantarnos tras las caídas. Y para ello es importante la autoconciencia y conexión con uno mismo. Y a ser posible, llegar a estados de flujo o fluidez (flow), en los que lo importante es la tarea, no el objetivo. La neurociencia nos habla de circuitos de placer-recompensa, hormonas de la felicidad y hormonas del estrés. Quizás el sentido de la vida esté en la gratificación demorada de objetivos vitales y no en placeres instantáneos, rápidos y sin sentido.

El sentido de la vida no debería ser el “yo, mi, mío”, sino aprovechar nuestro tiempo. O aprender por el método ensayo-error. O saber que lo que realmente da miedo no es morir, sino no vivir plenamente. O el arte de saber morir, porque lo importante es el camino, no el final. O sea, el arte de vivir. Y para que haya arte debería haber amor por la vida, por las personas y por las cosas. Como dice la canción final de “La vida de Brian”, “ver el lado brillante de la vida”. Porque la vida es en sí misma brillante. Aunque habrá alguno que vea el lado oscuro, como decía Lou Reed cuando aconsejaba tomar el camino salvaje. O sea, atreverse a vivir con riesgos. El riesgo de llegar a la verdad, como cuando Antonio Machado decía “¿Tu verdad?, no, la verdad; y ven conmigo a buscarla. La tuya guárdatela”.

Vale, nos guardamos nuestra verdad. Pero entonces, si la verdad no existe, si todo es relativo, si han desaparecido las ideas absolutas y sólidas porque han sido sustituidas por las relativas y líquidas, si todo es discutible y ya no se diferencia entre verdad, postverdad, certezas, bulos, realidades y fakes, ¿qué nos queda? ¿resistir? Quizás el sentido de la vida sea darnos cuenta de que somos tan pequeños y tan relativos que solo nos queda resistir. Y que el sentido de la vida es eso, resistir. Que no es poco, porque como decía Cela "el que resiste, gana."


Un Tipo Razonable