domingo, 14 de mayo de 2023

ESTIGMA

A veces se escribe por el placer de jugar con las palabras, en otras ocasiones se coge la pluma por algún desajuste con la vida o por un espanto que nos deja el cerebro en estado “sonado” como los golpes que reciben los boxeadores. Esta razón me acude hoy al intentar llenar esta entrada.

Os pongo en antecedentes. Hace unas semanas recibí la noticia del suicidio de una joven de mi tierra, 20 años tenía, se arrojó por un cerro junto al mar para estampar su futuro contra las rocas, padecía la enfermedad del estigma, tenía dos dientes torcidos en su mandíbula.

Aún siento la extrañeza al delinear estas últimas palabras, “dientes torcidos”, palabras que traen a mi memoria tantos cuerpos marcados de cuya existencia tenemos relato, desde las señales que dejaba el hierro candente en la piel de los esclavos de la antigua Grecia para ser identificados si trataban de buscar la libertad, hasta los tatuajes que signaban a los delincuentes, a los que no vivían de acuerdo con la moralidad de las normas establecidas o a los derrotados en las batallas, bien con el dibujo de un búho en la frente si eran atenienses los victoriosos o con un caballo si eran los de Siracusa.

El uso metafórico de la palabra “estigma” alude a la marca o atributo desacreditador de las diferencias, tanto en el aspecto físico como en el ámbito de la moralidad y de las normas sociales. La marca diferenciadora lleva directamente al estereotipo y a la exclusión, teniendo siempre al poder en el frontispicio, que es quien aviva los miedos, porque el miedo es el agua subterránea que fluye bajo todas las diferencias.

Desde la antigüedad han vivido y viven marcados: gordos, ciegos, cojos, sordos, gafotas, locos, putas, descarriadas, alucinadas, viejos, tontos, suicidas, subnormales, desviados, trastornadas, extranjeros pobres, deprimidos, moros, maricas, esquizofrénicos, drogadictos, feminazis, inmigrantes, judíos, gitanos, okupas, comunistas… Hoy se les llama “ofendiditos” desde la otra orilla, a cuantos grupos intentan ofrecer al mundo otra mirada. Los avances y el progreso social se superan con los adjetivos con tal de disfrazar las marcas y justificar los anhelos democráticos de las sociedades denominadas “avanzadas”.

Tanto los estigmas de la locura como los de la moralidad buscan la normalización, para ello se refuerzan los mecanismos de poder y de control. Así mismo, se trata también la enfermedad como una marca, separada del proceso natural de la vida, se insiste en las carencias (llamadas defectos) de las personas y se fomenta y potencia el sentimiento de culpa, como justificación de la no asunción social del problema.

Actualmente, se sigue etiquetando a esos y a otros grupos que van renovándose en el cambalache de la sociedad, se crean nuevas marcas, nuevos prejuicios que generan novedosos estereotipos creados por las modas y por los miedos. Sin embargo, aún no se aborda el origen del problema, las relaciones de poder, que son las que permiten la existencia de estos “tatuajes” a fuego.

El Bosco, La extracción de la piedra de la locura, 1501-1505

Pero retomo el camino de mi relato inicial, con el que quiero hacer una mínima catarsis para desbloquear el estado en el que me dejó el asombro. Me asaltan las imágenes del espanto, los sueños de una muchacha estallados contra la vertiente pétrea, la plaga de sesgos que se interpusieron en el camino de una juventud recién estrenada, que solo quería agarrar la vida reteniendo su parte de inocencia, la indiferencia y la hipocresía de una sociedad culpable. ¡Hasta el silencio le devoraron!

El suicidio de una joven pasa al olvido en medio de tantos otros, existen hoy fórmulas para eliminar la memoria, ya no sirven los pensamientos ni las trinitarias que anunciaba Ofelia para mejorar el recuerdo. La joven suicida lo intuyó, de ahí su carta manuscrita para dejar constancia de que el estigma sigue vivito y coleando en pleno siglo XXI.

Y aquí aparece el nudo gordiano, el que desde hace varias semanas soy incapaz de deshacer y al que vuelvo la mirada una y otra vez para tratar de darle un significado, si no lógico al menos que me saque de este marasmo en el que me dejó la lectura de algunos comentarios en las redes y en las calles sobre el contenido de la carta, en los que se le enmendaba la plana porque acusaba a sus acosadores (de los que, sin embargo, no dio nombres), incluso se le corregían en forma de gracieta la sintaxis y la redacción pocas horas después de encontrar su cadáver. Este es el reflejo de la sociedad en la que vivimos.

Juan Carlos Onetti en un artículo dedicado a la muerte de Hemingway, llamaba cáfilas de fracasados, adictos a la envidia, a los que se abalanzaron a la prensa para atacar al muerto. En el caso que cuento no sé si él hubiese encontrado calificativos.

Si las cartas de los suicidas son el grito más sincero de cuantos gritos los seres humanos somos capaces de emitir, ¿qué hay detrás del juicio y de la sorna hacia alguien que se está despidiendo de la vida? Quizás en ese entramado que no acierto a comprender, se halle la causa de todos los estigmas, la deshumanización llevada al extremo máximo, la razón por la que tantos adolescentes hoy no son capaces ni quieren afrontar el futuro tan gélido y cruel que su intuición adivina. Les da miedo el daño duradero, la señal permanente con la que son marcados, la distinción entre el nosotros y el vosotros, siendo el vosotros minoría siempre.

No entro en capítulo de soluciones, las intuyo, pero desconozco su camino.

En muchas ocasiones hemos hablado del apoyo mutuo, que tiene lugar en las diversas especies de animales, dudo a veces si en esta sociedad enferma hasta los pequeños actos de solidaridad se habrán convertido en un estigma.

E I R E N E