En el mundo virtual de Internet también hay violencia. Así, el filósofo Santiago Alba Rico habla de “violencia simbólica” en las redes, “territorialidad virtual” (disputar, marcar y ganar territorio), esgrima intelectual, visceralidad y afirmación de nuestra identidad frente a los otros. Por tanto, nada nuevo bajo el sol, hemos trasladado nuestro comportamiento violento y agresivo a las redes sociales, utilizando un lenguaje bélico lleno de insultos y exabruptos. Por eso Don Arturo, en el Blog “Puntadas sin hilo”, se quejaba de que le habían ofendido y nadie le defendía. Este comportamiento violento sigue en las actuales Guerras Foreras del Blog, en las que hay que darse estopa: los izquierdistas contra los derechuzos, los ofendiditos contra los opresores, los concienciados contra los votontos, los izquierdistas entre sí, y si no hay enemigos se buscan, que seguro que se encuentran. Por eso en los Blogs se leen insultos y descalificaciones con su liturgia y ritos de guerra, tal que samuráis cortando cabezas o sioux arrancando cabelleras.
En mis entradas hablo de esa agresividad y violencia humanas, de esa pulsión de poder y conflicto que tiene el Homo sapiens, cuya versión bloguera del Mono cabrón sería el Forero cabrón (el odiador o hater de las redes). Ya decía Hegel que “la guerra es bella, buena, santa y fecunda”. Y como la guerra es guay, los peores son los equidistantes, esos cabrones a los que Gramsci llamaría indiferentes. Por eso en su “Odio a los indiferentes” dice que hay que tomar partido, ser partisano y saber que la indiferencia es cobardía.
En la política también hay violencia, esa “violencia política o verbal” que cita algún político cuando dice que “hay que normalizar el insulto”. Por eso se escuchan lindezas como llamar a los jueces “franquistas, fascistas, represores, enemigos de la democracia, ejecutores del lawfare y miembros del estado opresor”. O llamar “feminazis, histéricas y locas trastornadas” a las feministas. O entrar directamente en la vida personal de los políticos, como decir que Irene Montero es ministra porque “ha estudiado a Pablo Iglesias en profundidad” y “ha sido fecundada por el macho alfa” (el mismo que decía que hay que normalizar el insulto y que “la política se construye sobre cadáveres”). O llamar a Ayuso “nazi, asesina, ida y loca”. No me extraña que Foucault dijera que la política es la guerra continuada por otros medios. Y yo me pregunto si sería posible una política no agresiva y una dialéctica de más nivel (pregunta retórica: no es posible).
La historia de la humanidad es una historia de guerras y violencia. No tengo una explicación plausible y no sé si el conflicto es consustancial al ser humano. Deberíamos solucionar dichos conflictos con negociación y diálogo, pero la Antropología y la Neurociencia nos hablan de la agresividad del Homo sapiens, de los circuitos neuronales implicados en esa agresividad y de los instintos más primarios imbricados en la amígdala, sistema límbico y cerebro reptiliano. Y la Genética nos habla de genes relacionados con la agresividad y de que tenemos más de chimpancé que de bonobo. Quizás por eso Darwin hablaba de la supervivencia del más fuerte, Platón elogiaba a Esparta y sus guerreros, Hobbes decía que la guerra va unida al ser humano (el hombre es malo por naturaleza), Sartre decía que el infierno son los otros y Ernst Jünger consideraba la guerra como algo digno. Se podría pensar que esa violencia está justificada si es “violencia de clase”, de dominados contra dominantes. Violencia cuyo origen ancestral estaría en la sedentarización del ser humano al pasar de nómada y recolector a agricultor y ganadero, con la consecuente aparición de la propiedad privada, gobiernos y leyes. Esta ley sería violencia institucionalizada y por eso Marx y Lenin pensaban que la violencia revolucionaria es justificable ante un capitalismo explotador, cuya violencia se encarnaría hoy en el actual (neo)liberalismo depredador. Sería una violencia económica y política de Occidente sobre los desheredados y condenados de la tierra. Por tanto, la civilización llevaría consigo esa violencia sistémica, institucional y estructural.
No obstante, hay optimistas que preconizan lo contrario, como Rousseau (el hombre es bueno por naturaleza), Erasmo de Rotterdam (un idealista antimilitarista), Kant (un santo varón que escribió “Sobre la paz perpetua”) y Einstein (que pedía un gobierno mundial para terminar con las guerras). Por no hablar de las ideas maravillosas de Kropotkin y Proudhon sobre “Apoyo mutuo” y “Mutualismo”: a estos habría que darle el premio Nobel de la Paz. Aquí recuerdo que cuando le preguntan a la miss de los concursos de belleza por sus deseos, el más frecuente es “la paz en el mundo”, ¡qué bonito! Incluso el Che Guevara, un tipo violento e irascible, dijo que se necesitan más hombres para construir y menos para destruir.
Habría que citar la violencia cultural de la que hablan Foucault, Houria Bouteldja y Enrique Dussel, que preconizan una guerra cultural contra un Occidente colonial e imperialista que comete epistemicidios y destruye cosmogonías. Y hablando de guerras culturales, USA ha incrustado su particular relato del "American way of life" y “Self-made man” de Hollywood por todo el orbe: esto sí que es violencia cultural, pero con Coca-Cola y palomitas.
Quizás el destino del ser humano es el conflicto. Así que asumámonos y digamos que la agresividad y la violencia son consustanciales al ser humano a lo largo de la Historia. Por eso todos llevamos dentro un pequeño Julio César haciendo su particular Guerra de las Galias. Así es la vida, así es el mundo, así son las redes, así son los blogs, así somos nosotros. Somos libres para hablar o para callar, para incendiar o para conciliar, para escribir palabras sanadoras o palabras enfrentadoras, para ser violentos o para ser pacíficos. Para hablar de conceptos grandilocuentes como lucha, victoria, honor y épica o de ideas pequeñas como perdón, cesión y reconciliación.
Todos luchamos: contra nuestras limitaciones, contra nosotros mismos, contra los demás. Es la lucha de cada uno buscando su destino, su lugar en el mundo, su sitio para ser feliz, para dar sentido a su vida. Y no hay lucha sin violencia. Será que estoy mayor, pero cada vez llevo peor la violencia verbal, las luchas foreras, los insultos, la dinámica “amigo-enemigo” y el “o estás conmigo o contra mí”. Algo parecido a lo que dijo Estanislao Figueras, presidente de la primera República: “Estoy hasta los cojones de todos nosotros”.