domingo, 28 de agosto de 2022

DE SOLEIMÁN A ERDOGÁN PASANDO POR ATATÜRK

“No tengo religión y, por momentos, quisiera a todas las religiones en el fondo del mar. Quien necesite a la religión para sostener su gobierno es un líder débil; es como si atrapara a su gente en una trampa. Mi gente aprenderá los principios de la democracia, los dictámenes de la verdad y las enseñanzas de la ciencia. Las supersticiones deben desaparecer” (Mustafá Kemal Atatürk). 

Había pensado hacer una entrada sobre mi viaje en plan “delicias turcas” o “pasión turca”, pero hubiera sido un rollo como los que sueltan en los publirreportajes y agencias de viajes. Así que este texto no va a ser una ruta de viajes turísticos sino un escrito histórico-político. Además, como en este blog es un clásico hablar de imperialismo, hoy vamos a seguir en esa línea, pero con la civilización turca. Así, aprovechando mi último viaje, hablaré del Imperio Otomano, que originó lo que hoy es la moderna Turquía.  

La cosa empezó con Osmán, un guerrero de Anatolia que sometió a las tribus rivales (todos los imperios empiezan igual, con un hombre carismático y conquistador). Y ahí empezó la dinastía osmanlí, que declaró su independencia de los selyúcidas y se enfrentó a los bizantinos. Sus sucesores continuaron su expansión originando en el siglo XIV el Sultanato Otomano, que se prolongó hasta 1922. En esta continua expansión hay que señalar la caída de Constantinopla y del Imperio Bizantino a manos del sultán Mehmed II en 1453. A partir de entonces la ciudad pasó a denominarse Estambul y se convirtió en la capital del Imperio. Luego vinieron las invasiones europeas y el Sitio de Viena por Solimán el Magnífico. Con este sultán el Imperio Otomano alcanzó su mayor extensión geográfica: lo que hoy es Bulgaria, Yugoslavia, Grecia, Hungría, Egipto, Jordania, Líbano, Israel, territorios palestinos, Macedonia, Rumania, Siria, Irak, partes de Arabia, costa norte de África y costas del mar Negro (lo que hoy es Ucrania). 

El poder turco suscitó el recelo y la preocupación en Europa. El Mediterráneo oriental era turco y desde el Norte de África operaban los piratas berberiscos, que hicieron esclavos a un millón y cuarto de europeos que capturaban en las costas de Francia, Italia, España y Portugal, llegando a Paises Bajos, Inglaterra e incluso Islandia. El comercio de esclavos otomano y musulman fue una fuente de ingresos importante (que se lo cuenten a Cervantes, que estuvo preso en Argel). Los reinos cristianos sintieron la amenaza turca y Felipe II reunió una coalición cristiana con los venecianos y el papado para enfrentarse a los turcos en 1571 en la batalla de Lepanto. 

A partir del siglo XVII el imperio empezó a debilitarse. Después llegaron las intrigas políticas internas, la decadencia, el fortalecimiento de otras potencias europeas, la competencia económica debido a las nuevas rutas de comercio y la Revolución Industrial, que desestabilizaron a este imperio. En el siglo XIX le habían puesto el mote burlón de “el enfermo de Europa” por su territorio disminuido, su recesión económica y su dependencia del resto de Europa. El territorio se reducía cada vez más y tras las guerras de los Balcanes en 1912 y 1913, Bulgaria, Grecia, Serbia y Montenegro consiguieron su independencia. 

En este contexto de degradación y decadencia, en 1908 los “Jóvenes Turcos” del partido nacionalista CUP (Comité de Unión y Progreso), organizaron una revolución y tomaron el poder. Antes de la Primera Guerra Mundial, el Imperio otomano estableció una alianza con Alemania y durante esta guerra su ejército perdió dos tercios de sus soldados y murieron tres millones de civiles. Tras la guerra empieza la partición del Imperio Otomano con el Tratado de Sevres de 1920: el Imperio Turco perdió sus antiguas posesiones y quedó reducido a Estambul y parte de Anatolia, cediendo sus territorios a la administración británica, francesa, italiana y griega. Ante esta situación, Atatúrk lideró la Guerra de Independencia, en la que se venció a los británicos, franceses, italianos, griegos y armenios: la población griega fue expulsada de Anatolia y los armenios sufrieron un genocidio. 

En 1922 los nacionalistas turcos abolieron el sultanato y acabaron con el imperio: creían que para detener la caída del Imperio había que occidentalizarse, modernizarse y secularizarse, porque el Islam frenaba el progreso social y originaba atraso civilizatorio. Tras esta revolución republicana, la Asamblea Nacional Turca proclamó la República de Turquía en 1923, en la que Atatürk tuvo una actuación decisiva y fundamental modernizando el país con una serie de reformas que cambiaron Turquía para siempre. Así, instauró un control estricto del Islam, prohibió el velo y la poligamia, hizo obligatoria la escolarización de las mujeres, cerró las madrazas o escuelas religiosas,  abolió  la  Sharía, introdujo una Constitución laica y un nuevo Código Civil que instauraba la igualdad de género,  declaró la laicidad del estado, concedió el derecho de voto a las mujeres (que podían ser votadas en las elecciones y trabajar en empleos públicos), cambió el calendario lunar por el gregoriano y sustituyó el alfabeto árabe por el latino. Todas estas reformas hacen que Atatürk sea considerado el “padre de la Turquía moderna”. Su legado más importante fue la secularización del país, que fue la vanguardia de la modernidad musulmana, con el apoyo del ejército, la clase política y las élites. En las décadas posteriores, esta secularización ha sido supervisada por el ejército turco, que adoptó un papel de guardián para que el país no regresara al poder del Islam y los islamistas. Es interesante este papel modernizador del ejército, a diferencia de otros ejércitos que son reaccionarios. 

Estos cambios los vi personalmente en mi primer viaje a Turquía, hace 20 años. Recuerdo cuando paseaba por la plaza y barrio de Taksim y observaba el look moderno de sus chicas jóvenes, en minifalda y con estilismo moderno (muy pocas llevaban velo). Pero en este segundo viaje el panorama ha cambiado radicalmente ¿Qué ha pasado? La respuesta es fácil: Erdogán y su reislamización. 

Erdogán, desde hace algunos años, ha modificado y revertido las políticas y el legado de Atatürk. Ha propiciado una reintroducción del islam en la vida pública y política para socavar este legado laico. Ha modificado la legislación que restringía el uso del velo en la administración, Universidades y estamentos públicos. Desde su llegada al poder, la islamización ha sido clara y las reformas de Atatürk han sido revertidas, lo cual se visibiliza en una mayor presencia del hiyab y nicab en la sociedad (el 60% de las mujeres llevan velo). Por eso ahora se ven mujeres policías con pañuelo (impensable hace años), se ha derogado la prohibición de usarlo en el ejército y se ve en la calle muchas chicas jóvenes con velo y varios hijos (tras la política natalista de Erdogán de fomentar un “Islam Turco”). Santa Sofía, museo desde 1935, ahora es mezquita y, por tanto, las mujeres deben ponerse velo (hace años no, y se podía visitar sin trabas).  

Desde hace años, hay una fractura social en Turquía entre kemalistas modernizadores (élites urbanas, clases políticas, ejército, administración y seguidores de Atatürk) y tradicionalistas islámicos (clases trabajadoras y personas de extracción social baja). Y como se ha impuesto la vía islamista, Turquía asume y sabe que no va a entrar en la UE (pocos europeos lo desean). Es cuestión de incompatibilidad legislativa y cultural. Por eso conceptos de la izquierda woke como feminismo, colectivos LGTBIQ, trans, homosexuales, empoderamiento de la mujer, etc, son despreciados por la sociedad y consideradas ideas de un Occidente decadente (las instituciones tratan cualquier activismo a favor de la comunidad LGTBIQ+ como una actitud subversiva). La realidad es que los caminos de Turquía y Europa son divergentes: la primera con su islamización y la segunda con su secularización. 

Resumiendo, hay una cierta nostalgia por el pasado otomano y un esfuerzo por restaurar una pequeña versión de aquel imperio, en el que el Islam jugaba un papel dominante. Por eso Erdogán utiliza la religión como cohesionador del país y hace una política identitaria parecida a la de la ultraderecha occidental. Quizás el neofascismo occidental y el islamofascismo están cerca. O que el Nacionalislamismo turco se parece al Nacionalcatolicismo franquista. Lo que tengo claro es que Atatürk fue un revolucionario modernizador imprescindible para Turquía y Erdogán es un freno para su avance social. Hacen falta más Atatürks y menos Erdoganes. Pero parece que los turcos no están de acuerdo y votan a Erdogán. Lástima: quizás Atatürk murió demasiado pronto. 

Un Tipo Razonable