El Capitalismo ha colapsado por completo en Sri Lanka, y el país se ha quedado sin petrodólares y, en consecuencia, sin petróleo. Los coches serpentean por la ciudad en colas gigantes ante las gasolineras, cual dinosaurios alineados ante una charca de agua vaporizada por el asteroide. Aún no lo saben, pero ya se han extinguido. Yo paso por allí subido en mi bicicleta, un mamífero que antes resultaba patético y que ahora se mueve más rápido que estos fósiles.
Cojo prestado un coche eléctrico para llevar a los chicos a algún lado y conducimos a través de la Isla de los Esclavos. Tiene semejante nombre porque la gente blanca solía rodear aquí a los esclavos con cocodrilos. Ahora se parece al estado en el que se encuentra todo el país, rodeado por banqueros internacionales y su matón rompe-piernas, el FMI.
La Isla de los Esclavos solía ser el hogar de una hermosa comunidad, pero los echaron a patadas para construir residencias de lujo para nadie y autopistas elevadas hacia ninguna parte. Ahora las residencias están sin terminar y las autopistas están simplemente tiradas en la calle. Enormes pilares permanecen de pie, como los pies de Ozymandias. Su tamaño grita: «¡Contemplad mis obras, poderosos, y desesperad!». Pero «Nada queda a su lado. Alrededor de la decadencia de estas colosales ruinas, infinitas y desnudas, se extienden a lo lejos las solitarias y llanas arenas.»
Digo que esto es un colapso del Capitalismo porque, vamos a ver… mirad alrededor. Las inversiones inmobiliarias son los templos del Capitalismo, casas que permanecen tan vacías y bien equipadas como si fueran tronos, para albergar no a seres humanos sino a los ausentes dioses de la avaricia. Los coches son los avatares del Capitalismo, letales piezas de capital que viajan a velocidades sobrehumanas atravesando los cuerpos humanos y las calles.
Durante décadas hemos construido este esquema piramidal, cada vez más alto, por la promesa de una vuelta en coche, una hipoteca a treinta años sobre un hogar. Pero ahora se está viniendo todo abajo, dejándonos bloques de piedra muerta en la carretera, tirados en el medio. Yo los rodeo, en un coche prestado sobre un tiempo prestado. Ahora se ha terminado. El Capitalismo se ha quedado sin gasolina en los extremos del imperio, y está consumiendo humo para funcionar en el resto de lugares. Es toda una diferencia de temporización. Tal como dijo William Gibson, «el futuro ya está aquí. Sólo que está distribuido desigualmente.»
En una era de extinción, por supuesto, los fósiles son los que tienen más suerte. Por lo menos queda alguien para recordarlos. Lo que no ves son todas las vidas —todas las formas de vida— completamente arrasadas por la caída. Todos los cuerpos simplemente devorados por carroñeros, sus huesos blanqueándose al sol para acabar al final desintegrándose. Yo no soy uno de ellos, pero puedo verlo. Todos los fantasmas del apocalipsis vienen a llamar a mi puerta.
Los ricos sobrevivirán de algún modo con sus coches eléctricos, sus bicicletas y cascos —ahora más caros—, su posibilidad de irse al extranjero. Los pobres sencillamente se morirán aquí, sin poder cubrirse siquiera con sedimentos y sus huesos al descubierto. Durante las últimas crisis del petróleo en los años 1970, teníamos un gobierno socialista que introdujo el racionamiento para mantener viva a la gente. Ahora tenemos unos fantásticos economistas que nos dicen que liberalicemos (o sea, que subamos) los precios aun más, mientras la gente en realidad se está muriendo de hambre. Así es un colapso bajo el capitalismo. Los carnívoros que nos comían vivos ahora simplemente nos comen muertos. Es la hora de la comida para los economistas de la carroña.
Yo conozco el hambre porque la gente llama a mi puerta pidiendo comida. Lo puedo ver en los ojos de mi gente. Y pese a todo aún nos alimentamos los unos a los otros en las colas interminables, todavía nos damos unos a otros lo poco que tenemos. La vieja cultura, la de antes de que intentásemos ser como los colonizadores, aún persiste. Como las oraciones a los antiguos dioses de la isla, la generosidad aún persiste, incluso a la sombra de los templos de la avaricia blanca. Nos alimentamos unos a otros desesperadamente, con lo poco que tenemos, mientras todo lo que nos prometió el Capitalismo se convierte en ceniza en nuestras bocas.
Colombo es una ciudad sin combustibles fósiles pero llena de fósiles. Los coches serpentean alrededor de los abrevaderos secos, las autopistas yacen muertas encima de las carreteras, las residencias nos miran con ojos muertos, como brontosauros que aún no han terminado de derrumbarse. Colombo es una ciudad cada vez más desprovista de energía, más allá del empuje de una bicicleta de pedales, del fuego de una cocina de leña o de la amabilidad del alma humana. No es mucho, casi no es suficiente, pero tampoco es nada. Pienso en esto mientras salgo de la ciudad en mi bicicleta, o meto a mis hijos en el autobús, aunque en el fondo me siento horriblemente.
Lo triste del Capitalismo es que por mucho que obviamente sea una mierda, la mayoría de nosotros nunca quiso que se acabase, tan sólo queríamos ascender dentro de él. Esta era la promesa del desarrollo internacional: si aguantábamos lo suficiente siendo esclavos podríamos vivir como los amos. Esto por supuesto era imposible, y los rojeras nos lo dijeron, pero no les escuchamos. No queríamos escucharles. Y ahora somos la prueba viviente. El fin del Capitalismo está cerca y la penitencia por el pecado es la muerte.
Lo cierto es que el asteroide ya nos dio en el momento en que el hombre blanco dio con el oro negro. Cabalgaron una ola de destrucción a través del globo y lo llamaron crecimiento, pero era canceroso. Nos ha llevado unos cuatrocientos años, pero los cascotes al final están atragantando la atmósfera y el evento de extinción está llegando fuerte. Plantas, animales y países enteros están empezando a desplomarse. Los más pobres primero.
Puedo verlo donde vivo, a medida que los activos mortíferos se convierten en activos muertos, a medida que los petrodólares y los productos petrolíferos se secan. A nosotros nos ha pasado por razones que son únicas, pero las causas subyacentes son mundiales. El Capitalismo ha colapsado en Sri Lanka y está colapsando por todas partes. Ahora lo puedes ignorar, pero al final hará colapsar el ecosistema en su conjunto, y entonces ¿qué? No tenemos otro planeta. En lugar de eso vamos a tener un planeta cambiado por aquí, uno que se parece a este por el que te he acompañado a dar una vuelta. Bienvenidos al futuro, supongo. Ahora está desigualmente distribuido de una manera salvaje, pero dale un segundo geológico, y verás cómo se reparte.