lunes, 6 de octubre de 2025

COMO EN EL BAR, EN NINGÚN SITIO

Podemos considerar el bar como templo y chispa de la vida. Es el lugar al que se entra, al que se baja o al que se va, porque es allí donde se cultiva el encuentro con quienes nos acompañan. Uno nunca se mete “en cualquier sitio”; solos o acompañados, elegimos aquel establecimiento que más se nos parece, pues hay lugares donde jamás nos sentaríamos.

En todo caso, es un lugar a medio camino entre la calle y el hogar. Elegimos nuestro espacio habitual para hacer de él un refugio, un lugar donde resguardarnos de la intemperie de la calle y, no pocas veces, de ese hogar que no acabó siendo lo que prometía.

Tras el coronavirus, la reapertura de estos locales fue una de las más esperadas. ¿Por qué esta impaciencia que rozaba la ansiedad? La respuesta es que el bar es mucho más que un simple establecimiento para consumir bebidas.
Aunque la definición técnica se limite a describir un espacio con mesas, barra y servicio profesional (junto a sus parientes: taberna, tasca, pub, café, cervecería, etc.), su verdadera esencia radica en el servicio invisible que ofrece: un microclima diseñado para fomentar un tipo particular de interacción humana.

Se pueden considerar varias modalidades según la tipología de la relación que establecemos con ellos y en ellos:

Es lugar de paso (al que se "entra"): Actúan como áreas de servicio, permitiendo al viandante hacer una pausa, "repostar" y restaurarse. Son espacios transitorios donde los desconocidos pueden dejar de serlo en cualquier momento.

También de proximidad (al que se "baja"): Son los locales del barrio y de los vecinos, íntimamente ligados a la vida cotidiana local. Sus clientes habituales se conocen, al menos de vista. Son los "de toda la vida" donde muchos de ellos son regentados por familias de origen chino, últimos garantes de la perduración de esa tradición.

Y de afinidad (a los que se "va"): Estos son verdaderos puntos de reunión elegidos recurrentemente para coincidir con amistades o gente afín. Funcionan como auténticas sedes sociales, convocando un perfil de consumidor que comparte gustos, aficiones o ideas (estudiantiles, temáticos, hípsters, de "diseño", de guiris, etc.). Son cruciales para la formación de identidad de grupo.

Como categoría adicional, tal y como se explica en este enlace, podríamos hablar del bar de pueblo: El cierre del último local en un pueblo es el certificado de defunción de ese pueblo. Ese espacio es un centro social donde se come, se organiza, se juega a las cartas o al dominó y se bebe en compañía. Es, a la vez, una oficina de colocación, una estafeta de correos, una consulta de psicología, un remedio contra la soledad o un artificio heterogéneo que combate la despoblación. Por todo ello, debería ser financiado como cualquier centro social o sanitario si corre peligro de desaparición este último latido del campo tal como lo conocemos.
Es interesante notar que ciertas etiquetas, como "bares de copas" o "bares de ambiente", implican pleonasmos, pues en todo establecimiento se pueden tomar copas y todos son de alterne en el sentido amplio de alternar con otras personas (incluso con el camarero), y todos tienen un ambiente propio.

El bar, en su naturaleza, es incompatible con la soledad genuina. Nadie bebe solo porque, aunque lo parezca, bebe pensando en alguna cosa o bebe con alguien que no está.

Si lo consideramos como templo de la identidad compartida, la mesa y la barra son escenarios de una actividad social fundamental, pues no existe una forma de identidad compartida que no necesite de este "templo". No en vano, a los asiduos se les llamaba parroquianos.

En cada encuentro se dirimen cuestiones de posible gran calado. Las personas están constantemente negociando, pactando, conspirando o haciendo planes, ya sean los términos de una empresa, un amor o una amistad. Es un lugar de encuentros premeditados, donde se renuevan los lazos.

Es también una escenografía para los sentimientos. El local es el espacio donde se ríe y se charla, pero también donde se ven semblantes serios o incluso se llora con discreción. Se bebe por alegría o por tristeza, pero siempre en compañía, aunque el acompañante sea alguien que no está presente. Es el telón de fondo para amores a primera vista, disgustos, reconciliaciones y despedidas definitivas.

Cabiendo en él toda la vida social, también hay lugar para el conflicto, incluso para la violencia. De hecho, existe un tipo de enfrentamiento físico clásico que lo tiene como escenario natural: la “pelea de bar”. Se coincide en él con seres queridos, pero también con desconocidos que irrumpen en nuestra vida, a veces para desvanecerse y otras para quedarse para siempre.

La trascendencia de estos espacios va más allá de lo personal, toca la vida de las naciones y su historia. Desde el inicio de golpes de Estado como el putsch de Múnich en la gran cervecería Bürgerbräukeller, o la Operación Galaxia con Tejero, hasta algunos de los grandes acontecimientos futuros; muchos procesos históricos se han ideado, preparado, o se planearán, entorno a una de sus mesas.
Por todo esto, se echaron tanto de menos durante el confinamiento. La sociabilidad del bar nace de la necesidad elemental de salir de casa para encontrarse. El lugar provee el escenario, el líquido amniótico con cualidades sensibles (decoración, luz, olor, sonidos...) que le confieren un sabor singular y material, que nos obliga a volver porque algo o alguien nos espera.

Finalmente, la cantidad de establecimientos en un lugar es un indicador directo de su vitalidad social. En las calles y barrios de sociabilidad intensa, donde hay vida hecha de encuentros, hay más. La ausencia en ciertos complejos urbanos o urbanizaciones indica una carencia de vida social o, sencillamente, una carencia de vida a secas. Por ello, el hecho de que nuestro país esté perdiendo locales es una preocupación que va más allá de la economía.

Los videojuegos y las redes sociales están transformando y, en muchos casos, sustituyendo la forma de socialización que tradicionalmente ofrecía el bar, pero no necesariamente la están eliminando por completo.

Los bares son un espacio de socialización espontánea, física y multisensorial, consecuencia del acto de salir de casa, mientras que la interacción digital en línea ofrece una socialización mediada, controlada, asincrónica y a distancia. El problema surge cuando la conveniencia y el diseño adictivo de las plataformas digitales priorizan la interacción individualista, restando tiempo y valor al encuentro presencial.

El bar opera bajo una lógica de encuentro no programado y forzada coexistencia y una socialización multisensorial al involucrar todos los sentidos: el ruido de fondo, el decorado, el olor a café, cerveza o tapas, el contacto visual, las características de la barra. Esta riqueza sensorial crea una memoria más profunda y una conexión más auténtica que una videollamada o un chat.

Supone una interacción inclusiva y espontánea al obligar a las personas a coincidir con desconocidos (el camarero, el parroquiano de al lado, el viandante). Es un espacio de democracia social donde se dan las interacciones fugaces pero esenciales para el tejido comunitario.

Puede actuar como territorio neutral al ser el tercer lugar donde las jerarquías de casa y trabajo se suspenden, facilitando la negociación emocional y el pacto en un entorno público pero íntimo.

Los medios digitales ofrecen formas de conexión, pero bajo parámetros fundamentalmente distintos que pueden fomentar el individualismo al privatizar el espacio social.

Si bien los videojuegos en línea crean nuevas comunidades, muchos juegos de consumo masivo se experimentan en solitario. Aunque se interactúe en línea, la experiencia física es de aislamiento, sustituyendo el tiempo que antes se dedicaba al encuentro físico.

Las redes sociales ofrecen la ilusión de la conexión constante, pero la interacción suele ser superficial y asincrónica. La comunicación se da a través de filtros y avatares, eliminando el riesgo, la riqueza del lenguaje corporal y la mirada directa que son vitales.

En el bar, es factible interactuar con el entorno tal como se es; en las redes, se puede silenciar o bloquear todo lo que cause fricción, eliminando la necesaria tensión social que moldea las relaciones humanas y refleja la realidad.

No es el bar o la taberna el último reducto de nada o de nadie en particular, es otro de los reductos y templos de la vida.

R E S I L I E N T