Si algo admiro de tu obra, señor Max Stirner, es la capacidad de supervivencia que ha tenido por el empeño de algunos en que perdure ya casi doscientos años, a pesar del axioma ególatra del que partes, porque afirmar que TÚ eres un ente que se ama a sí mismo, de tal manera que los demás sólo existen en la medida en que son utilizables para TI, no parece que sea la mejor tarjeta de visita para la presentación de una postura filosófica.
Aplaudo tu decisión voluntaria de no humillarte ante ningún poder, pero fíjate, Sr. Stirner, has sustituido a los fantasmas, dios, religión y patria, por otro fantasma, tu YO único y aislado de los demás, al que has subido a un trono como único dueño del mundo, la mayor tiranía que uno pueda ejercer.
No hago uso de la benevolencia cuando respeto tu insistencia en atacar el liberalismo de Feuerbach y de Bruno Bauer, que no es más que una sustitución de la religión por el concepto abstracto de Hombre. Comparto también que no existe lo malo y lo bueno, pues son palabras sin sentido. Ahora bien, si no admites nada por encima de ti, ni siquiera la libertad, ni la libertad del otro y menos la del pueblo, ¿cómo puedo entender que conjugues tu libertad con la de los demás, viviendo en un mundo de relaciones?
¿Para qué empleaste tanto ardor en publicar tu libro y dejar estampado el sello de tu egoísmo, si carecías de cualquier sentimiento desinteresado en que otros compartiesen tus pensamientos o dialogasen con tu palabra?
¿Recuerdas las reuniones con los jóvenes hegelianos de izquierdas en el Círculo de los Libres (Die Freien) y los debates en los que te empeñabas en que los demás comprendieran que el bien es “todo aquello que puedo utilizar”, legitimando la destrucción total y la conquista de la risa al llegar a ser el dueño de ti mismo en el caos? ¿Y las tertulias enfurecidas (me ha venido a la memoria un círculo actual) cuando repetías que quien no tiene propiedad no tiene personalidad? Te importaba un higo el robo de la propiedad de todos, que clamaba Proudhon.
Criticabas a los obreros que pedían el descanso dominical, por asumir el día “sagrado” religioso, hacías como cualquier posmoderno actual que encumbra la forma sobre la necesidad vital de descanso del obrero. No en vano declaraste que había que huir del trabajo fabril. Por eso te pusiste a dar clases en esa institución privada para señoritas de clase alta. ¿Acaso tú no exigías un salario a cambio de tu trabajo? ¿No solicitabas tú mismo un día de vacación semanal, al igual que el obrero de la fábrica?
Como no admites derechos ni deberes, no compartes la necesidad real de arrancar conquistas a los patronos. Esta sociedad industrializada no es un campo de narcisos, la guerra está desatada entre los patronos y los obreros y no basta con cruzar los brazos ante el río transparente que nos devuelve solo nuestra imagen, río en el que te mirabas cuando los tejedores de Schlesien se sublevaron en 1844 y tú estabas arrastrándote tras de Marie Wilhelmine, la rica y excéntrica Marie, para que fuese tu mecenas, pero te abandonó y las deudas te llevaron a la cárcel, no por activismo precisamente. Tampoco participaste en la revolución de 1848 en Berlín. El Único no puede apoyar lo que no es imaginario sino bien real: las condiciones de vida de los que valoran más el pan que la filosofía del YO.
Bien sabes que no podemos llamarte existencialista, si no existiera más causa que la tuya todo te estaría permitido, no tendrías normas, ni moral ni de ninguna clase, por eso te afilias al amoralismo.
Dejaste este mundo sin saber que algunos, transcurridos muchos años, te han querido hacer anarquista. Ya sé que nunca te consideraste como tal, solo hay que leer tus críticas al anarquismo o poner frente a ti el código moral heroico de los anarquistas cuando usan los lazos de la solidaridad, tanto los menos activos como los más revolucionarios, tan opuesto a tus principios egoístas.
Vamos a ser sinceros, si no llega a ser por ese poeta, John Henry Mackay, que no sé qué se tomó el día que leyó tu libro, ahora mismo se lo habrían comido los ratones, hoja por hoja. Pero siempre hay un roto para un descosido. A decir verdad, ni siquiera tu admirador ha sido fiel a tus principios, la fidelidad que te guardó fue exquisita, en nada parecida a tu egoísta actitud ante la vida de los demás. Hasta quiso engañarnos poniendo tu nombre por encima del propio Nietzsche, que ni leyó tu libro ni pensó en tu existencia, e incluso te inventó artículos que no escribiste.
Tampoco te nombró Bakunin. Sí lo hizo Benito Mussolini cuando dijo: “¡Basta de teólogos rojos y negros de todas las iglesias con la promesa abstracta y falsa de un paraíso que no volverá! ¿Por qué no volverá Stirner a la actualidad?”. Reconozco que la cita es una estocada aprovechada en esta misiva, y no está aquí tu poeta para defenderte (¿o sí?).
No voy a seguir la senda de Marx y Engels, esos dos irónicos que te pusieron un espejo y te dieron pal pelo en “La ideología alemana”, a pesar de que, desde mi punto de vista, debían haber seguido la intuición primera de Marx, y es que no merecía la pena. Ahora, pasado el tiempo, sirve para que hoy también estemos pensando en refutar tus teorías y establecer algún debate sobre egoísmo versus solidaridad o como dicen algunos liberales de ahora, egoísmo frente a colectivismo.
Tus nuevos apóstoles defenderán o nos explicarán tu sentido de la propiedad individual o el significado del amor cuando dices que pone obstáculos a la voluntad y que elimina la dignidad del hombre libre. Y tu apelación a que el obrero abandone la fábrica, en un mundo industrializado, como en el que viviste o como el nuestro actual.
En cuanto a tus críticas a las ideas comunistas, no le dedico un segundo a refutarlas, por no caer en la tentación de ironizar diciéndote que como nada hay por encima de ti, es normal que protejas tu trono de la masa que te rodea o que busques algún monasterio solitario lleno de espejos que puedan reflejar tu imagen en mil dimensiones, así puedes emplear tus horas en pensamientos irracionales, como por ejemplo tratar de discernir por qué existen otros humanos y por qué la naturaleza no te hizo solo a ti, al ÚNICO y verdadero, el que basa su causa en nada, de ese modo el mundo nos habría privado del todos contra todos, del mundo lleno de lobos que tú describes.
Tu negación a la existencia de cualquier ayuda mutua desinteresada cuando te afirmas insolidario por excelencia y cuando dices que los otros son solo objetos, o cuando no quieres reconocer ni respetar ni al mendigo, ni al hombre, y cuando acabas tu pensamiento con la frase: “Yo te utilizo”, me invita a apoyar las palabras de Camus sobre tu obra: “Stirner va lo más lejos posible …, no retrocederá ante ninguna destrucción”. Y las de Heleno Saña: “Stirner es el profeta del mal, de modo que la rebeldía stirneriana aspira a convertirse simplemente en vandalismo”.
Un saludo te envío a través del túnel del tiempo. Y te paso la factura por hablar de tu Libro.