domingo, 16 de abril de 2023

EL BOCHORNO

La definición de soberanía corresponde a la de un país que es libre de tomar sus propias decisiones dentro de sus capacidades. Es decir, sería absurdo pedirle a un microestado como Liechtenstein que dispusiera de una flota naval o una fuerza aérea, y por lo tanto, sería lógico que ese microestado pidiera auxilio de sus países vecinos amigos para protegerse de una invasión extranjera.

¿Pero qué sucede cuando un estado o conjunto de estados actúan de manera deliberada por debajo de sus capacidades? ¿Cuándo ese grupo de estados delegan en una potencia exterior competencias que podrían perfectamente ser suyas, beneficiando de esta forma las industrias de esa potencia extranjera? ¿Cuáles son los motivos que llevan a los dirigentes de, por ejemplo, la Unión Europea, a renunciar al despliegue de las capacidades de los países miembros en favor de todo tipo de industrias estadounidenses?

Se diría que, por ejemplo, en el caso de la internet, esta actitud de seguir la estela americana era inevitable dado que fue en Estados Unidos donde se desarrolló esta tecnología. Si en Europa se hubiera ideado una plataforma digital paralela a Google, como ha sido el caso de China con Baidu, eso habría sido entendido como una “deslealtad” por parte del amigo americano. Pero este mismo razonamiento indica el grado de vasallaje que ha ido desarrollándose en Europa con respecto a Estados Unidos desde el final de la Segunda Guerra Mundial, y hasta qué punto los mismos europeos se consideran un apéndice del engranaje washingtoniano. Se suele decir de manera interesada que, mientras que en Europa se habla, en Estados Unidos se hace, pero la sorpresa llega cuando uno comprueba que los mismos que le reprochan al Viejo Continente su pasividad suelen ser los que menos se mueven para cambiar esta situación y conseguir una mayor autonomía europea.

Y, sin embargo, existen otros campos del conocimiento y de la industria donde Europa ha tenido durante siglos una posición de vanguardia, y en los que, sin embargo, también se ha producido esta capitulación y renuncia europeas a desarrollar las propias capacidades.

Para los expertos en epidemiología, el Covid 19 fue una sorpresa sólo relativa. De hecho, con anterioridad a la pandemia que realmente fue, la OMS y otros organismos habían realizado puntualmente pronósticos apocalípticos con respecto a otros virus, como por ejemplo el SARS o incluso el ébola, pero ninguna de estas profecías había llegado a cumplirse por completo. Estos virus potencialmente más destructivos que el Covid, habían sido frenados en su progreso por los cordones sanitarios o bien eran de más difícil transmisión, con lo cual la alarma mundial no había llegado a cristalizar por completo. Las gentes habían podido seguir con su vida normal, sin tener que someterse a una disciplina de carácter militar, en la que eran aterrorizadas, diciéndoles que sólo por rozar una barandilla en el metro o tocar el botón de un ascensor podían contraer una enfermedad mortal que las llevaría a la muerte tras atroces sufrimientos.

Y, por supuesto, allí estaba América para rescatar a la Humanidad de esa pesadilla. De inmediato, el Big Pharma estadounidense desarrolló una serie de vacunas -Pfizer, Moderna, Johnson-, que debían liquidar esa mortífera enfermedad. Mientras tanto, la damisela UE tenía que conformarse con esperar a que el soldado Ryan de turno viniera a rescatarla, eso sí, en un papel bastante más pasivo que el de Scarlett O’Hara en “Lo que el viento se llevó”, y más al estilo de las damiselas de David W. Griffith en “El nacimiento de una nación”, para buscar referencias en el cine más rancio. Si ya es sabido que la Segunda Guerra Mundial se había ganado en el desembarco de Normandía -ya se sabe que, para la historia oficial, las batallas de Leningrado, Stalingrado, y otros desastres nazis en la Operación Barbarroja a manos de las tropas soviéticas son meras anécdotas-, ahora América rescataba a la canosa pero todavía atractiva dama europea de las garras de un enemigo invisible y más insidioso todavía.

Por supuesto, todas las demás vacunas no estadounidenses fueron ignoradas o desprestigiadas. Ni la Sputnik rusa, ni las tres vacunas cubanas y ya no digamos las chinas fueron dignas de consideración. Pero lo más sorprendente es que nadie en Europa se plantease desarrollar una vacuna propia, aunque sólo fuera para parar la sangría de divisas que fluía hacia el otro lado del Atlántico y, quizá aún más, para desarrollar la propia industria farmacológica europea. Por cierto, a ningún periódico o medio de comunicación relevante de la muy libre Unión Europea se le ocurrió ni siquiera plantear esta ociosa e irresponsable cuestión. Todos los medios generalistas del continente ya estaban demasiado ocupados promoviendo entre las masas un pánico que llegaba hasta lo irracional como para ocuparse de minucias como esta, y mucho menos de un concepto obsoleto como el de la relevancia e independencia de Europa. Es más, el intento de una empresa célebre, no americana como AstraZeneca de desarrollar una vacuna propia, fue certeramente abatido pretextando unos efectos secundarios que causaban una mortalidad presuntamente alta, incluso si esa mortalidad apenas llegaba al 1 cada cien mil. ¿Cuántos medicamentos célebres no registran una tasa de mortalidad similar o aún superior sin que nadie se plantee retirarlos del mercado? Al timón de la compra masiva de las vacunas USA se encontraba la actual presidenta de la UE, Ursula von der Leyen, recientemente llevada a los tribunales por el “New York Times” por haber ocultado sus SMS con el consejero delegado de Pfizer.

Por otra parte, estos mecanismos de disolución de la entidad europea se llevan a cabo de maneras subliminales y casi infinitas, allí donde los arquitectos de la globalización en detrimento de los gobernados encuentran el menor resquicio para hacerlo. Por ejemplo, bajo la apariencia “inocente” del festival de Eurovisión donde, además de decretar como ganador al país generalmente del este de Europa de turno, se acepta como algo normal que países como Israel o Australia -nada menos- participen en el certamen. Algo así como una anticipación sugerida de la OTAN global, donde cualquier país de cualquier continente que colabore en la tarea de perpetuar el supremacismo y colonialismo occidental será bienvenido. Lo mismo en las competiciones deportivas a nivel europeo, donde la presencia de equipos israelíes, y pronto de aquellos principados árabes debidamente sumisos a los intereses de Occidente, como por ejemplo Qatar u otros, es ya un hecho asumido que no incita el menor comentario.

Con todos estos antecedentes, no podía caber duda alguna sobre cuál iba a ser el comportamiento de la UE en la cuestión ucraniana. Hechos como la expansión constante de la OTAN durante los últimos treinta años buscando cercar por completo a Rusia en todas direcciones o el bombardeo constante del Donbass por parte del ejército ucraniano en las semanas previas al 24 de febrero del 2022 son presentados como lo más normal del mundo, a la par que se blanquea sin el menor rubor a auténticos regimientos nazis como el Batallón Azov y su múltiple parentela. Grupos catalogados como de extrema derecha por las mismas instituciones occidentales hasta muy poco antes de la intervención de Rusia en Ucrania. Bajo la consigna absurda de “dejar de ser vasallos de Rusia” en el tema energético, se ha pasado a un vasallaje mucho mayor hacia el amigo americano, ese amigo que no sólo ha llevado a la ruina a muchos de sus históricos aliados -Iraq, Afganistán, Vietnam, todas las naciones de América Latina-, sino que cobra sus favores a un muy alto precio. Concretamente, el gas licuado yanqui que, en algunos casos, sobre pasa en un 400% el coste del gas natural ruso o argelino. Poco importa que por el camino numerosas empresas europeas de primer orden estén trasladando ya el grueso de su producción a los mismos Estados Unidos o a la también odiada China -o si no, a cualquier otro país- en busca de unos menores costes de producción acompañados de salarios más bajos.

En el plano puramente militar, no sólo se han vaciado los arsenales europeos para alimentar al insaciable cliente ucraniano, sino que se avecinan compras masivas de armamento a -¿quién si no?- las grandes empresas norteamericanas como Lockheed Martin, Raytheon, Boeing, etc. Con un poco de suerte, los Leopard alemanes quedarán desacreditados en el campo de batalla ucraniano, y de esta forma se podrá justificar una sumisión todavía mayor hacia el amigo americano, ya que se llegará a la brillante conclusión de que no vale la pena que los europeos desarrollen una industria armamentística propia. A fin de cuentas, ¿para qué pensar, si los americanos han demostrado que pueden pensar y mascar chicle al mismo tiempo?

En realidad, y aunque nadie puede predecir cuál será el desenlace y las extensiones de la guerra de Ucrania, el único proyecto europeo real es el del desmembramiento de Rusia. Esta Europa que ni sabe ni quiere ir más allá del neoliberalismo salvaje marcado por el famoso Tratado de Maastricht y que no es tampoco capaz de superar de manera efectiva sus barreras lingüísticas y culturales, sí que ha sabido hacer suyo el proyecto de Adolf Hitler de convertir a Rusia en algo parecido a la enorme reserva colonial que era la India para el Imperio Británico. De ahí que la clase dirigente europea no tenga el menor escrúpulo en sacrificar hasta el último ucraniano en su afán intransigente de doblegar y fraccionar a Rusia, hecho proclamado de manera casi oficial por la eurodiputada polaca y antigua ministra de asuntos exteriores de su país Anna Fatyga, quien encabeza una comisión del Parlamento Europeo al respecto. La auténtica cuestión es saber sí, en caso de que Ucrania pierda la guerra de manera definitiva, se llegará a la conclusión de que también es preciso sacrificar hasta al último europeo para alcanzar el éxito en esta moderna cruzada.

A juzgar por la actitud de las cabezas visibles europeas ante el inmenso bochorno de la voladura de los gasoductos Nord Stream por parte de la OTAN, es casi lógico ponerse en lo peor en este tema. El hecho de que un país perjudicado por un sabotaje de estas dimensiones se ponga del lado del saboteador, como es el caso de Alemania, es algo sin precedentes en la Historia. Se han hecho muchas especulaciones respecto a la autoría del acto terrorista en cuestión, y durante mucho tiempo se ha pretendido hacer creer que la responsable sería la propia Rusia, la cual arruinaría de esta forma su propia inversión de miles de millones de dólares cuando le habría bastado con cerrar el grifo del suministro, algo que hizo con Polonia en enero pasado. Personalmente, considero que de todas las hipótesis planteadas hasta la fecha, la que merece mayor credibilidad es la del veterano periodista estadounidense Seymour Hersh, quien achacó el atentado a las fuerzas navales norteamericanas y noruegas. Pero lo verdaderamente demoledor de toda esta historia es la deplorable actitud del canciller alemán Olaf Scholz cuando el presidente Biden anunció delante de él en el marco de una visita oficial a Washington que Estados Unidos tenía medios para impedir la entrada en funcionamiento del Nord Stream 2…y el títere germano fue incapaz de esbozar la más mínima protesta al respecto aceptando de esta forma su sumisión incondicional al amo del otro lado del Atlántico. Es imposible caer más bajo ni en medio de un oprobio mayor.
 V E L E T R I