Una gran potencia que deja de serlo tiene varios caminos; resignarse pura y simplemente a no serlo más, como fue el caso de Holanda, creerse que todavía lo es cuando ya hace mucho que ha dejado de serlo –caso de España-, o bien unirse a otros países que puedan servirle de aliados y con los que comparta intereses para mantener al menos algo de ese poderío.
Ninguno de los países que componen actualmente la UE pueden considerarse a sí mismo como una gran potencia. El más reticente de todos ellos a aceptar esa realidad, Inglaterra más sus tres miniestados cautivos, llegó al extremo de abandonar la unión a fin de vindicarse a sí misma como un país “diferente” –en el sentido de mejor- que el resto de naciones decadentes europeas con ocasión del inolvidable referéndum del Brexit. Pero la realidad es que los europeos renunciaron ya hace décadas a tener un papel relevante en los grandes asuntos internacionales. No sólo fueron cooptados militarmente a través de la OTAN por Estados Unidos, sino que, poco a poco, fueron cediendo el terreno en todos los terrenos dominantes de la vida y la tecnología modernas, empezando por la informática, abandonada por completo ante los gigantes de Silicon Valley, y culminando en el reciente ridículo europeo de resignarse a depender de las vacunas norteamericanas ante el horror de la pandemia del Covid, con el consiguiente gasto exorbitante en divisas y, sobre todo, la renuncia una vez más a desarrollar tecnologías europeas propias. Todo ello, en claro contraste con países como Rusia, China o incluso Cuba, que se apresuraron a desarrollar sus propias vacunas. En la vieja Europa, la presidente de la Comisión Europea, Frau Ursula von der Leyen, estaba demasiado ocupada con el negocio de la venta de dichas vacunas al mercado europeo para pensar en esas menudencias. Pero desde luego, no hubo ningún político europeo de renombre que osara pensar en semejante alternativa, tan dañina para los intereses del Big Pharma estadounidense. Por supuesto, que ninguno de los grandes conglomerados informativos europeos ha reparado jamás en el vasallaje tecnológico que implicaba una decisión de este calibre, que daba a entender que Europa dispone de una ciencia de segunda categoría -¿inferior a la de un pequeño país caribeño como Cuba, quizás?-, incapaz de enfrentarse a un desafío como la pandemia. La alternativa europea consistió no sólo en frustrar las propias posibles iniciativas a desarrollar en Europa, sino también en iniciar una campaña de desprestigio contra la vacuna Sputnik rusa e incluso contra la AstraZeneca británica. Y como siempre, el silencio mediático al respecto fue atronador.
Quizá las últimas muestras de una tibia independencia respecto a Estados Unidos se dieran con motivo de dos de las guerras imperiales washingtonianas de las últimas décadas; la guerra de Vietnam y la de Irak. En la de Vietnam, el Imperio Americano se encontró en una atroz soledad, incapaz de doblegar la resistencia asiática de ese pueblo atrasado compuesto por amarillos que además insistían en volverse rojos. Estados Unidos no sólo se quedó con el oprobio de la derrota sino, además, con la responsabilidad del inútil genocidio de más de dos millones de vietnamitas. Fue en esta guerra cuando incluso el primer ministro de la época del fiel aliado británico, Harold Wilson, se negó en redondo a participar y a comprometer sus tropas en aquel país tan lejano. Desde ese momento, una de las obsesiones del Imperio fue que ese espectáculo de soledad no volviera nunca a repetirse, y mucho menos tener que afrontar únicamente por sus propios medios y con sus propias bajas una empresa guerrera de ese tipo más el estigma de la sangre derramada.
En ese sentido, la guerra de Iraq ya fue distinta. Además de urdir la patraña de las armas de destrucción masiva, USA consiguió enrolar en esa guerra inmoral a varios países a los que , por boca del inefable criminal Donald Rumsfeld, calificó como la “New Europe”-aparte de la España de Aznar, en su mayoría países del este de Europa-, en contraste con la “Old Europe”, formada por países como Francia, Alemania y la mayoría de los países de la UE que se negó a participar en aquella masacre genocida colonial disfrazada de contienda contra el terrorismo. La pataleta yanqui no terminó allí, e incluyó muchas reacciones pintorescas, como, por ejemplo, dejar de llamar a las patatas fritas “French fries” para pasar a llamarlas “Freedom Fries”, una moda que sólo llegó a cuajar entre los más obcecados.
El proceso de pérdida de identidad europea ha sido largo pero incesante, y se ha acelerado de manera trepidante en el último decenio. De hecho, Europa ha seguido la misma marcha errante de su patrón del otro lado del Atlántico tanto en la crisis económica mundial derivada del estallido de las “subprime” americanas como en su lucha más bien ineficaz contra la pandemia del coronavirus. Pero al término de esta década prodigiosa para algunos y catastrófica para otros, se ha producido un hecho probablemente irreversible; el jaque mate dado a la UE por parte de su supuesto aliado norteamericano.
No cabe duda de que la guerra de Ucrania, al igual que las dos guerras mundiales del pasado siglo, marcará un antes y un después en la historia de Europa. Por de pronto, en aras de la causa que lo justifica todo de luchar contra el Satanás ruso, Europa ha renunciado de manera indefinida a su fuente más segura de energía barata. No sólo se dedicará durante años a comprar en cantidades industriales GNL norteamericano, como mínimo un 40% más caro que el ruso o el argelino y mucho más contaminante, sino que se han producido curiosos realineamientos y caída de máscaras en la política europea, en la que se ha visto que los verdes eran en realidad de color azul otánico, como, por ejemplo, la ministra de asuntos exteriores alemana Annalena Baerbock, quien ya anuncio con ocasión de una reunión en Praga de un llamado Forum 2000 que estaba decidida a seguir con la cruzada antirrusa “piensen lo que piensen los votantes alemanes”, y todo ello a pesar de la sombría crisis económica que se cierne sobre todo el continente europeo, así como aprovechó para recalcar que se sentía orgullosa de tener un abuelo de la Wehrmacht que había luchado “a su manera” para tener una Europa Unida. Aparte de eso, han vuelto a reactivarse fuentes de energía no hace mucho descartadas por contaminantes o de un gran riesgo, como la del carbón o la nuclear. Algo que cuando menos hace dudar de la viabilidad efectiva de las llamadas energías alternativas no contaminantes, por mucho que existan también dudas sobre la limpieza de dichas energías.
Por supuesto que el gran ganador de toda esta crisis es el sempiterno amigo americano, hasta el punto de que un economista tan reputado como Michael Hudson ha dicho sin ambages que la presente crisis no sería sino un intento muy logrado de Estados Unidos no sólo de echar a perder la posibilidad de un futuro euroasiático que en cierta forma dejase de lado los intereses de Washington, sino de un ataque directo a la economía alemana, considerada como el motor de la economía productiva europea. ¿Cuál sería en este contexto el futuro de Europa? Pues como se anticipó de manera humorística por parte de ciertos comentaristas norteamericanos hace ya décadas, convertirse en una especie de enorme parque temático para deleite de turistas norteamericanos y japoneses, previa exclusión de cualquier rastro de turismo ruso o chino. En este sentido, el “fuck Europe” de la responsable para asuntos europeos y euroasiáticos Victoria Nuland cobraría un sentido más macabro que nunca. Europa ha escogido un camino en el que no tiene más remedio que colaborar en la campaña militar contra Rusia con el objetivo último e inconfesable de derrocar al régimen actual para instalar en Moscú a un nuevo Yeltsin o, mejor todavía, a un Novalny que actúe de marioneta de Estados Unidos y se digne a volver a venderle energía barata a Europa al estilo del saqueo de Rusia desde dentro que caracterizó la década de los 90, previa eliminación de una verdadera independencia del coloso euroasiático. Es de suponer que, una vez alcanzado el objetivo, el amigo americano sea lo bastante agradecido para darles a sus súbditos europeos esta merecida limosna después de los años de penurias que se avecinan. Todo sea por la causa de mantener el orden unipolar que actualmente gobierna el mundo.