domingo, 25 de septiembre de 2022

DEIÀ, MITOS Y REALIDAD

Recordando a los antiguos juglares galeses, harapientos y flacos, que se juntaban a la sombra de los árboles para cantar versos, escribe Robert Graves en “La Diosa Blanca”: “Las tres cosas que enriquecen al poeta son los mitos, la potencia poética y un surtido de poesía antigua”.

Arribé a Deià el 7 de diciembre de 1985, el mismo día que murió Robert Graves muy cerca de donde me hospedé. No esperaba conocerlo, llevaba diez años inmóvil y callado por una demencia, pero quise palpar el aroma de ese pueblecito de apenas 800 habitantes, la mitad extranjeros y artistas, llegados a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, atraídos por el magnetismo de los olivos milenarios, el olor de los naranjos en los huertos con paredes de piedra, las higueras azuladas y los tonos rojizos de la sierra Tramuntana, todo envuelto en los turquesas marinos mediterráneos y en el mundo poético que creó Graves.

Mientras acomodábamos en la pensión maletas y trastes de pintar, escuchamos la noticia. Muerto el dios principal del Olimpo, alrededor del cual giraba la vida artística, intelectual y poética de Deià, pudiera parecer que llegamos tarde para comprender el origen de esa sinergia. Pero nada muere completamente, nos sumamos al movimiento esa misma noche. Las campanas tañían, seguimos a los vecinos que, colina arriba por las calles empinadas, con cirios encendidos en las manos y sin llantos, iban relevándose para llevar a hombros el féretro hasta la iglesia situada arriba, donde iba a permanecer el ataúd hasta la mañana. La luna menguante brillaba haciendo un último homenaje al poeta que tanto la reverenció.

Caminar tras los hijos del creador de “La diosa blanca” y de “Yo Claudio”, el día que reposarían sus restos bajo la sombra de un ciprés, era una extraña puerta de entrada en el mundo Deià. Al día siguiente lo enterrarían en el peculiar cementerio encastillado situado en la cima y desde el que se puede otear el mar en su inmensidad y la sierra de Tramuntana. Una pequeña losa cubrió su tumba, en la que alguien escribió a mano sobre el cemento húmedo este sencillo epitafio: Robert Graves, poeta.

Seguimos transitando la noche, deambulamos entre los bancales, olía a olivo, el espectáculo de la luna menguante con el perfil de una diosa blanca rompía la oscuridad. No muchas veces se ve un claro de luna tan resplandeciente. Provocaba en la mente la sensación de no vivir de día ni de noche sino en otra estancia donde los olivos vigilaban un sueño de luces y sombras primitivas. Era el reino de la diosa Luna.

En las afueras nos cruzamos con Joan Bibiloni, con quien coincidiríamos muchas veces. Nos presentaron, hablamos de la muerte como era natural y de la claridad de la luna, como también era obvio. En aquellos caminos nocturnos cualquier voz humana se amplía, descubrí así otro de los misterios por los que un músico queda atrapado en esos parajes.

Bibiloni siguió por la carretera con su guitarra al hombro. Y nosotros, mi compañero y un amigo, continuamos recorriendo los alrededores. Yo había leído “La Diosa Blanca”, recordaba el capítulo de “La Batalla de los Árboles” recogido de un poema galés medieval. Al parecer los druidas crearon un alfabeto adjudicando nombres de árboles a cada letra. Me había impresionado ese relato y entre bromas y lances poéticos fuimos componiendo otro abecedario con los nombres de las plantas que veíamos. Hacía frío, no queríamos despertar a la dona de la pensión a hora tan avanzada, así que dormimos en casa del amigo con la intención de buscar enseguida algo de alquiler cerca del acantilado.

A cien metros del llamado camino de los pintores que bordeaba los acantilados rosados, rodeada de terrazas de olivos y limoneros nos alquiló una casa la señora María, frente al mar, con la suerte de poder pagar con cuadros, transacción común en una aldea de artistas, lo que al mismo tiempo nos obligaba a no relajar en el trabajo.

Sin disfraces, sin apellidos, sin luces de escenario, los artistas se reunían en las calles, en los bares, en la cala, por los caminos del Teix, en todas partes, buscando una inspiración en un color, en un aroma, o entre los centenarios pinos que caían hacia el mar, donde a los pocos días de la muerte de Graves bajamos gentes vestidas de blanco para hacer un homenaje espontáneo a quien fue mecenas, musa y maestro poético. Alguien deslizó unos versos emulando a los bardos celtas. Mi compañero pintó un mandala blanco sobre una roca, otros bailábamos, dulce blancura de juventud, la verdad es que acabamos algo confusos tras innumerables versos y muchas botellas de hierbas mallorquinas y tunecinas. La pintora sueca que teníamos por vecina, trajo unos dulces que agradecimos porque mucha de aquella gente vivía sin mucho comer y con no poco beber.

Nos instalamos en la casa rodeados de olivos y ovejas grandes, rosadas y bravías como las ovejas griegas, dedicados a absorber y reflejar en la tela y en los papeles cuanto veíamos y sentíamos. En primavera ya pudimos hacer una exposición. Tomás (hijo de Robert) había montado una imprenta, nos hizo los carteles, era educado y afable. Varias veces me bajó en coche por el camino de la cala (enseguida contaré el motivo) que su padre había hecho arreglar, me contaba pequeñas ternuras de la infancia, cómo de niños los llevaba corriendo para bañarse, incluso un verano había alquilado una mula para llevarlos

El motivo de aceptar bajar en coche (algo para mí impensable, soy pedestre) tuvo que ver con los guardianes de Narcís Serra, entonces señor ministro, que veraneaba en una casa cercana. Ocurrió que una noche de luna clarísima, bajábamos mi compañero y yo andando con el caballete y la bolsa de los colores, con el deseo de esperar el amanecer en la cala, estirando así los sentidos que recogerían mejor el ambiente, cuando nos dan el alto dos guardias civiles, nos preguntan dónde vamos y qué vamos a hacer, era evidente pues llevábamos dos lienzos blancos montados, ¡que cómo íbamos a pintar de noche! dijo uno, mientras el otro cogió la bolsa de los colores y hurgó y hurgó tanto que sacó la mano manchada de óleo y no se le ocurrió más que limpiarse en su traje verde, hasta que quedó “hecho un cuadro”, y empezó a gritar “¿Con qué se quita esto?”. Menos mal que la cosa no fue a más y nos dejaron continuar.

Cada vez que venía al pueblo el señor ministro, era tan desagradable ver a los pistoleros apostados, que yo aceptaba cualquier invitación a bajar en coche.

De los 4 hijos de Graves y de Beryl, su segunda mujer oficial con la que vino ya de forma definitiva en 1946 (había dejado otros cuatro hijos en Inglaterra de la primera mujer) con quien más relación tuve fue con Tomás y con Lucía, mujer de dulce voz, traductora de las obras de su padre, también cantaba acompañando a su marido, el músico Ramón Farrán. La madre, Beryl, era una mujer tranquila, todo lo contrario a la locura de la poetisa Laura Riding, la musa inspiradora de la diosa blanca, que tanto había influido en Graves para bien y para mal y con la que se instaló en Deià por primera vez en 1929. De Laura contaban chismes los lugareños, (nunca escuché a los hijos hablar de ella), muchos hongos alucinógenos y una cabeza exhibicionista dejaron historias para contar y recontar.

La vida del escritor estuvo plagada de relaciones con mujeres a las que llamaba musas, mucho más jóvenes que él casi siempre, con la aceptación respetuosa de Beryl. Una de las últimas, una ilustradora, no recuerdo el nombre (se hacía llamar según el tiempo por dos nombres distintos) cuentan que convocó en la cala a un viejo ya Robert y al poeta sufí Idries Shah, los mandó desnudar y meterse en un círculo que ella había pintado en la arena con sangre de conejo, los embadurnó con la misma sangre y situando la mano derecha de cada uno sobre el corazón del otro, les hizo repetir: “Cuando uno llame, el otro vendrá”, dio un grito y marchó aporreando un tambor. Era manipuladora y narcisista.

Los dioses, las musas y las diosas tienen su reverso de la moneda y como lo personal se halla incardinado con las obras de arte, no sabemos en qué medida la inspiración surge del amor o del horror. Es la Triple Diosa, que se mueve entre la pasión, el tormento y la poesía.

Por las noches nos veíamos en el Charlie Tron's, un local donde podías encontrar a Mike Olfield, a Kevin Ayers bien cargado de alcohol casi siempre, al ambidextro Ollie Halsall, a Bibiloni y a otros grandes, que pasaban por invisibles y tocaban el piano o la guitarra de forma espontánea, acudía también la banda de Tomás y Juan Graves, me sentaba al lado de Lucía en un extremo del local y observábamos el espectáculo artístico-lisérgico. En ocasiones yo no sabía a quién escuchábamos, se hacía música, se bebía, se cantaba, y algunos se cargaban de polvos blancos. Pura inspiración, locura, teatro, y bastante desfase, que vivirlo entonces semejaba una pasión encendida por la vida, pero no muy tarde percibimos el peligro. La moza que entonces estaba con Ollie nos alertó de las consecuencias. Deià descarga sus largos látigos sobre la cordura y si no sabes parar a tiempo te traga como una planta carnívora. “Mallorca es el paraíso, si puedes resistirlo”, avisó Gertrude Stein a Graves, la primera vez que vino. Por eso Bibiloni un día dijo que pronto regresaría a Manacor, Tomas Graves y su compañera también marcharon a vivir a otro pueblecito malloquín, el magnetismo y la conjunción de arte, hierbas y locura no se puede soportar mucho tiempo.

Al llegar el verano apareció por allí mucha gente, entre ellos la recua de Almodóvar, se instalaron en Llucalcarí, una aldea próxima con una playita paradisíaca de barro donde nos enlodábamos, el contraste de sus modos exhibicionistas y groseros con el ambiente tan límpido me provocó tal náusea que aún no me ha desaparecido.

Otro habitante era el pintor alemán Mati Klarwein, un tipo simpático que atraía a su alrededor a una corte de aduladores que lo tenían como un dios o un benefactor más bien, a él le molestaba. Mati era el pintor rico, su obra merecía ser bien considerada, había pintado años atrás la portada del disco Abraxas de Santana, con la Diosa Negra que anhelaba Robert Graves. Por las noches se sentaba en el bar, siempre al fondo, ocupando dos o tres mesas para su círculo de “moscas”. Murió hace poco y está enterrado también en el cementerio de Deià, al igual que Kevin Ayers, y un número grande de artistas que dejaron allí su sombra.

Podría alargar el relato con muchos nombres y experiencias, pero no es el soporte adecuado. Acabaré solo hablando de Maciá.

Maciá, el payés, tenía cabeza de pájaro, hablaba poco, sonreía a foráneos y vecinos, lo saludaban como al tonto simpático del pueblo. Por las noches en el bar permanecía largas horas apoyado en la barra con una cerveza. No miento si digo que fui de las pocas personas que pasaban tiempo charlando con él, le preguntaba por su huerto, las patatas que decía eran las mejores. Me contaba historias, unas verdaderas y otras fantásticas, tenía un profundo conocimiento de las plantas, de los árboles, de las hierbas, y adornaba los relatos con versos de la mitología celta.

Transcurrido el tiempo, pienso que fue el campesino Maciá, quien absorbió mejor el aura poética del entorno que Graves había adorado y había reflejado en su obra, mucho más que cualquiera de los mil artistas que lo han intentado con sus aperos.

Entre tantos dioses, tanto arte, tanta locura y tantos desfases, ese payés sencillo representaba una claridad encendida, el verdadero espíritu de Deià, la tierra y la luna que cautivaron a Robert Graves 50 años atrás.

Para los druidas celtas Maciá hubiese sido el manzano silvestre del alfabeto.

E I R E N E

lunes, 19 de septiembre de 2022

FUCK EUROPE

Una gran potencia que deja de serlo tiene varios caminos; resignarse pura y simplemente a no serlo más, como fue el caso de Holanda, creerse que todavía lo es cuando ya hace mucho que ha dejado de serlo –caso de España-, o bien unirse a otros países que puedan servirle de aliados y con los que comparta intereses para mantener al menos algo de ese poderío.

Ninguno de los países que componen actualmente la UE pueden considerarse a sí mismo como una gran potencia. El más reticente de todos ellos a aceptar esa realidad, Inglaterra más sus tres miniestados cautivos, llegó al extremo de abandonar la unión a fin de vindicarse a sí misma como un país “diferente” –en el sentido de mejor- que el resto de naciones decadentes europeas con ocasión del inolvidable referéndum del Brexit. Pero la realidad es que los europeos renunciaron ya hace décadas a tener un papel relevante en los grandes asuntos internacionales. No sólo fueron cooptados militarmente a través de la OTAN por Estados Unidos, sino que, poco a poco, fueron cediendo el terreno en todos los terrenos dominantes de la vida y la tecnología modernas, empezando por la informática, abandonada por completo ante los gigantes de Silicon Valley, y culminando en el reciente ridículo europeo de resignarse a depender de las vacunas norteamericanas ante el horror de la pandemia del Covid, con el consiguiente gasto exorbitante en divisas y, sobre todo, la renuncia una vez más a desarrollar tecnologías europeas propias. Todo ello, en claro contraste con países como Rusia, China o incluso Cuba, que se apresuraron a desarrollar sus propias vacunas. En la vieja Europa, la presidente de la Comisión Europea, Frau Ursula von der Leyen, estaba demasiado ocupada con el negocio de la venta de dichas vacunas al mercado europeo para pensar en esas menudencias. Pero desde luego, no hubo ningún político europeo de renombre que osara pensar en semejante alternativa, tan dañina para los intereses del Big Pharma estadounidense. Por supuesto, que ninguno de los grandes conglomerados informativos europeos ha reparado jamás en el vasallaje tecnológico que implicaba una decisión de este calibre, que daba a entender que Europa dispone de una ciencia de segunda categoría -¿inferior a la de un pequeño país caribeño como Cuba, quizás?-, incapaz de enfrentarse a un desafío como la pandemia. La alternativa europea consistió no sólo en frustrar las propias posibles iniciativas a desarrollar en Europa, sino también en iniciar una campaña de desprestigio contra la vacuna Sputnik rusa e incluso contra la AstraZeneca británica. Y como siempre, el silencio mediático al respecto fue atronador.

Quizá las últimas muestras de una tibia independencia respecto a Estados Unidos se dieran con motivo de dos de las guerras imperiales washingtonianas de las últimas décadas; la guerra de Vietnam y la de Irak. En la de Vietnam, el Imperio Americano se encontró en una atroz soledad, incapaz de doblegar la resistencia asiática de ese pueblo atrasado compuesto por amarillos que además insistían en volverse rojos. Estados Unidos no sólo se quedó con el oprobio de la derrota sino, además, con la responsabilidad del inútil genocidio de más de dos millones de vietnamitas. Fue en esta guerra cuando incluso el primer ministro de la época del fiel aliado británico, Harold Wilson, se negó en redondo a participar y a comprometer sus tropas en aquel país tan lejano. Desde ese momento, una de las obsesiones del Imperio fue que ese espectáculo de soledad no volviera nunca a repetirse, y mucho menos tener que afrontar únicamente por sus propios medios y con sus propias bajas una empresa guerrera de ese tipo más el estigma de la sangre derramada.

En ese sentido, la guerra de Iraq ya fue distinta. Además de urdir la patraña de las armas de destrucción masiva, USA consiguió enrolar en esa guerra inmoral a varios países a los que , por boca del inefable criminal Donald Rumsfeld, calificó como la “New Europe”-aparte de la España de Aznar, en su mayoría países del este de Europa-, en contraste con la “Old Europe”, formada por países como Francia, Alemania y la mayoría de los países de la UE que se negó a participar en aquella masacre genocida colonial disfrazada de contienda contra el terrorismo. La pataleta yanqui no terminó allí, e incluyó muchas reacciones pintorescas, como, por ejemplo, dejar de llamar a las patatas fritas “French fries” para pasar a llamarlas “Freedom Fries”, una moda que sólo llegó a cuajar entre los más obcecados.

El proceso de pérdida de identidad europea ha sido largo pero incesante, y se ha acelerado de manera trepidante en el último decenio. De hecho, Europa ha seguido la misma marcha errante de su patrón del otro lado del Atlántico tanto en la crisis económica mundial derivada del estallido de las “subprime” americanas como en su lucha más bien ineficaz contra la pandemia del coronavirus. Pero al término de esta década prodigiosa para algunos y catastrófica para otros, se ha producido un hecho probablemente irreversible; el jaque mate dado a la UE por parte de su supuesto aliado norteamericano.

No cabe duda de que la guerra de Ucrania, al igual que las dos guerras mundiales del pasado siglo, marcará un antes y un después en la historia de Europa. Por de pronto, en aras de la causa que lo justifica todo de luchar contra el Satanás ruso, Europa ha renunciado de manera indefinida a su fuente más segura de energía barata. No sólo se dedicará durante años a comprar en cantidades industriales GNL norteamericano, como mínimo un 40% más caro que el ruso o el argelino y mucho más contaminante, sino que se han producido curiosos realineamientos y caída de máscaras en la política europea, en la que se ha visto que los verdes eran en realidad de color azul otánico, como, por ejemplo, la ministra de asuntos exteriores alemana Annalena Baerbock, quien ya anuncio con ocasión de una reunión en Praga de un llamado Forum 2000 que estaba decidida a seguir con la cruzada antirrusa “piensen lo que piensen los votantes alemanes”, y todo ello a pesar de la sombría crisis económica que se cierne sobre todo el continente europeo, así como aprovechó para recalcar que se sentía orgullosa de tener un abuelo de la Wehrmacht que había luchado “a su manera” para tener una Europa Unida. Aparte de eso, han vuelto a reactivarse fuentes de energía no hace mucho descartadas por contaminantes o de un gran riesgo, como la del carbón o la nuclear. Algo que cuando menos hace dudar de la viabilidad efectiva de las llamadas energías alternativas no contaminantes, por mucho que existan también dudas sobre la limpieza de dichas energías.

    Por supuesto que el gran ganador de toda esta crisis es el sempiterno amigo americano, hasta el punto de que un economista tan reputado como Michael Hudson ha dicho sin ambages que la presente crisis no sería sino un intento muy logrado de Estados Unidos no sólo de echar a perder la posibilidad de un futuro euroasiático que en cierta forma dejase de lado los intereses de Washington, sino de un ataque directo a la economía alemana, considerada como el motor de la economía productiva europea. ¿Cuál sería en este contexto el futuro de Europa? Pues como se anticipó de manera humorística por parte de ciertos comentaristas norteamericanos hace ya décadas, convertirse en una especie de enorme parque temático para deleite de turistas norteamericanos y japoneses, previa exclusión de cualquier rastro de turismo ruso o chino. En este sentido, el “fuck Europe” de la responsable para asuntos europeos y euroasiáticos Victoria Nuland cobraría un sentido más macabro que nunca. Europa ha escogido un camino en el que no tiene más remedio que colaborar en la campaña militar contra Rusia con el objetivo último e inconfesable de derrocar al régimen actual para instalar en Moscú a un nuevo Yeltsin o, mejor todavía, a un Novalny que actúe de marioneta de Estados Unidos y se digne a volver a venderle energía barata a Europa al estilo del saqueo de Rusia desde dentro que caracterizó la década de los 90, previa eliminación de una verdadera independencia del coloso euroasiático. Es de suponer que, una vez alcanzado el objetivo, el amigo americano sea lo bastante agradecido para darles a sus súbditos europeos esta merecida limosna después de los años de penurias que se avecinan. Todo sea por la causa de mantener el orden unipolar que actualmente gobierna el mundo.

V E L E T R I

lunes, 12 de septiembre de 2022

EL CONFLICTO ENTRE LA PALABRA Y LA IMAGEN

Hace ya algunas décadas, un pensador canadiense nos mostró los grandes cambios que las nuevas tecnologías de la comunicación introducían en la forma de pensar del ser humano. Se llamaba Herbert McLuhan (1911-1980). Su aforismo "el medio es el mensaje" se popularizó sin que llegáramos a discernir su alcance revolucionario en los esquemas de investigación que hasta entonces se utilizaban para establecer el significado de los procesos comunicativos en la historia humana. "El medio es el mensaje" viene a decir que, si los artefactos de la comunicación son prolongaciones de los sentidos del ser humano, su forma tendrá que incidir en las maneras de percibir y construir el mundo y el conocimiento. 

Décadas más tarde, un médico estadounidense, Leonard Shlain, en su libro El alfabeto contra la Diosa (2000) recogió el testigo del pensador canadiense y lo aplicó para responder a una cuestión que él no había considerado en sus escritos. Shlain se hizo la misma pregunta que muchos se habían estado haciendo durante los últimos cien años, principalmente desde el feminismo: A qué era debida la caída en desgracia del poder femenino a lo largo de la historia (sobre todo en Occidente)  arrinconado y suplantado por el patriarcado y la misoginia, es decir, qué mecanismo se puso en marcha para que la "diosa" hubiese caído de su pedestal y fuera sustituida por el absoluto poder de dioses masculinos, que supuso un cambio de paradigma en la forma de aprehender, entender y explicar la realidad humana, que afectó a su historia y a su epistemología. Y la respuesta que encontró fue, además de novedosa, sorprendente: La causa, si no del establecimiento, sí del refuerzo del patriarcado fue posible gracias a un instrumento que hemos considerado siempre una de nuestras más loadas marcas de progreso humano: La escritura.

Apoyándose en los estudios de Roger Sperry, en los cuales demostró la lateralidad del cerebro humano, según la cual, el cerebro utiliza la parte derecha por su capacidad de síntesis y simultaneidad para percibir imágenes y la parte izquierda -soporte del lenguaje- para el análisis y la abstracción, Shlain consideró que, si a esa oposición entre palabra e imagen, entre hemisferio izquierdo y hemisferio derecho, puede hacérsele corresponder la oposición masculino/femenino, eso explicaría cómo el dominio de lo masculino está asociado con el poder de la escritura, del pensamiento lineal, lógico y racional que ha preponderado en nuestra cultura durante más de 5.000 años.

Esta es pues, su hipótesis principal: La aparición de la escritura contribuyó a sobredimensionar un modo de percibir la realidad, de observarla, de analizarla, de entenderla que reforzó unas formas culturales y debilitó otras. Y esas formas culturales coinciden con lo que se han considerado siempre valores masculinos..

Shlain demuestra a partir de una extensa documentación que, a lo largo de la historia, las distintas sociedades eran tanto más patriarcales cuanto más alfabetizadas estaban y, al contrario, en épocas en que en esas mismas sociedades decaían la escritura y la alfabetización, el dominio patriarcal disminuía. Estos vaivenes cíclicos terminaron -al menos en Occidente- con la aparición de la imprenta, hace 500 años. En efecto, el reinado de la imprenta y la palabra escrita en la cultura occidental reforzaban unas formas de pensar asociadas a la linealidad, la secuencialidad, la abstracción, el razonamiento lógico, la figura más que el fondo. Actividades que se corresponden además con las funciones principales del hemisferio izquierdo del cerebro. El cambio de paradigma en la forma de pensar y percibir la realidad que supuso la imprenta y el dominio de la palabra escrita en la transmisión del conocimiento no fue producto tanto de los contenidos que se transmitían a través de la escritura (mensaje) sino de la forma en que se presentaban (medio).

Unido a todo esto, Shlain se detiene también en la crisis de los valores de la Ilustración, del racionalismo, de la modernidad, en definitiva, de la escritura, que han preconizado diversos pensadores a lo largo del s. XX (desde Freud a la Escuela de Frankfurt) y lo relaciona con la aparición de las tecnologías, primero de la radio y la televisión y hoy de la informática y las telecomunicaciones. Estos nuevos artefactos de comunicación reforzarían el dominio de la imagen sobre la palabra, de lo acústico, lo global, lo simultáneo, el fondo sobre la figura, es decir, las habilidades del hemisferio derecho, con lo que se daría otro cambio de paradigma por el cual la supremacía de la forma de pensar predominantemente masculina disminuiría en beneficio de un nuevo pensar en femenino..

La pregunta que debemos hacernos es, pues, si esta crisis de valores de la modernidad, heredera del racionalismo y la Ilustración y, junto con ella, la decadencia de la escritura, de la palabra escrita, en beneficio de otras formas de comunicación más holísticas, ha de verse en negativo o como una oportunidad para restablecer el equilibrio entre dos formas de aprehender la realidad e interpretarla -la masculina y la femenina- y, junto con él, restablecer también el equilibrio de una sociedad que hace mucho tiempo que escora de manera dramática hacia una dirección: La del colapso de la humanidad que, además, puede arrastrar con él al resto de la naturaleza con la que comparte el planeta.

Por cierto, es llamativo que la editorial haya descatalogado el libro, no se encuentre por ninguna parte -ni en PDF- y las páginas de la web en las que aparece a la venta lo tengan todas "agotado" o "no disponible en stock".

𝕸𝖆𝖑𝖊𝖋𝖎𝖈𝖆𝖊

domingo, 4 de septiembre de 2022

LA SENSACIÓN DE PODER

La libertad no tiene sentido si no viene acompañada de un cierto poder. O de la impresión de poder. Se supone que la manera más evidente de ejercer el poder en una de las sociedades llamadas democráticas es a través del ceremonial del voto, que en la mayoría de los países se produce cada cuatro años. Se vota a unos determinados candidatos que deben representar al pueblo teóricamente soberano. En algunos países, esta ceremonia puede venir reforzada por la celebración esporádica de referéndums sobre cuestiones puntuales. Una de las funciones del poder es procurar que dichas cuestiones a dilucidar en las consultas no sean realmente vitales para el sistema. Cuando los referéndums se refieren a temas de auténtica enjundia, como por ejemplo el Brexit en Gran Bretaña, pueden producirse sorpresas desagradables, razón por la que no conviene abusar de ellos. En cuanto al derecho a declarar la guerra a otros países, ese sí que es un derecho que el Poder con mayúsculas se reserva en exclusiva. En las últimas décadas, ese derecho o privilegio se ha ejercido contra aquellos países –Yugoslavia, Afganistán, Irak, Libia, Siria, Rusia- que de alguna manera ponían trabas al poder omnipresente de la única gran potencia mundial y sus países socios.

Otra cosa es que desde determinados sectores de esas sociedades democráticas se abogue de manera directa o indirecta por el apoliticismo , o lo que en países como España vino a llamarse “pasotismo” a fines de los años setenta. Convencionalmente, este desapego hacia la política solía favorecer a los estratos más reaccionarios de las clases dominantes, con lo cual gozaba de una cierta complicidad y benevolencia por parte del poder. Los países como Bélgica, en los que el voto es obligatorio –y alguno más- son las excepciones que confirman la regla. De todos modos, nada demuestra que una mayor participación ciudadana altere necesariamente los resultados manifestados en las urnas por los votantes que sí ejercen su derecho. Las tendencias políticas de los gobiernos belgas, por ejemplo, son del todo homologables a las de los demás países europeos, e incluso allí el tema realmente candente es también el étnico por la rivalidad entre flamencos y francoparlantes.

Pero el fenómeno de la abstención ya ha adquirido dimensiones de auténtica protesta, al menos en países como Francia, donde el 52% de los electores no votaron en las pasadas legislativas, una circunstancia que anteriormente sólo solía darse en la extremadamente conformista sociedad norteamericana, a su vez cada vez más radicalizada y escindida en dos bandos irreconciliables en los últimos años. El abstencionismo francés, sin embargo, no parece que refleje conformismo, sino todo lo contrario. Es un abstencionismo lleno de protesta y desesperanza, a la espera aparente de que surja otra corriente de contestación a la política establecida como fue el de los “gilets jaunes”, o quizá la repetición de un movimiento legendario como fue el mayo del 68. Son movimientos transversales, de escasa coherencia ideológica, que agrupan a contestatarios de muy diversas ideologías, lo cual dificulta a la larga sus posibilidades de éxito. Pero son también un síntoma infalible de una crisis cada vez más enconada que el régimen capitalista neoliberal actual es capaz de agudizar y quizá gestionar pero no de resolver. Las capas sociales que se adhieren a estos movimientos contestatarios suelen sufrir una notable pérdida de poder en sus ámbitos de acción cotidiana. Sometidas a unas periódicas y cada vez más severas “curas de austeridad”, ven que sus derechos sociales colectivos quedan mermados de manera gradual pero inexorable. No se les fusila ni se les ahorca, sino que se les condena a una especie de muerte o degradación lenta. 

Sin embargo, hay una esfera muy importante de sus vidas que parece quedar al resguardo de todas estas restricciones y estrecheces; la esfera de su vida privada. Cualquier adolescente o joven en el paro cobrando un salario de miseria en un contrato temporal de tres meses puede comprarse ni que sea a plazos un móvil 5G, tatuarse tantas partes de su cuerpo como quiera –si tiene el dinero para ello, claro, y se diría que cuanto más tatuajes lleve una persona más libre se siente; lo que anteriormente era un hábito de presidiario ha sido cooptado por el sistema con la misma facilidad con la que asimila cualquier otra cosa-, drogarse como quiera, gastarse todo lo que ha ganado en una semana o en un mes en comprar una entrada para ver un recital de su cantante de rock favorito, o puede incluso recorrer al aborto o a la homosexualidad abierta, siempre y cuando no tenga ningún encontronazo con alguno de los grupillos nazis que pululan por esas calles. Sólo en algunos de los estados USA controlados por el cada vez más fundamentalista Partido Republicano se ven restringidas algunas de estas libertades. Así que a medida que los individuos pierden el derecho a la vivienda, a un empleo seguro, a una educación completa financiada por el estado e incluso a la sanidad, queda el consuelo de disfrutar de todas esas libertades a menudo meramente hedonistas que el sistema les brinda en su ámbito privado. 

Pocas herramientas en la historia de la Humanidad han proporcionado tanta sensación de poder como un ordenador o, quizá más todavía, un móvil inteligente. No es sólo una pequeña oficina en miniatura, sino un artilugio que permite comunicarse con cualquier personita en cualquier parte del mundo, ver películas en su pantalla, retransmisiones deportivas, cualquier tipo de video y música… Y por supuesto, un infinito caudal de noticias previamente censuradas y regimentadas por las grandes empresas de Silicon Valley como Facebook o Twitter a fin de mantener la necesaria homogeneidad ideológica buscada por las auténticas cabezas pensantes y gobernantes de la sociedad capitalista occidental del siglo XXI. Es un aparato que además mantiene a sus usuarios en una constante alerta. Nunca se sabe cuál de las docenas de notificaciones que cada día llegan a través del correo electrónico, Whatsapp, Twitter, etc. puede ser importante mientras todas las demás no son más que auténticas memeces. Pero siempre puede haber una que resulte vital, ya sea en el plano personal o profesional, dada la misma multifuncionalidad del aparato. Una sensación en cierto sentido similar a la de esos animalitos que están siempre escuchando en la maleza todos los sonidos temiendo que se les aproxime algún depredador en su existencia siempre precaria. También ellos saben que el menor descuido puede costarles muy caro.

En realidad, estaríamos hablando de una libertad de consolación. A medida que las posibilidades efectivas de realización personal de los ciudadanos en su vida diaria se reducen, el reino de los caprichos se amplía de manera geométrica. Casi hasta el infinito. Es posible elegir entre una infinidad de juegos en el móvil o en la tablet, y ser campeón o as de cualquier cosa, especialmente de un juego que no requiera una gran destreza por parte de sus practicantes, como por ejemplo el candy crush o decenas de otros. Si hablamos del futuro, es una posibilidad que apenas se vislumbra, especialmente para generaciones a las que ya se les ha inculcado la idea del “There is no future!”, que ya no es sólo la letra de una canción de rock sino casi toda una filosofía de vida. En cuanto a la ausencia de una pensión de jubilación cuando se alcance la vejez –si se alcanza- o la posibilidad de no poder costearse una asistencia sanitaria privada, son avatares en los que es mejor no pensar y que, en todo caso, les ocurrirán a otros. Y si te toca, mala suerte. Es en situaciones como esta en las que mejor se comprende que el auténtico panorama del capitalismo, especialmente en su versión neoliberal, es el del nihilismo absoluto. Pero no nihilismo en lo que pudiera tener de liberador, sino en un desprecio a la integridad de los seres humanos y de cualquier derecho que vaya más allá del derecho a la pataleta, hipócritamente presentado como libertad de expresión. Una pataleta que muy rara vez sirve para cambiar las tendencias de fondo de mayor marginación social para amplias capas de la población.

¿Significa eso que habría que adoptar una postura a lo Rousseau y renegar de todo atisbo de progreso? ¿Abrazar un ludismo trasladado al consumo? ¿Conformarse con el telégrafo, el fax o el teléfono fijo y arrojar a un taller de desguace esos artefactos de alta tecnología que ya ocupan una parte inmensa y probablemente irrenunciable de nuestras vidas? Quizá sea la naturaleza la que tome esa decisión por nosotros. La que marque y delimite las auténticas posibilidades de un planeta al que se suponía de recursos casi infinitos. Es difícil cuantificar cuantas generaciones podrán disponer de un móvil para cada individuo, una vez abandonada por imposible la idea consumista de que cada familia del planeta dispusiera de dos vehículos, una de las fijaciones que el “American way of life” puso como ideal para el planeta entero pero que ha sido sustituida de manera cada vez más alarmista y constante por un maltusianismo prêt à porter también muy del gusto del sistema. Pero este sería el tema de otro artículo.

V E L E T R I