domingo, 28 de agosto de 2022

DE SOLEIMÁN A ERDOGÁN PASANDO POR ATATÜRK

“No tengo religión y, por momentos, quisiera a todas las religiones en el fondo del mar. Quien necesite a la religión para sostener su gobierno es un líder débil; es como si atrapara a su gente en una trampa. Mi gente aprenderá los principios de la democracia, los dictámenes de la verdad y las enseñanzas de la ciencia. Las supersticiones deben desaparecer” (Mustafá Kemal Atatürk). 

Había pensado hacer una entrada sobre mi viaje en plan “delicias turcas” o “pasión turca”, pero hubiera sido un rollo como los que sueltan en los publirreportajes y agencias de viajes. Así que este texto no va a ser una ruta de viajes turísticos sino un escrito histórico-político. Además, como en este blog es un clásico hablar de imperialismo, hoy vamos a seguir en esa línea, pero con la civilización turca. Así, aprovechando mi último viaje, hablaré del Imperio Otomano, que originó lo que hoy es la moderna Turquía.  

La cosa empezó con Osmán, un guerrero de Anatolia que sometió a las tribus rivales (todos los imperios empiezan igual, con un hombre carismático y conquistador). Y ahí empezó la dinastía osmanlí, que declaró su independencia de los selyúcidas y se enfrentó a los bizantinos. Sus sucesores continuaron su expansión originando en el siglo XIV el Sultanato Otomano, que se prolongó hasta 1922. En esta continua expansión hay que señalar la caída de Constantinopla y del Imperio Bizantino a manos del sultán Mehmed II en 1453. A partir de entonces la ciudad pasó a denominarse Estambul y se convirtió en la capital del Imperio. Luego vinieron las invasiones europeas y el Sitio de Viena por Solimán el Magnífico. Con este sultán el Imperio Otomano alcanzó su mayor extensión geográfica: lo que hoy es Bulgaria, Yugoslavia, Grecia, Hungría, Egipto, Jordania, Líbano, Israel, territorios palestinos, Macedonia, Rumania, Siria, Irak, partes de Arabia, costa norte de África y costas del mar Negro (lo que hoy es Ucrania). 

El poder turco suscitó el recelo y la preocupación en Europa. El Mediterráneo oriental era turco y desde el Norte de África operaban los piratas berberiscos, que hicieron esclavos a un millón y cuarto de europeos que capturaban en las costas de Francia, Italia, España y Portugal, llegando a Paises Bajos, Inglaterra e incluso Islandia. El comercio de esclavos otomano y musulman fue una fuente de ingresos importante (que se lo cuenten a Cervantes, que estuvo preso en Argel). Los reinos cristianos sintieron la amenaza turca y Felipe II reunió una coalición cristiana con los venecianos y el papado para enfrentarse a los turcos en 1571 en la batalla de Lepanto. 

A partir del siglo XVII el imperio empezó a debilitarse. Después llegaron las intrigas políticas internas, la decadencia, el fortalecimiento de otras potencias europeas, la competencia económica debido a las nuevas rutas de comercio y la Revolución Industrial, que desestabilizaron a este imperio. En el siglo XIX le habían puesto el mote burlón de “el enfermo de Europa” por su territorio disminuido, su recesión económica y su dependencia del resto de Europa. El territorio se reducía cada vez más y tras las guerras de los Balcanes en 1912 y 1913, Bulgaria, Grecia, Serbia y Montenegro consiguieron su independencia. 

En este contexto de degradación y decadencia, en 1908 los “Jóvenes Turcos” del partido nacionalista CUP (Comité de Unión y Progreso), organizaron una revolución y tomaron el poder. Antes de la Primera Guerra Mundial, el Imperio otomano estableció una alianza con Alemania y durante esta guerra su ejército perdió dos tercios de sus soldados y murieron tres millones de civiles. Tras la guerra empieza la partición del Imperio Otomano con el Tratado de Sevres de 1920: el Imperio Turco perdió sus antiguas posesiones y quedó reducido a Estambul y parte de Anatolia, cediendo sus territorios a la administración británica, francesa, italiana y griega. Ante esta situación, Atatúrk lideró la Guerra de Independencia, en la que se venció a los británicos, franceses, italianos, griegos y armenios: la población griega fue expulsada de Anatolia y los armenios sufrieron un genocidio. 

En 1922 los nacionalistas turcos abolieron el sultanato y acabaron con el imperio: creían que para detener la caída del Imperio había que occidentalizarse, modernizarse y secularizarse, porque el Islam frenaba el progreso social y originaba atraso civilizatorio. Tras esta revolución republicana, la Asamblea Nacional Turca proclamó la República de Turquía en 1923, en la que Atatürk tuvo una actuación decisiva y fundamental modernizando el país con una serie de reformas que cambiaron Turquía para siempre. Así, instauró un control estricto del Islam, prohibió el velo y la poligamia, hizo obligatoria la escolarización de las mujeres, cerró las madrazas o escuelas religiosas,  abolió  la  Sharía, introdujo una Constitución laica y un nuevo Código Civil que instauraba la igualdad de género,  declaró la laicidad del estado, concedió el derecho de voto a las mujeres (que podían ser votadas en las elecciones y trabajar en empleos públicos), cambió el calendario lunar por el gregoriano y sustituyó el alfabeto árabe por el latino. Todas estas reformas hacen que Atatürk sea considerado el “padre de la Turquía moderna”. Su legado más importante fue la secularización del país, que fue la vanguardia de la modernidad musulmana, con el apoyo del ejército, la clase política y las élites. En las décadas posteriores, esta secularización ha sido supervisada por el ejército turco, que adoptó un papel de guardián para que el país no regresara al poder del Islam y los islamistas. Es interesante este papel modernizador del ejército, a diferencia de otros ejércitos que son reaccionarios. 

Estos cambios los vi personalmente en mi primer viaje a Turquía, hace 20 años. Recuerdo cuando paseaba por la plaza y barrio de Taksim y observaba el look moderno de sus chicas jóvenes, en minifalda y con estilismo moderno (muy pocas llevaban velo). Pero en este segundo viaje el panorama ha cambiado radicalmente ¿Qué ha pasado? La respuesta es fácil: Erdogán y su reislamización. 

Erdogán, desde hace algunos años, ha modificado y revertido las políticas y el legado de Atatürk. Ha propiciado una reintroducción del islam en la vida pública y política para socavar este legado laico. Ha modificado la legislación que restringía el uso del velo en la administración, Universidades y estamentos públicos. Desde su llegada al poder, la islamización ha sido clara y las reformas de Atatürk han sido revertidas, lo cual se visibiliza en una mayor presencia del hiyab y nicab en la sociedad (el 60% de las mujeres llevan velo). Por eso ahora se ven mujeres policías con pañuelo (impensable hace años), se ha derogado la prohibición de usarlo en el ejército y se ve en la calle muchas chicas jóvenes con velo y varios hijos (tras la política natalista de Erdogán de fomentar un “Islam Turco”). Santa Sofía, museo desde 1935, ahora es mezquita y, por tanto, las mujeres deben ponerse velo (hace años no, y se podía visitar sin trabas).  

Desde hace años, hay una fractura social en Turquía entre kemalistas modernizadores (élites urbanas, clases políticas, ejército, administración y seguidores de Atatürk) y tradicionalistas islámicos (clases trabajadoras y personas de extracción social baja). Y como se ha impuesto la vía islamista, Turquía asume y sabe que no va a entrar en la UE (pocos europeos lo desean). Es cuestión de incompatibilidad legislativa y cultural. Por eso conceptos de la izquierda woke como feminismo, colectivos LGTBIQ, trans, homosexuales, empoderamiento de la mujer, etc, son despreciados por la sociedad y consideradas ideas de un Occidente decadente (las instituciones tratan cualquier activismo a favor de la comunidad LGTBIQ+ como una actitud subversiva). La realidad es que los caminos de Turquía y Europa son divergentes: la primera con su islamización y la segunda con su secularización. 

Resumiendo, hay una cierta nostalgia por el pasado otomano y un esfuerzo por restaurar una pequeña versión de aquel imperio, en el que el Islam jugaba un papel dominante. Por eso Erdogán utiliza la religión como cohesionador del país y hace una política identitaria parecida a la de la ultraderecha occidental. Quizás el neofascismo occidental y el islamofascismo están cerca. O que el Nacionalislamismo turco se parece al Nacionalcatolicismo franquista. Lo que tengo claro es que Atatürk fue un revolucionario modernizador imprescindible para Turquía y Erdogán es un freno para su avance social. Hacen falta más Atatürks y menos Erdoganes. Pero parece que los turcos no están de acuerdo y votan a Erdogán. Lástima: quizás Atatürk murió demasiado pronto. 

Un Tipo Razonable

lunes, 22 de agosto de 2022

CÓMO HA COLAPSADO EL CAPITALISMO EN MI PAÍS, SRI LANKA

Por Indrajit Samarajiva
Escritor canadiense de origen ceilandés. Estudió Ciencias Cognitivas en la Universidad McGill de Montreal y ha trabajado en diversos medios online, además de haber creado varias revistas y su propia empresa de contenidos.
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El Capitalismo ha colapsado por completo en Sri Lanka, y el país se ha quedado sin petrodólares y, en consecuencia, sin petróleo. Los coches serpentean por la ciudad en colas gigantes ante las gasolineras, cual dinosaurios alineados ante una charca de agua vaporizada por el asteroide. Aún no lo saben, pero ya se han extinguido. Yo paso por allí subido en mi bicicleta, un mamífero que antes resultaba patético y que ahora se mueve más rápido que estos fósiles.

Cojo prestado un coche eléctrico para llevar a los chicos a algún lado y conducimos a través de la Isla de los Esclavos. Tiene semejante nombre porque la gente blanca solía rodear aquí a los esclavos con cocodrilos. Ahora se parece al estado en el que se encuentra todo el país, rodeado por banqueros internacionales y su matón rompe-piernas, el FMI.

La Isla de los Esclavos solía ser el hogar de una hermosa comunidad, pero los echaron a patadas para construir residencias de lujo para nadie y autopistas elevadas hacia ninguna parte. Ahora las residencias están sin terminar y las autopistas están simplemente tiradas en la calle. Enormes pilares permanecen de pie, como los pies de Ozymandias. Su tamaño grita: «¡Contemplad mis obras, poderosos, y desesperad!». Pero «Nada queda a su lado. Alrededor de la decadencia de estas colosales ruinas, infinitas y desnudas, se extienden a lo lejos las solitarias y llanas arenas.»

Digo que esto es un colapso del Capitalismo porque, vamos a ver… mirad alrededor. Las inversiones inmobiliarias son los templos del Capitalismo, casas que permanecen tan vacías y bien equipadas como si fueran tronos, para albergar no a seres humanos sino a los ausentes dioses de la avaricia. Los coches son los avatares del Capitalismo, letales piezas de capital que viajan a velocidades sobrehumanas atravesando los cuerpos humanos y las calles.

Durante décadas hemos construido este esquema piramidal, cada vez más alto, por la promesa de una vuelta en coche, una hipoteca a treinta años sobre un hogar. Pero ahora se está viniendo todo abajo, dejándonos bloques de piedra muerta en la carretera, tirados en el medio. Yo los rodeo, en un coche prestado sobre un tiempo prestado. Ahora se ha terminado. El Capitalismo se ha quedado sin gasolina en los extremos del imperio, y está consumiendo humo para funcionar en el resto de lugares. Es toda una diferencia de temporización. Tal como dijo William Gibson, «el futuro ya está aquí. Sólo que está distribuido desigualmente.»

En una era de extinción, por supuesto, los fósiles son los que tienen más suerte. Por lo menos queda alguien para recordarlos. Lo que no ves son todas las vidas todas las formas de vida completamente arrasadas por la caída. Todos los cuerpos simplemente devorados por carroñeros, sus huesos blanqueándose al sol para acabar al final desintegrándose. Yo no soy uno de ellos, pero puedo verlo. Todos los fantasmas del apocalipsis vienen a llamar a mi puerta.

Hay una desabastecimiento de alimentos mientras la comida se pudre porque las furgonetas no se pueden mover por falta de combustible. El país ya no puede recargar el depósito de sus aviones.

La gente que menos lo merece es la que se está llevando lo peor. El conductor de tuk-tuk, acarreando mercancías y gente para alimentar a su familia. Tienen que esperar por los pocos litros de combustible que les dan, detrás de un jeep que consume docenas de litros más. El conductor del tractor, que cultiva comida, la furgoneta que lleva mercancías, la familia apilada encima de una motocicleta, la fábrica que intenta conseguir gasóleo para su generador. El colapso del Capitalismo no es una inconveniencia para esta gente, el tema para un artículo. Son los trabajadores que hacen que todo el tinglado funcione, y que cuando este cae, lo hace encima de ellos los primeros.

Los ricos sobrevivirán de algún modo con sus coches eléctricos, sus bicicletas y cascos —ahora más caros—, su posibilidad de irse al extranjero. Los pobres sencillamente se morirán aquí, sin poder cubrirse siquiera con sedimentos y sus huesos al descubierto. Durante las últimas crisis del petróleo en los años 1970, teníamos un gobierno socialista que introdujo el racionamiento para mantener viva a la gente. Ahora tenemos unos fantásticos economistas que nos dicen que liberalicemos (o sea, que subamos) los precios aun más, mientras la gente en realidad se está muriendo de hambre. Así es un colapso bajo el capitalismo. Los carnívoros que nos comían vivos ahora simplemente nos comen muertos. Es la hora de la comida para los economistas de la carroña.

Yo conozco el hambre porque la gente llama a mi puerta pidiendo comida. Lo puedo ver en los ojos de mi gente. Y pese a todo aún nos alimentamos los unos a los otros en las colas interminables, todavía nos damos unos a otros lo poco que tenemos. La vieja cultura, la de antes de que intentásemos ser como los colonizadores, aún persiste. Como las oraciones a los antiguos dioses de la isla, la generosidad aún persiste, incluso a la sombra de los templos de la avaricia blanca. Nos alimentamos unos a otros desesperadamente, con lo poco que tenemos, mientras todo lo que nos prometió el Capitalismo se convierte en ceniza en nuestras bocas.

Colombo es una ciudad sin combustibles fósiles pero llena de fósiles. Los coches serpentean alrededor de los abrevaderos secos, las autopistas yacen muertas encima de las carreteras, las residencias nos miran con ojos muertos, como brontosauros que aún no han terminado de derrumbarse. Colombo es una ciudad cada vez más desprovista de energía, más allá del empuje de una bicicleta de pedales, del fuego de una cocina de leña o de la amabilidad del alma humana. No es mucho, casi no es suficiente, pero tampoco es nada. Pienso en esto mientras salgo de la ciudad en mi bicicleta, o meto a mis hijos en el autobús, aunque en el fondo me siento horriblemente.

Lo triste del Capitalismo es que por mucho que obviamente sea una mierda, la mayoría de nosotros nunca quiso que se acabase, tan sólo queríamos ascender dentro de él. Esta era la promesa del desarrollo internacional: si aguantábamos lo suficiente siendo esclavos podríamos vivir como los amos. Esto por supuesto era imposible, y los rojeras nos lo dijeron, pero no les escuchamos. No queríamos escucharles. Y ahora somos la prueba viviente. El fin del Capitalismo está cerca y la penitencia por el pecado es la muerte.

Lo cierto es que el asteroide ya nos dio en el momento en que el hombre blanco dio con el oro negro. Cabalgaron una ola de destrucción a través del globo y lo llamaron crecimiento, pero era canceroso. Nos ha llevado unos cuatrocientos años, pero los cascotes al final están atragantando la atmósfera y el evento de extinción está llegando fuerte. Plantas, animales y países enteros están empezando a desplomarse. Los más pobres primero.

Puedo verlo donde vivo, a medida que los activos mortíferos se convierten en activos muertos, a medida que los petrodólares y los productos petrolíferos se secan. A nosotros nos ha pasado por razones que son únicas, pero las causas subyacentes son mundiales. El Capitalismo ha colapsado en Sri Lanka y está colapsando por todas partes. Ahora lo puedes ignorar, pero al final hará colapsar el ecosistema en su conjunto, y entonces ¿qué? No tenemos otro planeta. En lugar de eso vamos a tener un planeta cambiado por aquí, uno que se parece a este por el que te he acompañado a dar una vuelta. Bienvenidos al futuro, supongo. Ahora está desigualmente distribuido de una manera salvaje, pero dale un segundo geológico, y verás cómo se reparte.

G O N Z A L O

lunes, 15 de agosto de 2022

DEMOCRACY S.A.

          Durante siglos Occidente se ha arrogado la patente exclusiva de la democracia, como siglos antes se había arrogado la patente única de la cristiandad, la cual justificaba la ocupación militar y colonización de cualquier parte del mundo. Por muy violenta y pervertida que sea la naturaleza humana, ningún poder extranjero y conquistador puede evitar el trámite de tener que inventar una excusa para justificar sus expolios de territorios de pueblos extranjeros. Incluso la propaganda nazi, sin duda la más burda en este sentido aunque fuera muy sofisticada en otros, intentó hacer pasar el ataque de falsa bandera de la estación de radio de Gleiwitz como justificación de su invasión de Polonia, aparte del clásico victimismo alemán que ya había explotado el káiser Guillermo II en la Primera Guerra Mundial con los resultados de todos conocidos.

Comparado a esto, la supuesta defensa de la democracia y la civilización –la “White man’s burden” de que hablaba Kipling- hecha por países como Estados Unidos, Gran Bretaña e incluso la Alemania de ese IV Reich que no acaba de despegar pero que ya dio sus primeros zarpazos en la guerra de Yugoslavia y ahora en la de Ucrania, siempre mirando al este –Drang nach Osten-, sigue pareciendo convincente a decenas de millones de personas, al menos en Occidente. El problema surge cuando esa supuesta defensa de la democracia queda refutada por los hechos en el interior de los mismos países que la ponen como pilar de su propia política exterior. No es sólo, por ejemplo, la manera en que el FBI ha infiltrado en los Estados Unidos a cualquier movimiento disidente surgido en el país durante los últimos cien años, práctica que empezó con J. Edgar Hoover- esa muy lograda versión americana de Beria-, una tradición represiva que incluyó la famosa caza de brujas del senador McCarthy y que siguió encontrando continuidad en la manera en que el muy enrollado presidente Obama acabó con Occupy Wall Street, sino que en los últimos años se ha perpetuado al perseguir con saña a cualquiera que denunciase los abusos y matanzas de las tropas de los Estados Unidos en países como Irak, Afganistán y otros. Los casos de Assange y Snowden son los más conocidos y flagrantes, pero son muchos los “whistleblowers” que fueron procesados por el muy demócrata y galardonado con el Nobel de la Paz Obama, una tendencia que los dos presidentes posteriores, Trump y Biden, han proseguido sin pestañear. Pero los medios del sistema, empezando por sus grandes portavoces oficiales, tales como por ejemplo The New York Times o The Guardian, ignoran alegremente estas contradicciones para apuntar todos sus cañones propagandísticos hacia países como Rusia o China.

Estas contradicciones son más graves cuando se extienden a la política internacional y llevan a ignorar los abusos y crímenes en materia de derechos humanos de países como Arabia Saudita, las demás monarquías del golfo, Israel, o la ocasional dictadura africana, asiática o latinoamericana apoyada por Estados Unidos, sin olvidarnos de los cientos de asesinatos entre sindicalistas y líderes del medio ambiente que se producen cada año en la muy “democrática” Colombia, la más estrecha aliada de Washington en el sur del continente americano.

Quizá lo que mejor refleje este espejismo de democracia en el que viven tantos occidentales sea la infantiloide expresión: “Hago lo que quiero porque este es un país libre”, tan repetida en las películas y series televisivas de Estados Unidos, y que a lo mejor se refiere a un personaje que simplemente se ha comprado una casa nueva –cuya hipoteca quizá no pueda pagar a la vuelta de unos años-, o incluso pasearse por la calle, algo al alcance de los ciudadanos de cualquier país.

Pero alguno de los pocos lectores de estas líneas estará pensando: ”Y la libertad de comprar armas, ¿eh? ¿Qué otro país la tiene, articulista de mierda? ¡Sucio calumniador de Estados Unidos y Occidente!”

A lo que yo respondo así; esta peligrosa excentricidad de permitir que cualquiera pueda agenciarse un arma de fuego es justamente una de las grandes coartadas del sistema. Por un lado, inspira esa más bien artificial sensación de libertad sin igual en el mundo entre la población estadounidense más conservadora e incluso entre algunos europeos especialmente crédulos; y por el otro, de manera premeditada o no, facilita la creación de una especie de cuerpo de vigilantes paralelo que, en caso de conflicto civil, en su gran mayoría se alinearía sin dudarlo con los sectores más reaccionarios del país. Por otra parte, este culto a las armas, por mucho que le pese a la NRA (National Rifle Association), tampoco es unánime; las encuestas demuestran que la mayoría de los estadounidenses querrían una ley que limitase la adquisición de armas de fuego, de la misma forma que también querrían un sistema de sanidad universal –“single payer”, como lo llaman allí, viviendas más asequibles, así como existe una mayoría considerable que aprueba el aborto, e incluso una amnistía para las deudas a los bancos de los estudiantes universitarios. Pero ya demostró un estudio de la universidad de Princeton que las preferencias de los norteamericanos no tienen apenas ninguna influencia en las leyes que luego promulgan sus políticos. Por eso, cuando se aprueba una ley que si refleja las preferencias de los votantes, como por ejemplo la pena de muerte, aún muy popular en Estados Unidos, dicha ley es celebrada como “un gran triunfo de la democracia americana”, al menos por parte de los sectores más derechistas.

En cuanto a Europa, en primer lugar…¿qué es Europa? ¿Esa Comisión Europea que lo decide prácticamente todo como si fuera una versión achatada del politburó del PCCh? ¿Ese Tratado de Maastricht que ha significado la consagración e incluso imposición del neoliberalismo en todo el continente? ¿Gobiernos como el francés, cuyo presidente gobierna una república presidencialista en la que es profundamente impopular pero en la que se mantiene al mando debido a la misma intensidad de la división social de los propios franceses? ¿Un gobierno al que la campana del confinamiento quizá salvo del KO frente a los chalecos amarillos? ¿Esa Europa que es incapaz de desarrollar una vacuna propia contra el Covid –al revés que China, Rusia o Cuba- y se gasta miles de millones de euros en las vacunas que le vienen del otro lado del Atlántico? ¿Esa Europa que arremete contra Venezuela o Cuba pero que se calla ante las matanzas israelíes de palestinos o el genocidio que Arabia Saudita lleva cometiendo desde hace años en Yemen? ¿La misma Europa que es incapaz de articular una organización defensiva propia y sigue embarcada en una OTAN que la lleva a aventuras tan dudosas tanto en lo ético como en lo práctico como es la defensa acérrima del régimen del evasor de divisas y posible criminal de guerra Zelenski?

La auténtica pregunta sería si la democracia –incluyendo la llamada democracia burguesa- puede coexistir con el neoliberalismo. Un neoliberalismo que implica la corrupción de los políticos a través de las puertas giratorias y la financiación de las campañas electorales, sin mencionar otros tipos de sobornos, una apropiación del estado por parte de los poderes financieros y una creciente marginación de amplios sectores sociales. ¿Qué clase de democracia permite que los salarios de los altos ejecutivos de las grandes empresas lleguen a ser 320 veces más altos –por lo menos- que el sueldo de un empleado medio de la misma empresa, cuando en los años 60 del pasado siglo la diferencia solía ser “solo” de 20 a 1? Ante esto, el término “tecnofeudalismo” quizá se quede corto ante la realidad.

Frente a estas evidencias, la defensa del sistema consiste en una perpetua huida hacia adelante que se basa en la crítica continua de las fechorías supuestas o reales de aquellos países que todavía no han regalado sus propios recursos naturales a las grandes potencias capitalistas o que se resisten a ser absorbidos por la vorágine del globalismo capitalista y del sistema del dólar, entre ellos los grandes sospechosos habituales; China, Rusia, Irán, Cuba, Venezuela, etc…Sin tener en cuenta que, si bien la represión en esos países existe, quizá su concepto de democracia difiera por completo del occidental, y se base en una concepción no anglosajona de los derechos humanos, (es decir, casi en exclusiva el derecho a la propiedad privada y derecho a la libre expresión –o al pataleo, según se mire), sino en una concepción social de tales derechos humanos, en los que la libertad de expresión tenga muy poco valor si sólo sirve para justificar a través de los grandes medios de manipulación masiva una estructura social totalmente insolidaria y en la que un supuesto respeto de la “diversidad” sexual, religiosa y/o racial son una coartada para enmascarar la realidad de una sociedad sumergida en un darwinismo salvaje. Un darwinismo que sirve a su vez para justificar la desigualdad social más brutal en países que sólo han abandonado de boquilla sus prejuicios racistas, homófobos y machistas. En definitiva, democracias que se han convertido en unas simples sociedades anónimas que sólo sirven para extender y consolidar el poder de las clases dirigentes.

V E L E T R I

sábado, 6 de agosto de 2022

EL DUELO Y LA PÉRDIDA

Introducción (x Bosc Liminal)

Cuando una persona pierde a alguien cercano es natural pasar por un duelo. Este proceso lleva tiempo e involucra diferentes emociones y actitudes.

Cada persona experimenta el duelo de una forma diferente. Generalmente, una persona siente el duelo en olas o ciclos. Esto significa que hay períodos de sentimientos dolorosos e intensos que aparecen y desaparecen. Las personas pueden sentir que están progresando en el duelo cuando sienten menos dolor a medida que pasa el tiempo. Pero después pueden volver a atravesar el duelo. Tales cambios pueden ocurrir en fechas importantes, como fiestas o cumpleaños. A lo largo del tiempo, algunas personas experimentan estos ciclos con menor frecuencia mientras se adaptan a la pérdida.

El duelo suele atravesar diferentes fases: negación, enfado, negociación, miedo o depresión y aceptación. Y aunque el duelo de cada persona es único, la experiencia está moldeada por la sociedad y la cultura. Cada cultura tiene sus propias creencias y rituales sobre la muerte y el pesar. Esto afecta a cómo las personas experimentan y expresan ese duelo.

Los hechos

Corría el 2020 cuando mi madre empezó a meterse en la cama y dejó de andar; ciertamente no le di importancia, quizá una mala temporada; pero seguía igual y a mí me preocupaba. La intente llevar al médico, pero nada, no lo conseguía; lo más curioso es que nadie me creía y seguí luchando contra viento y marea, e incluso llegue a discutir con mi hermana, que tampoco me creía: "tu hermano me quiere llevar al médico y no tengo nada", decía mi madre.

El caso es que estaba en la cama, la destapé y vi sus tobillos hinchados. Llamé al médico de urgencias --que era del corazón-- le dijo que, sí o sí, tenía que ingresar en el Hospital de Cruces (Baracaldo). 

Ingresó, le solucionaron la retención, pero tendría que pasar por el cardiólogo para una posible operación; ella se negó, también le diagnosticaron demencia con cuerpos de Lewy. No era su única enfermedad; en el Hospital de Cruces ya ni comía ni hablaba. La demencia por cuerpos de Lewy es más grave que el Alzheimer (los cuerpos de Lewy son depósitos anormales de una proteína neuronal llamada alfa-sinucleína). Parecía que mejoraba, ya que la iban a pasar a medicación oral. Esa misma tarde volvió a decaer, con temblores, ni el Valium le hacía efecto, al final medicación paliativa...

T X O