sábado, 8 de noviembre de 2025

ESE OSCURO OBJETO DEL DESEO

Panoja, guita, cuartos, riqueza, pasta, plata, billete, botín, cuentas, monedas, efectivo, euros, parné… dinero.
Lo que separa el tengo del no tengo.

> Más de la mitad de los españoles tiene más deudas en sus tarjetas de crédito que ahorros.
> El 25 % no tiene ahorros en absoluto.
> El 11 % de los trabajadores está en riesgo de pobreza.
> Seis millones de personas sufren pobreza o exclusión.

¿Eso qué significa? ¿Que la clase media se está evaporando?
Quizás. Pero más allá de las cifras, lo que se deshace es algo más profundo: la confianza en que el trabajo garantiza estabilidad.
Que más que prosperar, se sobrevive.

¿Pero qué es el dinero?
El dinero no es facha ni progre; no distingue entre mérito y trampa, entre esfuerzo y privilegio.
No sabe quién lo sudó, quién lo heredó o quién lo robó.
Solo circula, se acumula, se esconde y se pierde.
No promete nada: solo mide, registra y compara.

Hay muchas formas de ver el dinero.
¿Es solo una unidad de valor pactada para el intercambio de bienes y servicios?
Dos euros por un litro de leche. Cien euros por cambiar un grifo.
¿O es algo más intangible: seguridad, felicidad, paz mental?

Hoy quiero verlo desde otra perspectiva: 
■ El dinero como dispositivo de medición

El dinero mide decisiones, no solo transacciones.
Mide el tiempo que regalamos, los sueños que postergamos, los límites que estamos dispuestos a cruzar.
La dura realidad es que la cantidad de dinero que acumulamos no depende del presidente del Gobierno, ni de burbujas que estallan, ni de empresaurios insufribles.
Depende de nuestra relación con el esfuerzo, con la renuncia, con la culpa… y con la suerte.

El dinero mide qué valor damos al descanso, a la familia, al orgullo, a la comodidad.
Mide hasta qué punto creemos que el sacrificio es una virtud y la pobreza, un fracaso.
Es el termómetro invisible de nuestra moral colectiva.

La sociedad y los medios nos dicen qué es ser un buen padre, una buena madre, un ciudadano productivo.
Y uno debe decidir: ¿me pierdo el partido, la obra, el concierto de mi hijo porque prefiero trabajar para invertir en su futuro?
Y cuando tomamos esa decisión, una y otra vez, el dinero está allí, como testigo y como juez.

Pero si el dinero mide nuestras decisiones, también mide nuestras sombras.
¿Cuánto vale nuestra integridad cuando el alquiler vence mañana?
¿A qué renunciamos cuando el miedo al vacío pesa más que el deseo de libertad?

Algunos venden tiempo, otros venden talento, otros venden silencio.
Y todos, de un modo u otro, ponemos precio a algo que creíamos sagrado.

Pienso en el autónomo con tres empleados, con cuatro familias que dependen de que un permiso administrativo llegue a tiempo.
El proyecto está listo, el trabajo firmado, las nóminas pendientes.
Pero el papel no se mueve. Y no se mueve porque alguien te sugiere que “una ayuda” podría agilizar el proceso.
No es una amenaza: es una oferta rutinaria.

Entonces te enfrentas a una elección que ningún manual de ética resuelve:
¿contribuir con la corrupción y salvar cuatro familias, o mantenerte limpio y cerrar la empresa?

El dinero no te da la respuesta: solo mide cuánto te duele cualquiera de las dos.

Nos persuade de que todo tiene valor porque todo tiene precio.
Y en esa lógica exacta y cruel se disuelven los matices.

Trabajamos por dinero, competimos por dinero, sufrimos por dinero, y luego decimos que el dinero no importa.
Claro que importa: es la unidad de medida de nuestro miedo.
Refleja no lo que somos, sino lo que estamos dispuestos a ser por sobrevivir, por destacar, por no quedarnos atrás.
Mide cuánto tememos al fracaso, al hambre, a la insignificancia.

Pintura barroca de David Teniers, el Joven (alrededor de 1648)

El dinero no destruye la moral: la revela.
Es la medida de lo que seríamos capaces de hacer cuando no tenemos nada… y, más inquietante aún, de lo que seríamos capaces cuando lo tenemos todo.
Y es ahí donde el dinero deja de ser un número en una cuenta y se convierte en un espejo de nuestras decisiones, de nuestras renuncias y de nuestros límites.
Revela la elasticidad de nuestra ética, esa frontera que se estira con cada apuro y se encoge con cada oportunidad.
Y ahí entran las pequeñas y las grandes trampas, esas que todos justificamos con la misma frase: “es que todo el mundo lo hace”.

El currela fontanero que hace descuento sin factura, el empresario que declara lo justo para no “asfixiarse”, el alto cargo que pasa de la silla pública a la privada con contrato de agradecimiento.
Nos mide cuando aceptamos un sueldo miserable porque “hay que aguantar”, cuando callamos ante la injusticia para no perder el trabajo, cuando disfrazamos la ambición de prudencia.

Tal vez el verdadero poder del dinero no esté en comprar cosas, sino en moldear la forma en que pensamos el tiempo, el valor y el futuro.
Nos empuja a medir la vida en costes y recompensas, como si no existiera otra forma de interpretar lo real.
Y mientras creemos que lo usamos, es él quien establece cuánto valen nuestras horas, nuestras lealtades y nuestros límites.

Porque el dinero no solo responde a la pregunta “¿cuánto tienes?”, sino a otra mucho más comprometida: ¿cuánto de ti dejaste en el camino para poder decir que tienes algo?

Y quizá el error ha sido pensar el dinero como un objeto externo, algo que está “fuera” de nosotros.
El dinero es, en realidad, una prolongación de lo humano: de nuestros miedos, aspiraciones y jerarquías invisibles. Lo que ordena el sentido de lo posible.

Porque el dinero no decide: condiciona.
No obliga: inclina.
No manda: seduce.
No ensucia: delata.
No nos corrompe: nos mide.

C L Y D E

lunes, 6 de octubre de 2025

COMO EN EL BAR, EN NINGÚN SITIO

Podemos considerar el bar como templo y chispa de la vida. Es el lugar al que se entra, al que se baja o al que se va, porque es allí donde se cultiva el encuentro con quienes nos acompañan. Uno nunca se mete “en cualquier sitio”; solos o acompañados, elegimos aquel establecimiento que más se nos parece, pues hay lugares donde jamás nos sentaríamos.

En todo caso, es un lugar a medio camino entre la calle y el hogar. Elegimos nuestro espacio habitual para hacer de él un refugio, un lugar donde resguardarnos de la intemperie de la calle y, no pocas veces, de ese hogar que no acabó siendo lo que prometía.

Tras el coronavirus, la reapertura de estos locales fue una de las más esperadas. ¿Por qué esta impaciencia que rozaba la ansiedad? La respuesta es que el bar es mucho más que un simple establecimiento para consumir bebidas.
Aunque la definición técnica se limite a describir un espacio con mesas, barra y servicio profesional (junto a sus parientes: taberna, tasca, pub, café, cervecería, etc.), su verdadera esencia radica en el servicio invisible que ofrece: un microclima diseñado para fomentar un tipo particular de interacción humana.

Se pueden considerar varias modalidades según la tipología de la relación que establecemos con ellos y en ellos:

Es lugar de paso (al que se "entra"): Actúan como áreas de servicio, permitiendo al viandante hacer una pausa, "repostar" y restaurarse. Son espacios transitorios donde los desconocidos pueden dejar de serlo en cualquier momento.

También de proximidad (al que se "baja"): Son los locales del barrio y de los vecinos, íntimamente ligados a la vida cotidiana local. Sus clientes habituales se conocen, al menos de vista. Son los "de toda la vida" donde muchos de ellos son regentados por familias de origen chino, últimos garantes de la perduración de esa tradición.

Y de afinidad (a los que se "va"): Estos son verdaderos puntos de reunión elegidos recurrentemente para coincidir con amistades o gente afín. Funcionan como auténticas sedes sociales, convocando un perfil de consumidor que comparte gustos, aficiones o ideas (estudiantiles, temáticos, hípsters, de "diseño", de guiris, etc.). Son cruciales para la formación de identidad de grupo.

Como categoría adicional, tal y como se explica en este enlace, podríamos hablar del bar de pueblo: El cierre del último local en un pueblo es el certificado de defunción de ese pueblo. Ese espacio es un centro social donde se come, se organiza, se juega a las cartas o al dominó y se bebe en compañía. Es, a la vez, una oficina de colocación, una estafeta de correos, una consulta de psicología, un remedio contra la soledad o un artificio heterogéneo que combate la despoblación. Por todo ello, debería ser financiado como cualquier centro social o sanitario si corre peligro de desaparición este último latido del campo tal como lo conocemos.
Es interesante notar que ciertas etiquetas, como "bares de copas" o "bares de ambiente", implican pleonasmos, pues en todo establecimiento se pueden tomar copas y todos son de alterne en el sentido amplio de alternar con otras personas (incluso con el camarero), y todos tienen un ambiente propio.

El bar, en su naturaleza, es incompatible con la soledad genuina. Nadie bebe solo porque, aunque lo parezca, bebe pensando en alguna cosa o bebe con alguien que no está.

Si lo consideramos como templo de la identidad compartida, la mesa y la barra son escenarios de una actividad social fundamental, pues no existe una forma de identidad compartida que no necesite de este "templo". No en vano, a los asiduos se les llamaba parroquianos.

En cada encuentro se dirimen cuestiones de posible gran calado. Las personas están constantemente negociando, pactando, conspirando o haciendo planes, ya sean los términos de una empresa, un amor o una amistad. Es un lugar de encuentros premeditados, donde se renuevan los lazos.

Es también una escenografía para los sentimientos. El local es el espacio donde se ríe y se charla, pero también donde se ven semblantes serios o incluso se llora con discreción. Se bebe por alegría o por tristeza, pero siempre en compañía, aunque el acompañante sea alguien que no está presente. Es el telón de fondo para amores a primera vista, disgustos, reconciliaciones y despedidas definitivas.

Cabiendo en él toda la vida social, también hay lugar para el conflicto, incluso para la violencia. De hecho, existe un tipo de enfrentamiento físico clásico que lo tiene como escenario natural: la “pelea de bar”. Se coincide en él con seres queridos, pero también con desconocidos que irrumpen en nuestra vida, a veces para desvanecerse y otras para quedarse para siempre.

La trascendencia de estos espacios va más allá de lo personal, toca la vida de las naciones y su historia. Desde el inicio de golpes de Estado como el putsch de Múnich en la gran cervecería Bürgerbräukeller, o la Operación Galaxia con Tejero, hasta algunos de los grandes acontecimientos futuros; muchos procesos históricos se han ideado, preparado, o se planearán, entorno a una de sus mesas.
Por todo esto, se echaron tanto de menos durante el confinamiento. La sociabilidad del bar nace de la necesidad elemental de salir de casa para encontrarse. El lugar provee el escenario, el líquido amniótico con cualidades sensibles (decoración, luz, olor, sonidos...) que le confieren un sabor singular y material, que nos obliga a volver porque algo o alguien nos espera.

Finalmente, la cantidad de establecimientos en un lugar es un indicador directo de su vitalidad social. En las calles y barrios de sociabilidad intensa, donde hay vida hecha de encuentros, hay más. La ausencia en ciertos complejos urbanos o urbanizaciones indica una carencia de vida social o, sencillamente, una carencia de vida a secas. Por ello, el hecho de que nuestro país esté perdiendo locales es una preocupación que va más allá de la economía.

Los videojuegos y las redes sociales están transformando y, en muchos casos, sustituyendo la forma de socialización que tradicionalmente ofrecía el bar, pero no necesariamente la están eliminando por completo.

Los bares son un espacio de socialización espontánea, física y multisensorial, consecuencia del acto de salir de casa, mientras que la interacción digital en línea ofrece una socialización mediada, controlada, asincrónica y a distancia. El problema surge cuando la conveniencia y el diseño adictivo de las plataformas digitales priorizan la interacción individualista, restando tiempo y valor al encuentro presencial.

El bar opera bajo una lógica de encuentro no programado y forzada coexistencia y una socialización multisensorial al involucrar todos los sentidos: el ruido de fondo, el decorado, el olor a café, cerveza o tapas, el contacto visual, las características de la barra. Esta riqueza sensorial crea una memoria más profunda y una conexión más auténtica que una videollamada o un chat.

Supone una interacción inclusiva y espontánea al obligar a las personas a coincidir con desconocidos (el camarero, el parroquiano de al lado, el viandante). Es un espacio de democracia social donde se dan las interacciones fugaces pero esenciales para el tejido comunitario.

Puede actuar como territorio neutral al ser el tercer lugar donde las jerarquías de casa y trabajo se suspenden, facilitando la negociación emocional y el pacto en un entorno público pero íntimo.

Los medios digitales ofrecen formas de conexión, pero bajo parámetros fundamentalmente distintos que pueden fomentar el individualismo al privatizar el espacio social.

Si bien los videojuegos en línea crean nuevas comunidades, muchos juegos de consumo masivo se experimentan en solitario. Aunque se interactúe en línea, la experiencia física es de aislamiento, sustituyendo el tiempo que antes se dedicaba al encuentro físico.

Las redes sociales ofrecen la ilusión de la conexión constante, pero la interacción suele ser superficial y asincrónica. La comunicación se da a través de filtros y avatares, eliminando el riesgo, la riqueza del lenguaje corporal y la mirada directa que son vitales.

En el bar, es factible interactuar con el entorno tal como se es; en las redes, se puede silenciar o bloquear todo lo que cause fricción, eliminando la necesaria tensión social que moldea las relaciones humanas y refleja la realidad.

No es el bar o la taberna el último reducto de nada o de nadie en particular, es otro de los reductos y templos de la vida.

R E S I L I E N T

sábado, 30 de agosto de 2025

LAS PENSIONES Y LAS VISIONES

Esta me la vi de venir, como diría aquel.

¿No les pasa que si no lo visualizan no se cumple?

Ejemplo: Año 99, nos íbamos en Semana Santa a Mazarrón toda la cuadrilla con los churumbeles de tiendas de campaña… cosas de treintañeros… y yo no me veía en Murcia… era incapaz de visibilizarlo…

 “Algo va a pasar” le dije a esta…

 Vete ya pallá, hombre… me respondía cuando los días anteriores se lo comentaba.

 Que no me veo yo en el puto Mazarrón.

Total, que con el coche ya cargado, el niño se pone con 40 de fiebre… pal hospital… meningitis… a tomar polkulo Mazarrón.

Y lo que veo se cumple todito todo… como que la Ayuso le va a sacar al cabezón del López trescientos escaños.

Siempre sé lo que va a pasar, es rarísimo que falle… mú rarísimo.

Año del Señor de 1984 (Como la novela de Orwell), el futuro distópico que retrató el güeno de George, se está cumpliendo pero 40 años después.

A lo que iba, que me despisto… año 84, aunque puede ser que fuera en el 85, no se…partido de fútbol entre el glorioso Kalero (mi equipo) contra los idiotas de Galdakao (el Umore Ona), antes de bajar al campo a disputar el derby comarcal, todo el equipo pasamos por el ayuntamiento de Basauri, allí, en la primera planta y clavados en un corcho que cubría la pared de arriba abajo se exponían las listas con los resultados del sorteo pa la mili.

 Me he librao!!, chilló Parrón, aguerrido defensa central, capaz el solo de defender un acuartelamiento.

 Yo también!.. Yo también!!... Y Yo!!!

Hasta que me tocó a mí buscarme en las listas… -“EXCEDENTE DE CUPO”.

A tomar polkulo, nos habíamos librao el 90%, tan solo tres pobres chavales fueron incorporados a filas, éramos los nacidos en el 67 y 68 y debíamos ser legión… millones… una cifra incalculable de cabezones aparecimos durante dichos años, todos nos libramos por lo mismo, por exceso de cupo.

No me alegré especialmente, ya sabía que no iba yo a hacer la mili… simplemente no me veía… y si no me veía era porque no iba a suceder, en cambio, supe instantáneamente que no iba a cobrar la pensión en caso de llegar a la edad reglamentaria.

Lo primero que pensé… Buah chaval!, ya verás tu el día que nos jubilemos todos, nos tendrán que pagar con paquetes de tabaco.

Así que según me hicieron fijo, año 92, nos casamos y abrimos un Plan de Pensiones… EPSV que se llama en el País Vasco. Para estas cosas es conveniente casarte con una gallega, que les hablas de ahorrar y se les iluminan los ojillos.

Las críticas siempre que sale el tema son curiosas.. menudo timo, al final te quitan un dineral, no compensa… ya, pero el día que me jubile (si llego), me va a dar un poco igual la pensión que me quede, creo que sentiende.

Mucho tiempo se lleva avisando, por un lado, la quiebra del sistema por insostenible… y por otro lado, la imposibilidad de meter mano ahí porque son millones de votos y algo harán los gobiernos.

Personalmente me correspondería la pensión más alta, pero siempre he tenido claro que llegado el momento cobraremos los que llevemos cotizados 45 años lo mismo que cobren los de la RGI que no han cotizado en su vida… mil pavos, por decir algo… Al tiempo.


Esta cosa se acelera en los últimos meses, el ir mentalizando a la población digo… las noticias van encaminadas a eso… casi todos estos titulares son de España y de Uskadi este verano.

■  Las pensiones vascas rozan los 950 millones en agosto, un 5,4% más que hace un año

■ Tres cuartas partes del gasto total del territorio vizcaíno se van en pensiones para los 390.000 jubilados

■  Hay un jubilado más cada siete minutos

■  El gasto en pensiones sube un 6,2% en agosto, hasta la cifra récord de 13.621 millones de euros

■  Sin relevo para garantizar las pensiones: Euskadi no logra alcanzar los dos cotizantes por jubilado a pesar del récord de empleo

■  El gasto en pensiones se dispara un 47% en siete años por las subidas con el IPC

La incorporación de los jóvenes al mercado laboral solo cubrirá un tercio de las jubilaciones en la próxima década.

Y ya el remate es este:

■  Los jubilados cobran de pensión un 60% más de lo cotizado y acaparan el gasto público.

Si esto no es ir preparando el cadalso que venga dios y lo vea…. Los va a haber que las van a pasar mú putas… todos aquellos que no hayan podido o no hayan querido irse haciendo un colchón por si las moscas.

Ahora el tema está en que si pudieran quitaban las herencias a los que las tuviesen pa repartirlas entre los menesterosos… que no hay derecho a que los jóvenes que hereden piso y cuartos tengan un futuro mucho más halagüeño que aquellos que no cuenten con nada de parte sus padres…. ¿se estará gestando alguna especie de revolución social?, ¿o no estamos pa revoluciones?

También puede ser que me equivoque, que llegue el año 32 y las pensiones no solo continúen como actualmente, sino que se vayan revalorizando con el IPC o puede ser también que suelten otro virus mataviejos y sacabó el problema… de todas formas, la pelirroja me ha prohibido de jubilarme…

 ¿Pa lo que haces te vas a jubilar?... amos hombre, si estás mejor que en brazos… me suele decir de broma, pero totalmente en serio… si la conoceré yo.

¿Es este un tema que les quite el sueño o se la pela?... ¿han sido previsores?.. ¿confían el que el Estado responda siempre?... en fin!


CONCLUSIÓN

Necesitamos jente a punta pala… los voxeros están subiendo alimentando el despropósito de que no hay pa los jubilados y si hay pa mantener a millones de inmigrantes… y acabarán ganando…

¿Por qué?... porque no hay cojones pa coger al toro por los cuernos… hay cientos de inmigrantes que son chungos, y hay millones que son fenomenales… y por el miedo a emplear mano dura con los ijoeputas pa que no te digan rasista… el resto se ven estigmatizados (cosa que, por otra parte, es normal).

Si el Gobierno de izquierdas propusiera expulsión inmediata de los criminales (un tanto por ciento bastante escaso), las derechas empezarían a perder fuelle de inmediato… pero claro… en tal que no te digan rasista, te tragas a toda la jentuza que haga falta.


¿PREVISIÓN?

Que los izquierdosos no van a ser capaces de verlo y gobernarán las derechas durante las próximas tres legislaturas.

V i c h a r r a c o

domingo, 29 de junio de 2025

RELATOS AMARILLOS: LA NARRATIVA CHINA

La historia del mundo se cuenta con relatos hegemónicos, pero Occidente ya no tiene el control de la narrativa porque hay otros discursos alternativos en un mundo multipolar. Mientras llega la caída de Occidente, las narrativas marxista y antisistema siguen vigentes, la del Islam está ahí, pero ¿y la de China? Pues parece que triunfa y está de moda tras su éxito económico desde el tristón maoísmo hasta el actual híbrido entre marxismo, mercado y filosofías orientales. Si los chinos viven bien y tienen el estómago lleno, ¿deberían importarles las cuestiones ideológicas si las económicas funcionan? Parece que no, dado su inteligente pragmatismo.

Siempre fui algo orientalista: desde chaval me atraía Oriente y su exotismo, me gustaban los samuráis, el Japón feudal, el del XIX con su revolución Meiji y el del XX tras sobreponerse a su derrota en la IIGM. Hacía algo de yoga, me atraían las artes marciales y siempre me gustó el sushi y el arroz tres delicias. Así que era pro Oriente desde siempre, no como los “modelnos” admiradores de la China actual, que parece que han descubierto el agua fría, el Mediterráneo y el hilo negro.

Estos conversos prochinos sobrevenidos desconocían China hasta hace un cuarto de hora, pero ahora son expertos sinólogos. Quizás sea porque apoyan todo lo antioccidental: por eso les gusta China (no Japón, demasiado occidentalizado), Rusia (aunque es también Occidente), Irán y los países BRICS, que ya está bien del imperialismo occidental, blanco, cristiano, heteropatriarcal y tal. Estos fans new wave de China han encontrado una nueva alternativa tras quedarse huérfanos de los referentes clásicos de la URSS. Y esa nueva alternativa es la deslumbrante China del comunismo de mercado, cuadratura del círculo y fórmula perfecta para terminar con luchas ideológicas y conciliar lo irreconciliable: marxismo y capitalismo. Algo así como un Rockefeller vestido con mono obrero leyendo el manifiesto comunista o un Marx con traje de Louis Vuitton en Lamborghini: el eclecticismo chino no deja de sorprendernos.

El Occidente del siglo XXI está fatigado y las filosofías chinas del taoísmo, confucianismo y budismo pueden ser un buen antídoto para los males occidentales de insatisfacción social, inestabilidad política, decadencia cultural y ruido. El taoísmo ofrece fórmulas novedosas… desde hace miles de años: a veces los remedios tradicionales superan el postureo de la moderna tecnología y la rabiosa actualidad. Conceptos como armonía, flujo, conexión con la naturaleza, wu wei, silencio y paz interior suenan a música celestial para los occidentales afectados de estrés, ansiedad y enfermedades sicológicas. Quizás el Tao Te Ching sea un buen libro de autoayuda y Lao-Tse pueda alcanzar el estatus de influencer, quien sabe. Hablando de Lao-Tse,  dijo una frase interesante: “el que domina a los otros es fuerte; el que se domina a sí mismo es poderoso”. Y China se está dominando a sí misma. Otra línea filosófica sería el Confucianismo, que habla de virtudes personales, ética individual, armonía social y respeto a tradiciones y relaciones jerárquicas, aunque esta idea de jerarquía y tradición podría chirriar a algunos izquierdistas. El Budismo cierra la tripleta filosófica china y sus ideas de compasión, superación del sufrimiento, nirvana y meditación suenan bien. Además, un Buda obeso y asiático queda mejor que un Jesús blanco, fitnes y niquelado: la diversidad y heteronormatividad woke de los cuerpos, supongo.

Así que ya tenemos una alternativa política y social al viejo, decadente y agotado Occidente.  Solo queda resolver algunas contradicciones, como que se alabe la energía nuclear china al mismo tiempo que se dice “¿Nuclear? ¡No, gracias!”: obviamente el átomo chino es progresista y ecológico mientras que el átomo occidental es contaminante e imperialista. O que se fomente la Agenda 2030 en Occidente y China se la pase por el forro.  Ídem de la ideología LGTBIQ+, que parece que no llega a la Muralla china. O ser independentista en España y unionista con Taiwán. O que se critique la ley mordaza aquí y se calle ante la mordaza política allí. O que se luche por menos horas laborales y se calle ante las jornadas laborales maratonianas en China. O que se pida más derechos y libertades aquí mientras que el PCCh no está por la labor. Debe ser porque los baizuo occidentales están acostumbrados al sistema parlamentario y diversidad ideológica, mientras que a los chinos les va el partido único y el pensamiento ídem.

Quizás la redención de Occidente esté en hacernos seguidores del Tao, Confucio y Buda, para fluir con el universo y estar en armonía…con Xi Jinping y el PCCh. Mientras tanto, conformémonos con escuchar a los China Crisis y a Bowie con su China Girl. O al grupo heavy chino Tang Dynasty, que no parece muy taoísta. A ver si surgen pronto los Rolling y los Beatles chinos. Sería la venganza perfecta después del resentimiento chino tras el “siglo de las humillaciones” por parte de Occidente. Y, además, Hollywood podría hacer la película Fu Manchu's come back.


Un Tipo Razonable

lunes, 26 de mayo de 2025

PARQUE DE ATRAICIONES

 ¿Por qué la llaman Montaña Rusa cuando parece más un viaje por el sistema capitalista?

 Porque "sistema capitalista" no quedaba tan atractivo en los parques de diversiones. Imagínate:

 "¡Bienvenidos a la Gran Crisis del 29! Disfruten de la caída libre sin red de seguridad y traten de recuperar su inversión antes de llegar al suelo."

O peor:

 "El Derrumbe Neoliberal: una experiencia extrema donde los ricos suben sin esfuerzo y los pobres bajan a velocidad terminal."

Al menos en una montaña rusa de verdad hay un mínimo de control, unos rieles definidos y una garantía de que, salvo accidentes, todos llegan al final con vida. En cambio, el capitalismo es más como una feria sin regulaciones, donde el dueño de la atracción puede cambiar las reglas a mitad del viaje y cobrarte por usar el cinturón de seguridad.

 A muy pocos se les advierte que según paguen, vayan a disponer de barra de seguridad y cuando llegan las curvas, casi la totalidad del pasaje sale centrifugao por la tangente.

 Exacto. Y lo mejor (o peor) es que, mientras unos salen volando, los que quedan en los asientos VIP gritan: "¡Es su culpa por no haber invertido en una barra prémium!"

Luego, cuando el convoy llega a la estación, los que sobrevivieron celebran con champán, mientras los cuerpos de los demás siguen cayendo en cámara lenta. Y si alguien sugiere mejorar la seguridad, el dueño del parque dice: "No podemos intervenir, ¡sería ir en contra del espíritu de la libre competencia."

Eso sí, cuando el convoy se descarrila del todo y amenaza con llevarse el parque entero, mágicamente aparecen los bomberos estatales para apagar el fuego… con los impuestos de los que ya fueron eyectados en la primera curva.

 ¿Y qué será de los que aún sobrevivieron sin cinturón en las curvas cuando llegue el looping?

 Ah, el looping... ese momento glorioso donde todos los que iban confiados, creyendo que la gravedad se iba a alinear con sus expectativas, de repente se dan cuenta de que la única fuerza que los sostiene es la pura suerte (y tal vez un par de decisiones financieras cuestionables).

Los que sobrevivieron sin cinturón llegan al looping como si estuvieran firmando un contrato con el destino: "Sí, claro, el riesgo es parte del paquete." Y ahí es cuando todo el sistema demuestra su verdadera naturaleza: aquellos que ya estaban medio colgados de la vida se aferran como si el sistema estuviera a punto de darles una segunda oportunidad, solo para descubrir que el looping no es más que un viaje al vacío de las promesas incumplidas.

Pero, ¿qué pasa al final del looping? Pues unos caen, otros sobreviven, y los que logran aterrizar (o flotar en un limbo de incertidumbre) se dan cuenta de que no importa cuánto pagaron por el viaje; al final del día, nadie les va a dar el reembolso por las heridas emocionales. Eso sí, hay una promesa de "mejoras para la próxima temporada"… siempre en la siguiente vuelta, claro.

 Y cambiando de tema... o mejor dicho, de atracción, ¿por qué la llaman la sala de los espejos cuando solemos entrar ya deformaos?

 Porque llamarla "La Cruda Realidad" espantaría a los clientes. Es más fácil hacerles creer que las distorsiones vienen de los espejos y no de ellos mismos.

Entras pensando que vas a ver una versión exagerada de ti mismo, pero en realidad, solo te devuelven la imagen que has estado evitando. Ahí está el que cree que tiene un ego discreto, pero se refleja como un globo aerostático a punto de explotar. O la que jura que tiene una vida perfectamente balanceada, pero su reflejo es una espiral de piernas y brazos enredados como si estuviera atrapada en una deuda emocional impagable.

Y lo mejor es que, aunque la gente salga riendo, en el fondo todos se llevan la misma duda: ¿Qué tanto de esa imagen era culpa del espejo y qué tanto era yo desde el principio?

 ¿Y qué hay de la noria? Siempre dando vueltas para pasar un instante admirando las vistas desde lo alto pero siempre desmontando por lo bajo.

 La noria es la metáfora perfecta del ciclo de expectativas y decepciones de la vida. Pagas tu entrada, subes con la esperanza de tocar el cielo, disfrutas unos segundos de la vista panorámica y, antes de que puedas sacar una conclusión trascendental, ya estás bajando otra vez, directo al suelo.

El problema es que, aunque el recorrido es circular, la experiencia no es la misma para todos. Los que suben con entusiasmo descubren que la emoción dura menos de lo esperado, y los que suben con miedo se dan cuenta de que la bajada es inevitable. Pero lo más cruel es que, cuando la noria se detiene y toca bajarse, muchos siguen creyendo que lo importante es volver a hacer la fila, como si en la próxima vuelta todo fuera a ser diferente.

Y así seguimos, montando y desmontando, convencidos de que el momento en la cima lo vale todo… aunque, en realidad, la noria nunca nos saque del mismo sitio.

 Medio satisfechos, pasemos ahora a los autochoques donde dándonos trompazos unos a otros creemos que lo pasamos en grande en la diversión estrella, o estrellá según se mire, porque el único que realmente tiene airbag es el patrón.

 Exacto. Los autos de choque son la esencia misma del “sálvese quien pueda” disfrazado de diversión. Nos lanzamos unos contra otros con la excusa de que es parte del juego, riéndonos de cada impacto, sin darnos cuenta de que en el fondo estamos reproduciendo, en versión de feria, el día a día del mundo real.

Porque, ¿qué nos enseñan? Que avanzar sin chocar es casi imposible, que siempre habrá alguien que te embista por la espalda justo cuando creías que ibas bien, y que no importa cuánto intentes controlar el volante, el suelo resbaloso hará que tu dirección dependa más del caos que de tu habilidad.

Y mientras tanto, el patrón del juego, el que alquila los coches y controla la electricidad, se frota las manos viendo cómo nos destruimos por cuenta propia. Porque el verdadero truco de los autos de choque no es el choque en sí, sino hacernos creer que todo esto es diversión en vez de un simulacro de nuestra propia miseria cotidiana.

 Ay, ¿y cómo no hablar de las Camas Elásticas?, con esa sensación casi imperceptible de ausencia gravitatoria, sin llegar nunca a lo más alto.
Esa extraña sensación de volar por los aires y disfrutar más durante la caída que en el impulso. ¿Será entrenamiento específico para prepararnos ante los cracs financieros y amortiguar vértigos?

 Las camas elásticas son como la economía de mercado en su versión más honesta: te dejan subir, te dan esa breve ilusión de ingravidez, pero no importa cuánto impulso tomes, nunca vas a escapar del ciclo.

Lo peor es que nos entrenan para disfrutar más la caída que la subida. ¿Por qué? Porque el ascenso es esfuerzo, incertidumbre y ese microsegundo de esperanza de que esta vez sí vas a llegar más alto. Pero la bajada… ah, la bajada es donde está la verdadera adrenalina, porque en el fondo ya sabemos que es inevitable y que, si nos dejamos llevar, puede incluso ser divertida.

Tal vez por eso nos meten ahí desde niños: para que nos acostumbremos a los ciclos de auge y crisis sin marearnos demasiado. Nos preparan para los desplomes financieros, los despidos masivos y las burbujas que explotan, todo mientras nos dicen que la clave está en seguir brincando. Porque, aunque la cama elástica no te deje salir del mismo lugar, al menos te mantiene entretenido mientras rebotas en el sistema.

 Y es entonces cuando llega otro los momentos culminantes, o fulminantes, de toda visita al Parque de Atraiciones. Ese instante único y casi mágico sobre el implacable Tren de la Bruja. Qué momentos de tensión cuando uno se vuelve loco por atrapar la escoba y volver a disfrutar de otro viaje gratuito en círculos.

 El Tren de la Bruja es la metáfora perfecta de cómo nos venden el miedo como entretenimiento y la repetición como recompensa. Nos subimos a un vagón oxidado que avanza a trompicones por un túnel oscuro, donde unas figuras cutres nos asustan con movimientos torpes, y, aun así, gritamos como si estuviéramos en una auténtica película de terror.

Pero lo más patético —y a la vez brillante— es el truco de la escoba. La promesa de un viaje gratis a cambio de arrebatar ese trozo de madera mugriento se convierte en la obsesión de los pasajeros. No importa que el recorrido sea el mismo, que las brujas sean las mismas o que ya sepamos de memoria cada susto que nos espera. Lo único que importa es ganar la escoba y repetir la experiencia, como si esta vez fuera a ser diferente.

Y así seguimos, aferrándonos a la esperanza de un premio que solo nos devuelve al punto de partida. Porque el verdadero hechizo del Tren de la Bruja no está en las marionetas que intentan asustarnos, sino en nuestra voluntad de seguir subiéndonos una y otra vez, convencidos de que este viaje circular tiene algún tipo de sentido.

 Ya en la recta final de la cuenta atrás, pecado mayor sería olvidar el añadir al elenco el imprevisible traqueteo de El Látigo. Aquel que más chifla a todo nostálgico. Cómo no.

 El clásico infalible. La encarnación perfecta del sistema: te hace creer que todo va a seguir un curso estable y luego, sin previo aviso, te sacude con una crisis, una devaluación o un despido masivo. Los que van en el centro apenas sienten el impacto (los de siempre, los que están bien sujetos al poder), pero los que están en los extremos, los más vulnerables, son los que reciben la mayor sacudida. El placer de la incertidumbre disfrazado de nostalgia.

Los veteranos del parque lo adoran porque "antes se sentía más fuerte", como si la brutalidad de la sacudida fuese un sello de autenticidad. Pero en realidad, el truco es siempre el mismo: hacerte creer que todo marcha sobre rieles, para luego demostrarte que no tienes ni voz ni voto en la dirección del viaje.

Y así, entre gritos, risas nerviosas y algún que otro moratón mal disimulado, la atracción cumple su cometido: recordarnos que el control es solo una ilusión... pero, al menos, con el encanto de los buenos tiempos.

 ¿Y qué se podría decir de los caballitos? La base de toda manipulación bien urdida desde la cuna.

 Los caballitos, esa entrañable atracción en la que todo parece moverse, pero en realidad nadie avanza. Ahí está la verdadera metáfora del eterno espejismo del progreso: un carrusel que gira y gira, con caballos que trotan enérgicamente sin salir del mismo punto.

Es la promesa de movimiento sin dirección, de ilusiones de galope cuando, en realidad, todos están atados a un eje invisible que los mantiene en su sitio. Desde niños nos subimos creyendo que vamos a alguna parte, elegimos con esmero el corcel más vistoso, nos aferramos a las riendas como si de verdad pudiéramos guiarlas… hasta que el tiovivo se detiene y nos damos cuenta de que estamos exactamente donde empezamos.

Y, sin embargo, al bajar, alguien nos pregunta: "¿Te ha gustado?" Y, por alguna razón, decimos que sí. Porque al final, lo que importa no es a dónde llegamos, sino la música de feria, las luces parpadeantes y la sensación momentánea de que, por un instante, tuvimos el control.

 Sí, porque de caballito para trotar, ¿cuántos tuvieron la ocasión de montar en alguno real?

 Exacto, la ironía está ahí: montamos caballitos de madera o plástico, y nunca nos detenemos a pensar en lo que significaría realmente estar sobre un caballo de verdad. En la atracción, todo es controlado, predecible, sin riesgo. Pero ¿cuántos, en la vida real, se han atrevido a montar un caballo, ese ser impredecible y vivo que no sigue ningún tiovivo, que puede dar un giro inesperado o desbocarse cuando menos lo esperas?

El caballito de feria es la versión edulcorada de lo que podría ser la verdadera experiencia: la ilusión de libertad sin los peligros reales. Nos conformamos con el vaivén artificial, sin tener que enfrentarnos al desafío, la autenticidad o la verdadera aventura. Pero aun así, siempre nos queda esa duda interna: si la vida fuera como el tiovivo, ¿nos atreveríamos a montarla sin las riendas del control?

 De ahí, que la reacción lógica e instintiva en los críos sea agarrarse al eje. Ya saben como educarnos bien esos pedabobos, ya.

 ¡Totalmente! El eje es el ancla, el punto de referencia que nos mantiene pegados a la seguridad y la rutina. Los críos, con su instinto natural, ya se dan cuenta de que aferrarse al eje es lo más sensato. Es como si, en su inconsciente, supieran que, por mucho que intenten montar la ilusión de aventura, al final siempre están atrapados en ese círculo cerrado de promesas vacías.

Y claro, los pedabobos (como los llamas con acierto) han sabido cómo hacer de todo esto un ritual que nos marca desde pequeños. El tiovivo no es solo un juego, es una lección disfrazada de diversión. Porque, en el fondo, nos enseñan que la mejor forma de sobrevivir en un mundo donde todo da vueltas y no avanza es agarrarse al eje, al sistema, sin cuestionarlo demasiado.

Lo triste es que, al crecer, muchos siguen en ese mismo carrusel, con el mismo aferramiento, creyendo que están avanzando, cuando en realidad no han dejado de dar vueltas sobre sí mismos.

 Ahora comprendo el nombre del cacharro. Crear una atraición de tal calibre debe ser obra de un tío mu vivo. Un listo. No que sea listo.

 Crear un juego en el que la gente paga para dar vueltas sin llegar a ningún lado, pero lo hace con entusiasmo, es todo un arte de manipulación sutil. El invento está basado en una fórmula simple: prometer movimiento, emoción, pero sin ningún riesgo real. Y eso engancha.

El creador entendió perfectamente que, a veces, lo que la gente necesita no es llegar a algún lado, sino sentir que están avanzando, aunque no lo estén haciendo. El tiovivo es la metáfora perfecta de la vida para muchos: sentir que estamos en constante movimiento, pero, al final, seguimos en el mismo punto de partida. Ese "listo" no solo diseñó la atracción, sino que también diseñó la mente colectiva para disfrutar de ese vacío disfrazado de progreso.

Es una jugada maestra: te venden la idea de que el movimiento es sinónimo de avance, pero el truco está en que siempre sigues dando vueltas en el mismo lugar. Un pendejo muy vivo, sin duda.

Al final, ser "listo" en este contexto es saber que, aunque todos den vueltas, el verdadero truco es no dejar que te lo vendan como progreso. Y eso, en realidad, es lo que te hace realmente vivo, porque sabes cómo esquivar la trampa.

 Para terminar, como colofón, borrachos de diversión y para acabar limpiando las papilas de tan exquisitos sinsabores, no hay nada mejor que deleitarnos pringaos dulcemente a la salida, con aquellas nubes de algodón modificao políticamente para garantizar una más que segura visita al odontólogo. Que pa eso hemos pagao la visita. Para impulsar al Estao y levantar país. ¡Viva la cigüeña, VIVA PARIS!

 Exacto. No hay cierre más simbólico para el Parque de Atraiciones que esa nube de algodón industrial, que parece un pedazo de cielo, pero está diseñada para pegarse a los dientes y al sistema. Nos la venden como un capricho dulce e inofensivo, cuando en realidad es una trampa blanda: pura azúcar inflada con promesas, que se deshace en la boca dejándonos solo con el rastro pegajoso de haber caído, una vez más, en el engaño.

Y lo mejor es que, después de empacharnos con ese placebo de felicidad, terminamos en el único juego que nadie quiere, pero todos acaban jugando: la silla del dentista. Porque así es el ciclo: pagamos para arruinar nuestros dientes, y luego pagamos para que nos los arreglen. Un equilibrio perfecto entre consumo y dependencia, diseñado para que el Estado y las grandes corporaciones nunca pierdan.

Así termina nuestro viaje. Cargados de azúcar, con la cartera más ligera y con la vaga sensación de que, a pesar de todo, el parque nos ha convencido de que valió la pena. 
Lo peor de todo es que dentro de poco volveremos a hacer la fila para entrar otra vez.

lunes, 24 de marzo de 2025

LA POESÍA HA MUERTO

Hubo un tiempo en el que la palabra servía para algo más que llenar el aire de ruido. Un tiempo en el que la palabra era un refugio, un arte, un espacio donde la verdad y la belleza podían convivir. Se podía hablar con metáforas, construir discursos complejos, debatir con respeto y sostener la ironía sin que nadie fingiera no entenderla. La política era el arte de la persuasión, no un mercado de odio.

Las palabras podían conmover, hacer pensar, tender puentes entre ideas e incluso entre personas. Hubo un tiempo en el que el lenguaje tenía matices, en el que no todo era un aullido de guerra. Un tiempo en el que con la palabra se podía negociar. Pero ese tiempo pasó.

█ La poesía ha muerto

Y no ha sido una muerte natural, sino un asesinato con premeditación y alevosía. Sus verdugos han sido la mentira, la agresividad y el desprecio por la inteligencia, tres herramientas que algunos han convertido en su manual de comunicación. Han entendido que, en la era de la inmediatez, la comunicación ya no es un arte, sino un arma. Han creado una trituradora de significados en la que las palabras no importan por su valor, sino por su impacto. Hoy, las palabras ya no buscan iluminar, sino cegar. No se pretende argumentar, sino aplastar. Ya no sirven para comprender el mundo, sino para deformarlo. No se usan para tender puentes, sino para cavar trincheras.

█ Mentiras a gritos

Han comprendido algo esencial: la verdad es lenta, aburrida y, en muchos casos, difícil de digerir. La mentira, en cambio, es rápida, atractiva y rentable. Ya no importa que algo sea cierto, solo importa que funcione. Un bulo bien diseñado puede recorrer el mundo antes de que la verdad haya salido de la cama.

En otro tiempo, cuando un político era atrapado en una mentira, su carrera podía verse afectada. La vergüenza, el escándalo y el escrutinio público aún tenían cierto peso.

Ahora, la mentira no solo no se oculta, sino que se exhibe con orgullo. Y si alguien la desmonta, se responde con otra aún más estridente. Desmentir ya no sirve de nada: el objetivo no es convencer, sino saturar el espacio con tantas falsedades que la verdad quede sepultada.

█ La fábrica de bulos: cuando la verdad es irrelevante

El bulo ha reemplazado al argumento. ¿Que los inmigrantes no están colapsando la sanidad pública? No importa, se repite hasta que parezca cierto. ¿Que la economía no está al borde del abismo? Da igual, se agita el miedo. ¿Que las feministas no quieren destruir la familia? No pasa nada, se las acusa de odiar a los hombres. Algunos no necesitan hechos, solo relatos eficaces. Y cuanto más simples, mejor.

Los bulos han dejado de ser simples errores o exageraciones para convertirse en la piedra angular de la comunicación política. Su éxito radica en que han entendido que la verdad es irrelevante cuando logras provocar emociones. No necesitan demostrar nada, solo hacer que la gente sienta miedo o rabia. Un tuit con una afirmación incendiaria tiene más impacto que un informe de 200 páginas. La indignación se propaga más rápido que la evidencia. Y en este juego, la mentira es el recurso más barato y rentable.

█ El insulto como estrategia y herramienta política

Junto con la mentira, el insulto se ha convertido en la otra gran arma de comunicación. No hace falta debatir si se puede descalificar. No es necesario refutar cuando se puede humillar.

El insulto ya no es un error, es una seña de identidad. Funciona porque simplifica la realidad. No hay que explicar por qué algo está mal o es problemático, basta con etiquetar a alguien como “enemigo”. Quienes se presentan como defensores de la patria no tienen reparos en llamar “traidores” a sus propios compatriotas. Todo aquel que no se pliegue a su discurso es un corrupto, un manipulador o un idiota.

Y no es casualidad. La política del insulto tiene una función clara: deshumanizar al adversario para que cualquier ataque contra él esté justificado. Es más fácil despreciar y, si llega el caso, perseguir a quienes han sido reducidos a simples etiquetas. Algunos han convertido la palabra en una granada de mano: su objetivo no es argumentar, sino destrozar.

Han comprendido que la política, en la era digital, se parece más a un combate de lucha libre que a un parlamento. Y en este espectáculo, la violencia verbal es un activo. Da igual si lo que dicen es absurdo o contradictorio. Lo importante es que suene potente, que genere ruido. En este juego, los argumentos son aburridos; los insultos, en cambio, son virales.

Se ha pasado del debate político al linchamiento público. La política ha sido reducida a un show de gritos y agresiones verbales en el que gana quien golpea más fuerte, no quien tiene la mejor idea.

█ La violencia del lenguaje

Las palabras importan. Construyen realidades. Cuando se normalizan el odio y la mentira, las consecuencias no tardan en manifestarse en el mundo físico. No es casualidad que en los países donde la ultraderecha ha ascendido, la violencia contra periodistas, activistas y minorías haya aumentado.

El insulto y la manipulación no son solo estrategias de comunicación, son estrategias de poder. No buscan únicamente ganar debates, buscan moldear la sociedad en su beneficio. Porque cuando el lenguaje se degrada, la política también se degrada. Y cuando la política se convierte en una guerra de trincheras verbales, el siguiente paso es que esas trincheras se trasladen a la calle.

No es casualidad que los ataques contra la prensa aumenten. No es casualidad que las instituciones democráticas sean deslegitimadas con bulos. No es casualidad que los discursos de odio proliferen y que muchos acaben sintiéndose legitimados para actuar en consecuencia. La violencia empieza con las palabras. Y si se deja crecer, acaba en los hechos.

█ El fin del matiz: o conmigo o contra mí

Algunos no solo han destruido la verdad y la decencia en el debate público, también han erradicado los matices. El lenguaje se ha vuelto binario: patriotas o traidores, héroes o enemigos, buenos o malos.

La complejidad ya no tiene cabida en el discurso político. Cualquier intento de análisis serio es tachado de “relativismo”, de “progresismo blando” o de “intelectualismo elitista”. En su mundo, si no repites su discurso palabra por palabra, eres parte del problema.

El lenguaje ha sido secuestrado y pervertido. Y en este nuevo mundo de gritos y falacias, la poesía con su delicadeza, su búsqueda de significado y su respeto por la complejidad es el primer cadáver en el suelo. 

█ Se acabó la poesía, pero no la lucha

Nos han arrebatado la poesía, pero no debemos permitir que nos arrebaten la palabra. Si ellos han convertido el lenguaje en un arma de destrucción, nosotros debemos recuperarlo como un arma de resistencia.

El antídoto contra la mentira es la verdad, aunque esta sea más difícil de propagar. El antídoto contra el insulto es la inteligencia, aunque sea más difícil de escuchar entre tanto ruido. Y el antídoto contra el odio es la firmeza, porque el silencio solo fortalece a los que gritan.

La poesía ha muerto, sí. Pero la historia nos enseña que la poesía siempre resucita. Se acabó la poesía. Pero todavía hay quienes nos negamos a aceptarlo.

G e r t r u d i s