jueves, 24 de noviembre de 2022

LOS PREMIOS

    “Los premios” es el título de la primera novela de Julio Cortázar en la que unos cuantos ciudadanos de diversos grupos sociales obtienen como premio en un sorteo un crucero que tendrá insospechadas consecuencias para ellos. Pero los premios son, en general, la manera que tienen las sociedades de cualquier régimen político de recompensar aquellos productos culturales con los que se identifican y que representan sus valores, tal vez aquella concepción del mundo que pretenden imponer. Mediante los premios se pretenden marcar unas directrices de lo que es aceptable y de lo que no, de los libros que merecen leerse y de los que merecen como mucho un lugar en los kioscos de los aeropuertos o, mejor todavía, en el limbo de los libros por publicar. Y lo mismo ocurre con todos los demás productos culturales, ya sean películas, canciones, etc.

      ¿Por qué se premia a unos autores con los máximos galardones y, en cambio, a otros se les relega al ostracismo? Ante la evidencia que de que no existe ninguna aritmética ni geometría que permita determinar que obra es mejor que otra, los que entran en juego son los críticos que deciden la cuestión desde la atalaya de su propia formación cultural, sus propios prejuicios y, sobre todo, desde la perspectiva de la época en la que viven. Pero esa perspectiva de alguna forma siempre está influida por lo que son las relaciones de poder dentro de cada sociedad. Parecería inimaginable que una película como por ejemplo “If....”, de Lindsay Anderson (1968) ganase hoy en día la Palma de Oro del festival de Cannes. Los tiempos son otros, la época de la rebeldía ya pasó para siempre -o, al menos, eso se pretende- y el neoliberalismo no sólo es experto en forjar las leyes que regulan las relaciones sociales, sino también incluso en certificar aquello que es artísticamente aceptable, sobre todo a nivel de determinadas elites, por no hablar de los intereses de las diversas productoras cinematográficas. De la misma forma, la época de las vanguardias artísticas también parece otra reliquia del pasado, especialmente en una época en la que parece que el único progreso concebible pueda producirse en el marco de la tecnología. Ya pasó la época en la que Occidente pretendía proclamar su pretendida superioridad cultural en el terreno del arte, sino que ahora esas batallas se libran en terrenos como la “mayor tolerancia” hacia el movimiento LGTBI, y un mayor empeño en una determinada concepción de los derechos humanos muy propia de los países anglosajones que, sin embargo, excluye de manera deliberada cualquier componente que pueda poner en peligro el orden económico y jerárquico existente.

      Pero quizá algunos de los ejemplos más chuscos se den en el campo de la literatura, donde los premios concedidos a la medida de las grandes editoriales abundan a nivel nacional y, a nivel internacional, empiezan a jugar su papel las relaciones e influencias de la llamada alta política. Como curiosidad, podríamos repasar los nombres de los autores españoles que han ganado el premio Nobel de literatura. El primero fue José Echegaray, considerado el mayor matemático español del siglo XIX, ministro de hacienda en su tiempo, y que fue galardonado con el premio por delante no sólo de Leo Tolstoi, Anton Chejov u otros grandes escritores de fama mundial, sino también de otro célebre escritor español como fue Benito Pérez Galdós. No parece que los actuales lectores de Echegaray formen una legión que digamos. Algo parecido sucedió con el primer galardonado al citado premio, el poeta francés Sully Prudhomme, un ilustre desconocido para la inmensa mayoría de lectores en lengua francesa actuales. Pero los académicos de Estocolmo prefirieron otorgarle el premio a él antes que al monstruo literario Émile Zola en una decisión que habría alegrado a ciertos popes de la cultura más pro-establishment de nuestros días, como por ejemplo el adalid del atlantismo Bernard Henry-Levy.

      Y quien fue auténticamente maldito para ese premio fue el ya citado Pérez Galdós, al parecer debido a fuertes presiones del propio gobierno español, que no quería que un escritor de tendencias socialistas o, cuando menos, excesivamente progresistas, ganase el premio. A lo largo de la historia de los Nobel de literatura, estas incongruencias e intromisiones de la política han venido sucediéndose, y justamente la lista de los primeros galardonados es especialmente devastadora para la credibilidad del premio una vez pasada por el implacable tamiz del tiempo. Prácticamente ninguno de los 15 o 20 primeros galardonados ha significado absolutamente nada para las generaciones posteriores que, por el contrario, han inmortalizado la obra no sólo de los autores ya citados, sino la de muchos otros como Joseph Conrad, James Joyce, y un largo etcétera. Por no hablar de las décadas de los 80-90 cuando casi uno de cada dos o tres premiados era un europeo del este, por supuesto siempre contrario a los regímenes socialistas de la época. Mijail Sholojov, el autor de la célebre novela “El don apacible” fue el único autor ruso no disidente que obtuvo el Nobel, y eso ocurrió a principios de la década de los 60, justo cuando la URSS se encontraba seguramente en lo que fue su mejor momento histórico y de mayor influencia mundial. Pero el Nobel de literatura también acompañó de alguna forma la famosa “guerra contra el terror” del presidente Bush, cuando le otorgó el Nobel apenas un mes después de los oscuros atentados del 11-S nada menos que a V. S. Naipaul, un autor al que bien podría considerarse el Kipling de nuestra época, ya que a lo largo de toda su vida y carrera literaria se dedicó sin cesar a denigrar cualquier proyecto político emprendido ya fuera en América Latina, África o Asia que no se encontrase bajo el patrocinio directo de la visión del hombre blanco occidental y sus instituciones; véase novelas o ensayos como “Guerrillas”, “In a Free State”, “The Return of Evita Perón”, etc. El blanco favorito de Naipaul probablemente fuera el islamismo bajo casi todas sus formas, y su candidatura fue promocionada durante décadas por las grandes revistas y publicaciones del mundo anglosajón hasta obtener el codiciado premio.

    También es cierto que el premio ha sido concedido también a célebres escritores de izquierdas, como Jean Paul Sartre -el único que se permitió el lujo de rechazarlo-, José Saramago, Gabriel García Márquez y alguno más. Pero en conjunto, el premio ha mostrado una cierta propensión a regar más a aquellas plantas literarias que el atlantista Josep Borrell habría querido ver crecer en su jardín. Y quizá el premio más estridentemente político de todos fuera el que se le concedió en su día a Alexander Solzhenitsyn, el autor de “Archipiélago Gulag” y paseado en su día por todas las televisiones del mundo occidental de una manera similar al agasajo mediático con que hoy en día se obsequia a Vladimir Zelenski. Poco podía imaginar Solzhenitsyn que cinco décadas después él mismo estaría incluido en el estigma con el que el Occidente oficial ha cubierto todo lo relacionado con Rusia, incluyendo a sus escritores y artistas.

    Y si bien los premios literarios en principio no deberían estar influidos por las consideraciones políticas, hay otros que ya han nacido con una clara vocación ideológica, tales como los premios Nobel de economía o el de la paz, por no hablar del inefable premio Sajarov, cuya lista de galardonados es una auténtica “wish list” de la CIA. Como es sabido, el Nobel de economía no entraba en absoluto dentro de los planes de Alfred Nobel cuando él instituyó sus galardones, sino que fue un premio instituido por el Reichsbank sueco “en memoria de Alfred Nobel”. Dicho premio no tardó sino unas muy pocas ediciones en galardonar a los grandes popes de la religión neoliberal, Friedrich Hayek y Milton Friedman. Con ello se sacralizaban en gran medida los criterios económicos que iban a regir las sociedades occidentales en las décadas siguientes, los mismos que iban a revertir los progresos sociales de la primera mitad del siglo XX y a ensanchar las desigualdades sociales hasta los niveles de la época victoriana en una espiral que parece no tener fin y que las diversas crisis económicas y sociales de los últimos tiempos no han hecho sino alimentar todavía más.

    En cuanto al Nobel de la Paz, sin llegar a los extremos del premio Sajarov, también ha demostrado a lo largo de los años un claro sesgo occidental por no decir atlantista. Su último premio, dedicado a un activista político bielorruso y a un par de ONGs conocidas por su activismo contra el gobierno de Moscú puede enmarcarse, a un distinto nivel, dentro de la oleada de propaganda proucraniana que ha llevado al régimen de ese país a ganar incluso el que quizá sea el más hortera de los premios internacionales posibles, el del festival de Eurovisión del 2022. Pero es justamente a este nivel popular y del subconsciente colectivo donde los diversos premios más buscan ejercer su influencia y a determinar corrientes de opinión dentro de las naciones que favorezcan los intereses ocultos – y los no ocultos- de aquellos que los promueven.
  V E L E T R I

domingo, 20 de noviembre de 2022

CINEFÓRUM

Las películas son realidades inacabadas;
lo son en sí mismas y porque el espectador formará parte de ellas. También por eso tiene sentido este fórum
El Cinefórum es un espacio para hablar de cine, para hacer coloquios sobre películas previamente propuestas por los foreros que así lo deseen. Pero no es una filmoteca, su función no es hacer una lista de películas que a cada uno le parezcan importantes, imprescindibles o interesantes, sino un lugar de encuentro cinéfilo en el que charlar o cambiar impresiones sobre una determinada propuesta cinematográfica. Se evitará, por tanto -para que podamos sacarle el partido adecuado a este espacio- pedir que se suban títulos sin más criterio que el deseo de tenerlos subidos a la filmoteca por parte del que enlaza el título, sin coloquio previo sobre ella; si no lo hacemos así, el Cinefórum perderá su función de “espacio para el debate cinematográfico” y la filmoteca se convertirá en un interminable y absurdo listado de films que podemos encontrar en cualquier sitio de la red destinado a ofrecer cine, sin más.

Se adjuntan enlaces a sitios interesantes en los que encontrar casi toda
la oferta cinematográfica más o menos de calidad para quien quiera
acceder a sus películas favoritas y así liberar a la filmoteca
y al Cinefórum de tener que cumplir esa función

          enlaces interesantes de búsqueda          

(enlaces de búsqueda también añadidos a la sección películas)

viernes, 11 de noviembre de 2022

COMPARANDO CULTURAS

En la actualidad vamos (o ya estamos) a un mundo multipolar con tres focos de poder: China, Rusia y Occidente. Esto nos lleva a plantearnos la comparativa entre estas culturas y civilizaciones. ¿Es mejor la china, la rusa o la occidental?, ¿y si no hay ninguna mejor ni peor porque todas tienen sus puntos positivos y negativos, así como ventajas e inconvenientes? Quizás esto sea cierto, por lo que el término “bárbaro”, acuñado por los griegos para describir lo extranjero, debería ser desterrado: al fin y al cabo, todas las culturas son etnocéntricas y supremacistas, porque describen la realidad bajo sus parámetros culturales.

Solemos criticar a la civilización occidental como fuente de dolor y sufrimiento para otras culturas debido a su colonialismo, hegemonía imperialista y epistemicidios culturales de la modernidad. Lo cual es cierto e irrefutable, pero, ¿es solo esto el legado de Occidente?, ¿nadie hace hincapié en sus aportaciones en pensamiento político, científico, filosófico y tecnológico? Esta crítica a Occidente es entendible, porque el ganador suele ser denostado por abusón, del mismo modo que el niño fuerte abusa de los niños débiles. Por eso es tentador pensar que este Occidente, dominante histórico desde el siglo XV, debe recibir su merecido, pagar sus culpas y redimirse de ellas. Esta es la razón por la que se ensalce a otras cosmovisiones alternativas, porque, del mismo modo que apoyamos al niño débil maltratado por el niño grande, apoyamos otras culturas que han sido maltratadas por el niño grande occidental abusón.

Por eso idealizamos otras culturas, y más si están desaparecidas. Esto me recuerda a la frase de Humphrey Bogart “vive rápido, muere joven y tendrás un bonito cadáver”. Y eso es lo que le sucedió a culturas como la cartaginesa, persa, africanas, precolombinas, de la Polinesia, etc., que murieron jóvenes, desaparecieron y dejaron un bonito cadáver civilizatorio. Cadáver que es honrado tal que culto litúrgico que idealiza la Arcadia cultural que pudo ser y no fue. Pero recordemos que, antes o después, todas las civilizaciones mueren.

Entonces, ¿podríamos hacer una comparativa justa y equilibrada entre culturas sin apriorismos, favoritismos ni sesgos ideológicos de eurocentrismo y “occidentalcentrismo”? Yo creo que sí, y del mismo modo que hay estudios de Derecho Comparado, Religiones comparadas, etc., se puede hacer una Historia comparada de las civilizaciones, un estudio comparativo entre culturas. Algo parecido a lo que hicieron los intelectuales de la Ilustración como Montesquieu y Voltaire. Y posteriormente Max Weber, Oswald Spengler, Augusto Comte, Arnold Toynbee y otros. Así, Spengler creía que las civilizaciones, como cualquier organismo vivo, nacen, crecen, llegan a su apogeo, a su decadencia y mueren. Toynbee creía que las civilizaciones se desarrollan según sus “minorías creativas” respondan a los desafíos o crisis que amenazan a la sociedad. Y si se agotan estos ciclos de reacción ante las crisis, entran en decadencia. Para Comte, todas las civilizaciones pasan por tres fases históricas: la mágico-mítica, la filosófica y la técnico-científica. Marx tiene una visión determinista de la historia, según la cual cualquier sociedad tiene tres fases: la sociedad antigua, la sociedad feudal y la sociedad capitalista. La cuarta y última sería la etapa del socialismo, a la que se llegaría de forma inevitable con el triunfo del proletariado sobre la burguesía. Max Weber relaciona el desarrollo de cada civilización con su religión y en el caso de Occidente, lo relaciona con su racionalismo, el desarrollo de la ciencia, la matemática y la sistematización en la administración del estado. Samuel Huntington creía que las civilizaciones están llamadas a estar en conflicto y Francis Fukuyama decía que dicho conflicto ha desaparecido porque ya no hay lucha entre ideologías ante el triunfo del libre mercado y el liberalismo democrático. Pero todos sabemos que esto del pensamiento único y el fin de la historia es un cuento chino.

Así pues, podríamos hacer algo parecido a lo que han hecho estos autores, pero con criterios más científicos y menos sociológicos, filosóficos e históricos. Comparar culturas con ciencia pura y matemática, con el rigor de los números fríos, la exactitud de los datos matemáticos y la precisión de la estadística. Algo parecido a las revisiones sistemáticas y metaanálisis en ciencia, que tienen la máxima evidencia científica. Aunque en historia, sociología y filosofía esto es difícil, porque no es fácil aplicar el método científico, basado en las matemáticas, a las humanidades. Y de hecho, Karl Popper decía que el método científico no vale para verificar una hipótesis ni para determinar si una hipótesis es probable. También decía que la verdad no existe y una teoría nunca es verdadera, sino la mejor que tenemos en un momento dado. No obstante, pasemos de Popper y hagamos un intento de estudio comparado de culturas mediante el método científico.

Para la investigación en ciencia, lo primero es definir el fenómeno a estudiar, en este caso las distintas culturas o civilizaciones. Después hay que determinar sus variables (caracteres o aspectos del fenómeno). Por ejemplo, ordenamiento jurídico, ética social, tecnología, bienestar social, índice de satisfacción de la población, renta per cápita, servicios sociales, infraestructuras, educación, sanidad, derechos, libertades, etc. Como algunas variables no serían medibles, podríamos transformarlas en otras medibles, como niveles de hormonas “de la felicidad” (dopamina, oxitocina, serotonina y endorfina), esperanza de vida, número de suicidios, etc. Después, habría que definir el tipo de estudio, que podría ser transversal (en un punto del tiempo) o longitudinal (a lo largo de la historia). Después haríamos una Estadística: parámetros (media, moda, mediana, desviación estándar, percentiles, etc.), estadísticos (fórmulas para calcular parámetros), tests de significación, tabla de resultados y representación gráfica de estos resultados (diagramas de sectores, de barras, de líneas, etc.).

Podríamos empezar comparando la cultura persa y griega y confrontando sus filosofías: el zoroastrismo, maniqueísmo y mazdakismo versus las escuelas filosóficas griegas. O comparar a Mitra y Zoroastro con los dioses griegos. O comparar si con Ciro y Jerjes el pueblo vivía mejor que con Pericles y compañía. De mismo modo, podríamos continuar con las culturas cartaginesa y romana y comparar los dioses Baal y Astarté con los dioses del panteón romano. O comparar sus tecnologías, viendo así que la flota y comercio marítimo de Cartago eran superiores a los de Roma en un principio. Pero Roma fue superior en obras públicas y construcción de calzadas e ingeniería. En agricultura eran superiores los cartagineses, siendo quienes primero explotaron los cereales, viñedos, frutales y olivares. Pero comparando sus filosofías, Roma sale ganando, porque su pensamiento fue más pragmático que teórico, además de ecléctico.

Podríamos comparar también el Islam con Occidente. Durante la Edad Media, el Islam fue superior en pensamiento y ciencia: la llamada “Edad de Oro del Islam” o “Ilustración islámica”, hasta el siglo XV. En esta época fueron más avanzados que Occidente en filosofía, tecnología, cartografía, navegación, ingeniería, artes, agricultura, etc. Por eso estamos en deuda con los Abulcasis, Avicena, Maimónides, Averroes, Al Juarismi, etc. Veríamos que se quedaron estancados a partir de entonces y que no fueron las cruzadas y sus guerras con Occidente quien más les fastidiaron, sino los mongoles (destrucción de Bagdad y sus bibliotecas durante las invasiones mongolas). Observaríamos los intentos de revertir esta situación, como la revolución que hizo Gamal Abdel Nasser (panarabista y socialista), la de Mustafá Kemal Atatürk (modernizador del Islam Turco) y las primaveras árabes. Podríamos imaginar un escenario en el que el Islam hubiera ganado en Poitiers, el Al-Ándalus hubiera permanecido en España, el Islam hubiera ganado en Lepanto, y Solimán el Magnífico hubiera conquistado Viena. En este caso, Europa sería Eurabia, USA tendría cultura islámica y Occidente sería musulmán.

Podríamos comparar ideologías, como el comunismo. Así veríamos que durante décadas la ciencia y el pensamiento de la URSS y países comunistas estuvieron a la par que los de Occidente. Y podríamos imaginar su pervivencia en un “comunismo 2.0” o “comunismo bis” si los mencheviques de Yuli Mártov hubieran ganado a los bolcheviques en el segundo congreso del POSDR. O si hubieran pervivido los gobiernos de Piotr Stolypin o Kerenski. O un comunismo en el que el sucesor de Lenin hubiera sido Trostsky y no Stalin, con la ventaja de evitar las purgas que este hizo en los cuadros dirigentes del PCUS, y así evitar las posteriores épocas de deshielo (Jrushchov), inmovilismo (Brezhnev) y deconstrucción (Gorbachov).

O la comparación con China, cuyo comunismo, tras su revolución a partir de 1978 con Deng Xiaoping, evolucionó a un socialismo de mercado. Observaríamos que China ha alcanzado a Occidente en tecnología y economía, que su PIB igualará o superará al de USA en pocos años y que es el mayor poseedor de deuda pública estadounidense. Y que el estado y el PCCh sustituyen a la oligarquía financiera tradicional y burguesía.

Habría muchas más comparaciones posibles con otras culturas: la japonesa, india, precolombinas (azteca, maya, inca), africanas, etc. También podríamos comparar revoluciones: la inglesa (Oliver Cromwell), francesa (estatista y burguesa), americana (antiestatista y liberal), japonesa (revolución Meiji), rusa (estatista y proletaria), turca (nacionalista), etc.

Mi conclusión:

Es difícil asegurar qué cultura es mejor o peor, porque hay cosas que la fría ciencia y la exacta matemática no miden: la felicidad y el bienestar del ser humano, del pueblo, de la gente. Además, en cada cultura las ideas cambian y evolucionan según la teoría de “la ventana de Overton”, que nos dice que estas ideas son aceptables o no en función de la evolución de la opinión pública y los cambios sociales.

Como decía U2, “todavía no he encontrado lo que estoy buscando”. O parafraseando a Proust, seguimos “a la búsqueda de la cultura perdida”. Será que no existe la cultura ideal y perfecta, porque el ser humano es un ser histórico que, al hacer historia, hace cultura: las culturas de las distintas tribus. Y todas imperfectas.

Un Tipo Razonable

miércoles, 9 de noviembre de 2022

QUÉ ES ARTE?

“¿Vienes del hondo cielo o del abismo sales, Belleza? Tu mirar, infernal y divino, vierte confusamente beneficios y crímenes, por lo que se te puede comparar con el vino” 
(Charles Baudelaire)

¿Quién y cómo decide qué es arte en cada etapa histórica? El arte es un concepto tan amplio y relativo que es difícil o casi imposible responder a esas preguntas sin quedarnos cortos o sin olvidar tantas aristas como contiene.
Para no tocar ni el cielo ni el abismo en este pequeño texto, me voy a centrar en el concepto de arte actual, concepto tan cambiante que lo que en un tiempo fue arte, quizás hoy no lo sea y viceversa.
Una gran parte de la población está acostumbrada en esta parte del mundo a llamar arte a las obras que conservan las reglas y normas académicas, según los estándares de la consideración del término “belleza”, destinadas a museos o galerías. Adorno decía que museo y mausoleo compartían algo más que terminología, más bien la taxidermia, porque en el museo las obras permanecen muertas.
Y es que el concepto de belleza se agota cuando surge la estética feísta. ¿Acaso no es arte el cuadro de los viejos comiendo sopas de Goya? ¿Para alguien es bella esa imagen? Pero sí decimos que es arte, por la técnica maravillosa de Goya, por la impresión que nos causa, sin embargo, en su tiempo las pinturas negras no fueron consideradas como tal.

Al igual sucedió con tantas obras a lo largo de la historia. Cuando vemos los esclavos de Miguel Ángel, prisioneros en la piedra, nos extasiamos, y sin embargo no fueron más que figuras inacabadas que no le interesó terminar y dejó tiradas en su taller. O las pinturas con verduras y frutas de Arcimboldo que en su época de 1.500 en Italia no eran consideradas más que como manualidades, las que ni siquiera vendía pues vivía de hacer vitrales para iglesias, sobre esos cuadros quizás pensó que sus coetáneos no estaban preparados para valorar su pintura, hasta que el tiempo pasó y hoy son tan valoradas y aclamadas.

Clasificaciones se han hecho múltiples a lo largo de la historia, se habló de bellas artes, artesanía, artes menores, se habló de arte sublime, singular, bello, de bellezas de la forma, del arte representativo o emotivo. Se dividió el arte entre obras que representaban la realidad y otras que mostraban un sentimiento interior. Hasta llegar a los impresionistas que rompieron con el clasicismo y dieron paso a las primeras vanguardias, en las que cabía todo tipo de técnica y toda forma de creación, llegando al arte que no ilustra nada, sino que muestra un proceso.

Duchamp, con la elección de un urinario (o fuente) rompió con todas las reglas y normas del arte anteriores. Planteó al mundo un nuevo concepto, se adelantó al arte conceptual, le dio la categoría de arte a los objetos cotidianos. Para Duchamp, arte es “el proceso a través del cual se titulaban «artísticamente» objetos producidos industrialmente, con una mínima o ninguna intervención, elevándolos de esta manera a categoría de «obra de arte»”.

Otro rompedor fue Pollock, el cual expresa los sentimientos a través de la misma acción pictórica, planteando una de tantas polémicas como se han planteado siempre en la historia del arte. ¿Es arte la obra que se hace con un chorreo de pintura industrial, sin pinceles, tirada por arena, trapos o cañas, sobre una tela posada en el suelo? Pues sí, es arte, aunque no ilustre nada, porque convierte la tela en un campo de juego en donde plasma, no imágenes, pero sí un suceso, un proceso creativo.
Pollock (y otros expresionistas abstractos) fueron cuestionados al coincidir con el auge de los medios audiovisuales durante la segunda guerra mundial, se preguntaron si no estaría coqueteando con el poder de la burguesía americana, frente al arte representativo defendido por el mundo soviético.

Las segundas vanguardias han abierto aún más el campo del arte, superando la barrera que privilegiaba los sentidos de la vista y del oído, hoy el tacto, el gusto y el olfato están recuperando un lugar en la creación artística. La cocina, a nivel de gusto y olfato, por ejemplo, es un espacio nuevo de experimentación. ¿O quizás solo es una moda pasajera y tiene que ver con el negocio más que con estándares artísticos? ¿La tortilla deconstruida de Ferran Adrià es una obra de arte?

¿Acaso el concepto de arte actual nos ha llevado a concebir como obras de arte todos los grafitis sin técnica alguna? ¿Quién se atreve a excluir unos de otros grafitis, sin ser tachado de antiguo, a no ser desde un punto de vista personal? ¿Y los videojuegos o las famosas instalaciones que a veces se confunden con restos de basura esperando ser recogida en un contenedor?

Kabul 2012 - (Shamsia Hassani, grafitera iraní-afgana)
“El agua puede regresar a un río seco, pero ¿qué pasa con los peces que murieron?” 

Pero aún se siguen haciendo bellas obras, como los dibujos y las tintas de Dan Liu, técnicamente rompedoras, evita el pincel tradicional y enfatiza la composición sobre la pincelada llamativa, aunando el concepto de arte de la China tradicional, la poesía, pintura, filosofía, caligrafía y modernidad.

Una cuestión interesante y curiosa es la que se está presentando en la actualidad con algunos artistas que vuelven a la figuración, como el noruego Odd Nerdrum, cuya obra está influida por Rembrandt, y al que se le ha rechazado, denunciado y hasta acusado de formar sectas con los alumnos que llegan a su estudio desde todas las partes del mundo, por la sola razón de que ese tipo de pintura tradicional, paradojas de la historia, es rompedor hoy en día.

Y en cuanto a los autores, ¿solo los seres humanos pueden hacer arte? ¿Un termitero es una obra de arte? ¿Y una colmena? ¿Los castores tienen conciencia y creatividad cuando hacen sus diques, no siempre del mismo modo? ¿O el arte requiere un plan y un proyecto anteriores?

Concluyo ¿Por qué creamos arte? ¿Qué nos lleva a los humanos a sentir la necesidad de escribir un poema, de hacer una pintura, un edificio estético o componer música o una fotografía? ¿Cuál es el origen de ese sentimiento que nos lleva a sentir el síndrome de la belleza o a emocionarnos con un color o una idea? Múltiples interrogantes que se ha hecho la humanidad a lo largo de la historia, y que en cada época habrá tenido unas respuestas distintas y nunca completadas.

E I R E N E