lunes, 26 de mayo de 2025

PARQUE DE ATRAICIONES

 ¿Por qué la llaman Montaña Rusa cuando parece más un viaje por el sistema capitalista?

 Porque "sistema capitalista" no quedaba tan atractivo en los parques de diversiones. Imagínate:

 "¡Bienvenidos a la Gran Crisis del 29! Disfruten de la caída libre sin red de seguridad y traten de recuperar su inversión antes de llegar al suelo."

O peor:

 "El Derrumbe Neoliberal: una experiencia extrema donde los ricos suben sin esfuerzo y los pobres bajan a velocidad terminal."

Al menos en una montaña rusa de verdad hay un mínimo de control, unos rieles definidos y una garantía de que, salvo accidentes, todos llegan al final con vida. En cambio, el capitalismo es más como una feria sin regulaciones, donde el dueño de la atracción puede cambiar las reglas a mitad del viaje y cobrarte por usar el cinturón de seguridad.

 A muy pocos se les advierte que según paguen, vayan a disponer de barra de seguridad y cuando llegan las curvas, casi la totalidad del pasaje sale centrifugao por la tangente.

 Exacto. Y lo mejor (o peor) es que, mientras unos salen volando, los que quedan en los asientos VIP gritan: "¡Es su culpa por no haber invertido en una barra prémium!"

Luego, cuando el convoy llega a la estación, los que sobrevivieron celebran con champán, mientras los cuerpos de los demás siguen cayendo en cámara lenta. Y si alguien sugiere mejorar la seguridad, el dueño del parque dice: "No podemos intervenir, ¡sería ir en contra del espíritu de la libre competencia."

Eso sí, cuando el convoy se descarrila del todo y amenaza con llevarse el parque entero, mágicamente aparecen los bomberos estatales para apagar el fuego… con los impuestos de los que ya fueron eyectados en la primera curva.

 ¿Y qué será de los que aún sobrevivieron sin cinturón en las curvas cuando llegue el looping?

 Ah, el looping... ese momento glorioso donde todos los que iban confiados, creyendo que la gravedad se iba a alinear con sus expectativas, de repente se dan cuenta de que la única fuerza que los sostiene es la pura suerte (y tal vez un par de decisiones financieras cuestionables).

Los que sobrevivieron sin cinturón llegan al looping como si estuvieran firmando un contrato con el destino: "Sí, claro, el riesgo es parte del paquete." Y ahí es cuando todo el sistema demuestra su verdadera naturaleza: aquellos que ya estaban medio colgados de la vida se aferran como si el sistema estuviera a punto de darles una segunda oportunidad, solo para descubrir que el looping no es más que un viaje al vacío de las promesas incumplidas.

Pero, ¿qué pasa al final del looping? Pues unos caen, otros sobreviven, y los que logran aterrizar (o flotar en un limbo de incertidumbre) se dan cuenta de que no importa cuánto pagaron por el viaje; al final del día, nadie les va a dar el reembolso por las heridas emocionales. Eso sí, hay una promesa de "mejoras para la próxima temporada"… siempre en la siguiente vuelta, claro.

 Y cambiando de tema... o mejor dicho, de atracción, ¿por qué la llaman la sala de los espejos cuando solemos entrar ya deformaos?

 Porque llamarla "La Cruda Realidad" espantaría a los clientes. Es más fácil hacerles creer que las distorsiones vienen de los espejos y no de ellos mismos.

Entras pensando que vas a ver una versión exagerada de ti mismo, pero en realidad, solo te devuelven la imagen que has estado evitando. Ahí está el que cree que tiene un ego discreto, pero se refleja como un globo aerostático a punto de explotar. O la que jura que tiene una vida perfectamente balanceada, pero su reflejo es una espiral de piernas y brazos enredados como si estuviera atrapada en una deuda emocional impagable.

Y lo mejor es que, aunque la gente salga riendo, en el fondo todos se llevan la misma duda: ¿Qué tanto de esa imagen era culpa del espejo y qué tanto era yo desde el principio?

 ¿Y qué hay de la noria? Siempre dando vueltas para pasar un instante admirando las vistas desde lo alto pero siempre desmontando por lo bajo.

 La noria es la metáfora perfecta del ciclo de expectativas y decepciones de la vida. Pagas tu entrada, subes con la esperanza de tocar el cielo, disfrutas unos segundos de la vista panorámica y, antes de que puedas sacar una conclusión trascendental, ya estás bajando otra vez, directo al suelo.

El problema es que, aunque el recorrido es circular, la experiencia no es la misma para todos. Los que suben con entusiasmo descubren que la emoción dura menos de lo esperado, y los que suben con miedo se dan cuenta de que la bajada es inevitable. Pero lo más cruel es que, cuando la noria se detiene y toca bajarse, muchos siguen creyendo que lo importante es volver a hacer la fila, como si en la próxima vuelta todo fuera a ser diferente.

Y así seguimos, montando y desmontando, convencidos de que el momento en la cima lo vale todo… aunque, en realidad, la noria nunca nos saque del mismo sitio.

 Medio satisfechos, pasemos ahora a los autochoques donde dándonos trompazos unos a otros creemos que lo pasamos en grande en la diversión estrella, o estrellá según se mire, porque el único que realmente tiene airbag es el patrón.

 Exacto. Los autos de choque son la esencia misma del “sálvese quien pueda” disfrazado de diversión. Nos lanzamos unos contra otros con la excusa de que es parte del juego, riéndonos de cada impacto, sin darnos cuenta de que en el fondo estamos reproduciendo, en versión de feria, el día a día del mundo real.

Porque, ¿qué nos enseñan? Que avanzar sin chocar es casi imposible, que siempre habrá alguien que te embista por la espalda justo cuando creías que ibas bien, y que no importa cuánto intentes controlar el volante, el suelo resbaloso hará que tu dirección dependa más del caos que de tu habilidad.

Y mientras tanto, el patrón del juego, el que alquila los coches y controla la electricidad, se frota las manos viendo cómo nos destruimos por cuenta propia. Porque el verdadero truco de los autos de choque no es el choque en sí, sino hacernos creer que todo esto es diversión en vez de un simulacro de nuestra propia miseria cotidiana.

 Ay, ¿y cómo no hablar de las Camas Elásticas?, con esa sensación casi imperceptible de ausencia gravitatoria, sin llegar nunca a lo más alto.
Esa extraña sensación de volar por los aires y disfrutar más durante la caída que en el impulso. ¿Será entrenamiento específico para prepararnos ante los cracs financieros y amortiguar vértigos?

 Las camas elásticas son como la economía de mercado en su versión más honesta: te dejan subir, te dan esa breve ilusión de ingravidez, pero no importa cuánto impulso tomes, nunca vas a escapar del ciclo.

Lo peor es que nos entrenan para disfrutar más la caída que la subida. ¿Por qué? Porque el ascenso es esfuerzo, incertidumbre y ese microsegundo de esperanza de que esta vez sí vas a llegar más alto. Pero la bajada… ah, la bajada es donde está la verdadera adrenalina, porque en el fondo ya sabemos que es inevitable y que, si nos dejamos llevar, puede incluso ser divertida.

Tal vez por eso nos meten ahí desde niños: para que nos acostumbremos a los ciclos de auge y crisis sin marearnos demasiado. Nos preparan para los desplomes financieros, los despidos masivos y las burbujas que explotan, todo mientras nos dicen que la clave está en seguir brincando. Porque, aunque la cama elástica no te deje salir del mismo lugar, al menos te mantiene entretenido mientras rebotas en el sistema.

 Y es entonces cuando llega otro los momentos culminantes, o fulminantes, de toda visita al Parque de Atraiciones. Ese instante único y casi mágico sobre el implacable Tren de la Bruja. Qué momentos de tensión cuando uno se vuelve loco por atrapar la escoba y volver a disfrutar de otro viaje gratuito en círculos.

 El Tren de la Bruja es la metáfora perfecta de cómo nos venden el miedo como entretenimiento y la repetición como recompensa. Nos subimos a un vagón oxidado que avanza a trompicones por un túnel oscuro, donde unas figuras cutres nos asustan con movimientos torpes, y, aun así, gritamos como si estuviéramos en una auténtica película de terror.

Pero lo más patético —y a la vez brillante— es el truco de la escoba. La promesa de un viaje gratis a cambio de arrebatar ese trozo de madera mugriento se convierte en la obsesión de los pasajeros. No importa que el recorrido sea el mismo, que las brujas sean las mismas o que ya sepamos de memoria cada susto que nos espera. Lo único que importa es ganar la escoba y repetir la experiencia, como si esta vez fuera a ser diferente.

Y así seguimos, aferrándonos a la esperanza de un premio que solo nos devuelve al punto de partida. Porque el verdadero hechizo del Tren de la Bruja no está en las marionetas que intentan asustarnos, sino en nuestra voluntad de seguir subiéndonos una y otra vez, convencidos de que este viaje circular tiene algún tipo de sentido.

 Ya en la recta final de la cuenta atrás, pecado mayor sería olvidar el añadir al elenco el imprevisible traqueteo de El Látigo. Aquel que más chifla a todo nostálgico. Cómo no.

 El clásico infalible. La encarnación perfecta del sistema: te hace creer que todo va a seguir un curso estable y luego, sin previo aviso, te sacude con una crisis, una devaluación o un despido masivo. Los que van en el centro apenas sienten el impacto (los de siempre, los que están bien sujetos al poder), pero los que están en los extremos, los más vulnerables, son los que reciben la mayor sacudida. El placer de la incertidumbre disfrazado de nostalgia.

Los veteranos del parque lo adoran porque "antes se sentía más fuerte", como si la brutalidad de la sacudida fuese un sello de autenticidad. Pero en realidad, el truco es siempre el mismo: hacerte creer que todo marcha sobre rieles, para luego demostrarte que no tienes ni voz ni voto en la dirección del viaje.

Y así, entre gritos, risas nerviosas y algún que otro moratón mal disimulado, la atracción cumple su cometido: recordarnos que el control es solo una ilusión... pero, al menos, con el encanto de los buenos tiempos.

 ¿Y qué se podría decir de los caballitos? La base de toda manipulación bien urdida desde la cuna.

 Los caballitos, esa entrañable atracción en la que todo parece moverse, pero en realidad nadie avanza. Ahí está la verdadera metáfora del eterno espejismo del progreso: un carrusel que gira y gira, con caballos que trotan enérgicamente sin salir del mismo punto.

Es la promesa de movimiento sin dirección, de ilusiones de galope cuando, en realidad, todos están atados a un eje invisible que los mantiene en su sitio. Desde niños nos subimos creyendo que vamos a alguna parte, elegimos con esmero el corcel más vistoso, nos aferramos a las riendas como si de verdad pudiéramos guiarlas… hasta que el tiovivo se detiene y nos damos cuenta de que estamos exactamente donde empezamos.

Y, sin embargo, al bajar, alguien nos pregunta: "¿Te ha gustado?" Y, por alguna razón, decimos que sí. Porque al final, lo que importa no es a dónde llegamos, sino la música de feria, las luces parpadeantes y la sensación momentánea de que, por un instante, tuvimos el control.

 Sí, porque de caballito para trotar, ¿cuántos tuvieron la ocasión de montar en alguno real?

 Exacto, la ironía está ahí: montamos caballitos de madera o plástico, y nunca nos detenemos a pensar en lo que significaría realmente estar sobre un caballo de verdad. En la atracción, todo es controlado, predecible, sin riesgo. Pero ¿cuántos, en la vida real, se han atrevido a montar un caballo, ese ser impredecible y vivo que no sigue ningún tiovivo, que puede dar un giro inesperado o desbocarse cuando menos lo esperas?

El caballito de feria es la versión edulcorada de lo que podría ser la verdadera experiencia: la ilusión de libertad sin los peligros reales. Nos conformamos con el vaivén artificial, sin tener que enfrentarnos al desafío, la autenticidad o la verdadera aventura. Pero aun así, siempre nos queda esa duda interna: si la vida fuera como el tiovivo, ¿nos atreveríamos a montarla sin las riendas del control?

 De ahí, que la reacción lógica e instintiva en los críos sea agarrarse al eje. Ya saben como educarnos bien esos pedabobos, ya.

 ¡Totalmente! El eje es el ancla, el punto de referencia que nos mantiene pegados a la seguridad y la rutina. Los críos, con su instinto natural, ya se dan cuenta de que aferrarse al eje es lo más sensato. Es como si, en su inconsciente, supieran que, por mucho que intenten montar la ilusión de aventura, al final siempre están atrapados en ese círculo cerrado de promesas vacías.

Y claro, los pedabobos (como los llamas con acierto) han sabido cómo hacer de todo esto un ritual que nos marca desde pequeños. El tiovivo no es solo un juego, es una lección disfrazada de diversión. Porque, en el fondo, nos enseñan que la mejor forma de sobrevivir en un mundo donde todo da vueltas y no avanza es agarrarse al eje, al sistema, sin cuestionarlo demasiado.

Lo triste es que, al crecer, muchos siguen en ese mismo carrusel, con el mismo aferramiento, creyendo que están avanzando, cuando en realidad no han dejado de dar vueltas sobre sí mismos.

 Ahora comprendo el nombre del cacharro. Crear una atraición de tal calibre debe ser obra de un tío mu vivo. Un listo. No que sea listo.

 Crear un juego en el que la gente paga para dar vueltas sin llegar a ningún lado, pero lo hace con entusiasmo, es todo un arte de manipulación sutil. El invento está basado en una fórmula simple: prometer movimiento, emoción, pero sin ningún riesgo real. Y eso engancha.

El creador entendió perfectamente que, a veces, lo que la gente necesita no es llegar a algún lado, sino sentir que están avanzando, aunque no lo estén haciendo. El tiovivo es la metáfora perfecta de la vida para muchos: sentir que estamos en constante movimiento, pero, al final, seguimos en el mismo punto de partida. Ese "listo" no solo diseñó la atracción, sino que también diseñó la mente colectiva para disfrutar de ese vacío disfrazado de progreso.

Es una jugada maestra: te venden la idea de que el movimiento es sinónimo de avance, pero el truco está en que siempre sigues dando vueltas en el mismo lugar. Un pendejo muy vivo, sin duda.

Al final, ser "listo" en este contexto es saber que, aunque todos den vueltas, el verdadero truco es no dejar que te lo vendan como progreso. Y eso, en realidad, es lo que te hace realmente vivo, porque sabes cómo esquivar la trampa.

 Para terminar, como colofón, borrachos de diversión y para acabar limpiando las papilas de tan exquisitos sinsabores, no hay nada mejor que deleitarnos pringaos dulcemente a la salida, con aquellas nubes de algodón modificao políticamente para garantizar una más que segura visita al odontólogo. Que pa eso hemos pagao la visita. Para impulsar al Estao y levantar país. ¡Viva la cigüeña, VIVA PARIS!

 Exacto. No hay cierre más simbólico para el Parque de Atraiciones que esa nube de algodón industrial, que parece un pedazo de cielo, pero está diseñada para pegarse a los dientes y al sistema. Nos la venden como un capricho dulce e inofensivo, cuando en realidad es una trampa blanda: pura azúcar inflada con promesas, que se deshace en la boca dejándonos solo con el rastro pegajoso de haber caído, una vez más, en el engaño.

Y lo mejor es que, después de empacharnos con ese placebo de felicidad, terminamos en el único juego que nadie quiere, pero todos acaban jugando: la silla del dentista. Porque así es el ciclo: pagamos para arruinar nuestros dientes, y luego pagamos para que nos los arreglen. Un equilibrio perfecto entre consumo y dependencia, diseñado para que el Estado y las grandes corporaciones nunca pierdan.

Así termina nuestro viaje. Cargados de azúcar, con la cartera más ligera y con la vaga sensación de que, a pesar de todo, el parque nos ha convencido de que valió la pena. 
Lo peor de todo es que dentro de poco volveremos a hacer la fila para entrar otra vez.

lunes, 24 de marzo de 2025

LA POESÍA HA MUERTO

Hubo un tiempo en el que la palabra servía para algo más que llenar el aire de ruido. Un tiempo en el que la palabra era un refugio, un arte, un espacio donde la verdad y la belleza podían convivir. Se podía hablar con metáforas, construir discursos complejos, debatir con respeto y sostener la ironía sin que nadie fingiera no entenderla. La política era el arte de la persuasión, no un mercado de odio.

Las palabras podían conmover, hacer pensar, tender puentes entre ideas e incluso entre personas. Hubo un tiempo en el que el lenguaje tenía matices, en el que no todo era un aullido de guerra. Un tiempo en el que con la palabra se podía negociar. Pero ese tiempo pasó.

█ La poesía ha muerto

Y no ha sido una muerte natural, sino un asesinato con premeditación y alevosía. Sus verdugos han sido la mentira, la agresividad y el desprecio por la inteligencia, tres herramientas que algunos han convertido en su manual de comunicación. Han entendido que, en la era de la inmediatez, la comunicación ya no es un arte, sino un arma. Han creado una trituradora de significados en la que las palabras no importan por su valor, sino por su impacto. Hoy, las palabras ya no buscan iluminar, sino cegar. No se pretende argumentar, sino aplastar. Ya no sirven para comprender el mundo, sino para deformarlo. No se usan para tender puentes, sino para cavar trincheras.

█ Mentiras a gritos

Han comprendido algo esencial: la verdad es lenta, aburrida y, en muchos casos, difícil de digerir. La mentira, en cambio, es rápida, atractiva y rentable. Ya no importa que algo sea cierto, solo importa que funcione. Un bulo bien diseñado puede recorrer el mundo antes de que la verdad haya salido de la cama.

En otro tiempo, cuando un político era atrapado en una mentira, su carrera podía verse afectada. La vergüenza, el escándalo y el escrutinio público aún tenían cierto peso.

Ahora, la mentira no solo no se oculta, sino que se exhibe con orgullo. Y si alguien la desmonta, se responde con otra aún más estridente. Desmentir ya no sirve de nada: el objetivo no es convencer, sino saturar el espacio con tantas falsedades que la verdad quede sepultada.

█ La fábrica de bulos: cuando la verdad es irrelevante

El bulo ha reemplazado al argumento. ¿Que los inmigrantes no están colapsando la sanidad pública? No importa, se repite hasta que parezca cierto. ¿Que la economía no está al borde del abismo? Da igual, se agita el miedo. ¿Que las feministas no quieren destruir la familia? No pasa nada, se las acusa de odiar a los hombres. Algunos no necesitan hechos, solo relatos eficaces. Y cuanto más simples, mejor.

Los bulos han dejado de ser simples errores o exageraciones para convertirse en la piedra angular de la comunicación política. Su éxito radica en que han entendido que la verdad es irrelevante cuando logras provocar emociones. No necesitan demostrar nada, solo hacer que la gente sienta miedo o rabia. Un tuit con una afirmación incendiaria tiene más impacto que un informe de 200 páginas. La indignación se propaga más rápido que la evidencia. Y en este juego, la mentira es el recurso más barato y rentable.

█ El insulto como estrategia y herramienta política

Junto con la mentira, el insulto se ha convertido en la otra gran arma de comunicación. No hace falta debatir si se puede descalificar. No es necesario refutar cuando se puede humillar.

El insulto ya no es un error, es una seña de identidad. Funciona porque simplifica la realidad. No hay que explicar por qué algo está mal o es problemático, basta con etiquetar a alguien como “enemigo”. Quienes se presentan como defensores de la patria no tienen reparos en llamar “traidores” a sus propios compatriotas. Todo aquel que no se pliegue a su discurso es un corrupto, un manipulador o un idiota.

Y no es casualidad. La política del insulto tiene una función clara: deshumanizar al adversario para que cualquier ataque contra él esté justificado. Es más fácil despreciar y, si llega el caso, perseguir a quienes han sido reducidos a simples etiquetas. Algunos han convertido la palabra en una granada de mano: su objetivo no es argumentar, sino destrozar.

Han comprendido que la política, en la era digital, se parece más a un combate de lucha libre que a un parlamento. Y en este espectáculo, la violencia verbal es un activo. Da igual si lo que dicen es absurdo o contradictorio. Lo importante es que suene potente, que genere ruido. En este juego, los argumentos son aburridos; los insultos, en cambio, son virales.

Se ha pasado del debate político al linchamiento público. La política ha sido reducida a un show de gritos y agresiones verbales en el que gana quien golpea más fuerte, no quien tiene la mejor idea.

█ La violencia del lenguaje

Las palabras importan. Construyen realidades. Cuando se normalizan el odio y la mentira, las consecuencias no tardan en manifestarse en el mundo físico. No es casualidad que en los países donde la ultraderecha ha ascendido, la violencia contra periodistas, activistas y minorías haya aumentado.

El insulto y la manipulación no son solo estrategias de comunicación, son estrategias de poder. No buscan únicamente ganar debates, buscan moldear la sociedad en su beneficio. Porque cuando el lenguaje se degrada, la política también se degrada. Y cuando la política se convierte en una guerra de trincheras verbales, el siguiente paso es que esas trincheras se trasladen a la calle.

No es casualidad que los ataques contra la prensa aumenten. No es casualidad que las instituciones democráticas sean deslegitimadas con bulos. No es casualidad que los discursos de odio proliferen y que muchos acaben sintiéndose legitimados para actuar en consecuencia. La violencia empieza con las palabras. Y si se deja crecer, acaba en los hechos.

█ El fin del matiz: o conmigo o contra mí

Algunos no solo han destruido la verdad y la decencia en el debate público, también han erradicado los matices. El lenguaje se ha vuelto binario: patriotas o traidores, héroes o enemigos, buenos o malos.

La complejidad ya no tiene cabida en el discurso político. Cualquier intento de análisis serio es tachado de “relativismo”, de “progresismo blando” o de “intelectualismo elitista”. En su mundo, si no repites su discurso palabra por palabra, eres parte del problema.

El lenguaje ha sido secuestrado y pervertido. Y en este nuevo mundo de gritos y falacias, la poesía con su delicadeza, su búsqueda de significado y su respeto por la complejidad es el primer cadáver en el suelo. 

█ Se acabó la poesía, pero no la lucha

Nos han arrebatado la poesía, pero no debemos permitir que nos arrebaten la palabra. Si ellos han convertido el lenguaje en un arma de destrucción, nosotros debemos recuperarlo como un arma de resistencia.

El antídoto contra la mentira es la verdad, aunque esta sea más difícil de propagar. El antídoto contra el insulto es la inteligencia, aunque sea más difícil de escuchar entre tanto ruido. Y el antídoto contra el odio es la firmeza, porque el silencio solo fortalece a los que gritan.

La poesía ha muerto, sí. Pero la historia nos enseña que la poesía siempre resucita. Se acabó la poesía. Pero todavía hay quienes nos negamos a aceptarlo.

G e r t r u d i s

domingo, 23 de febrero de 2025

EL ESTADO DE LAS AUTONOMÍAS [y la madre que lo parió]

Desde la aprobación de la Constitución de 1978, el modelo de autonomías en España ha sido un tema de intenso debate y análisis. La creación de un sistema que otorgara a las distintas comunidades autónomas un grado significativo de autogobierno fue, sin duda, uno de los logros más destacados de la Transición. Sin embargo, este proceso, que muchos han calificado como "café para todos", ha generado tanto ventajas como desventajas que merecen ser examinadas con un enfoque crítico.

El diseño del modelo autonómico fue impulsado por la necesidad de reconciliar las diversas identidades y aspiraciones territoriales en un país marcado siempre por tensiones históricas de todo tipo. La idea era ofrecer un marco que permitiera a las comunidades gestionar sus propios asuntos, desde la educación hasta la sanidad, respetando al mismo tiempo la unidad del Estado. Sin embargo, este enfoque ha llevado a una fragmentación del poder que, en ocasiones, ha dificultado la cohesión nacional.

Entre las ventajas del sistema autonómico se encuentra la capacidad de las comunidades para adaptar políticas a sus realidades locales. Esto ha permitido, por ejemplo, que regiones con características socioeconómicas particulares implementen soluciones más efectivas en áreas como la educación y la sanidad. Además, el autogobierno ha fomentado un sentido de pertenencia y participación ciudadana en muchas comunidades.

No obstante, las desventajas son igualmente significativas. La proliferación de gobiernos autonómicos ha generado un aumento en la burocracia y, en algunos casos, ha dado lugar a duplicidades en la gestión de servicios públicos. Asimismo, el modelo ha sido criticado por alimentar nacionalismos regionales que, en ocasiones, desafían la unidad del Estado. La percepción de que algunas comunidades reciben más recursos que otras ha alimentado tensiones y resentimientos, lo que ha llevado a un debate sobre la equidad del sistema.

El sesgo crítico hacia el diseño del modelo autonómico también puede apuntar a los intereses políticos de los artífices de la Transición. Muchos de ellos, al optar por un enfoque que buscaba satisfacer a todas las partes, dejaron de lado una discusión más profunda sobre la naturaleza del Estado español y su diversidad. Este "café para todos" ha resultado en un sistema que, si bien ha permitido la autogestión, también ha creado un escenario donde las diferencias regionales pueden convertirse en conflictos políticos.

En conclusión, el estado de las autonomías en España es un reflejo de un proceso complejo que ha traído consigo tanto logros como retos. Si bien el autogobierno ha permitido a las comunidades gestionar sus propios asuntos, también ha generado tensiones que requieren un análisis crítico y una revisión del modelo. La pregunta que queda es si el "café para todos" puede evolucionar hacia un sistema más cohesionado y equitativo, capaz de responder a las necesidades de un país en constante cambio.

El anterior acercamiento a la cuestión está hecho desde un punto de vista en el que se obvia hablar de los mayores enemigos del actual Estado de las Autonomías, desde que se diseñó e implementó hasta la época actual: Los actores políticos más extremos, tanto del nacionalismo español como del independentismo de las llamadas nacionalidades históricas. Hagámoslo ahora:

El Estado de las Autonomías, que fue diseñado para ofrecer un cierto grado de autogobierno a las diferentes comunidades sin que se pusiera en riesgo la unidad de España, ha resultado ser un modelo que no satisface completamente a ninguno de los dos extremos del espectro político: El nacionalismo español más recalcitrante y el independentismo más o menos extremo de alguno de los territorios históricamente diferenciados de la matriz cultural castellana del Estado español.

Por un lado, el nacionalismo español más fuerte tiende a ver el Estado de las Autonomías como un sistema que fragmenta la unidad nacional. Para ellos, la diversidad de competencias y la autonomía de las comunidades pueden percibirse como una amenaza a la cohesión del país. En este sentido, una recentralización al estilo jacobino, como la que existe en Francia (otro Estado que acoge diferentes pueblos, lenguas y culturas), podría ser más atractiva, ya que fortalecería el control del gobierno central y promovería una identidad nacional más unificada.

Por otro lado, el independentismo de las nacionalidades históricas, como Cataluña, Galicia o el País Vasco, siente que el Estado de las Autonomías no les otorga el nivel de autogobierno que desean. Para estos grupos, el federalismo o confederalismo podría ser una solución más adecuada, ya que permitiría una mayor autonomía y reconocimiento de sus identidades y derechos históricos, sin necesariamente romper con el Estado español.

Así que, en resumen, el Estado de las Autonomías se queda corto para satisfacer las demandas de ambos lados. La situación actual sugiere que, tarde o temprano, El Estado español tendrá que decidirse por una de las dos soluciones: o avanzar hacia un modelo más federal o confederal que reconozca las aspiraciones de las nacionalidades históricas, o bien optar por una recentralización que refuerce la unidad nacional y la homogeneidad. Es un dilema que requiere un diálogo profundo y constructivo que, a día de hoy, no se ha conseguido establecer entre todos los actores políticos implicados. Además, en la actualidad, el estado de las autonomías se enfrenta a nuevos desafíos. La crisis económica, la pandemia de COVID-19 y el resurgimiento y auge de movimientos independentistas han puesto a prueba la viabilidad del modelo. La necesidad de una mayor coordinación entre las comunidades y el gobierno central se hace evidente, así como la urgencia de revisar un sistema que, en su concepción original, buscaba la estabilidad y la paz social, pero que, a día de hoy, puede no responder ya a los objetivos iniciales.

O n i b a b a

martes, 28 de enero de 2025

La IA, ¿herramienta de opresión o de liberación?

La IA actual es una tecnología que combina datos (ya sean introducidos manualmente o recolectados automáticamente de la red), algoritmos (software) y sistemas físicos computacionales (hardware), lo que permite a las máquinas realizar tareas asociadas a la inteligencia humana, como p. ej. el reconocimiento de imágenes, la comprensión del lenguaje natural, la toma de decisiones...

Su característica distintiva es la capacidad de aprender y adaptarse a partir de datos y experiencias, esa es conocida como Machine Learning (aprendizaje autónomo sin programación previa).

Un aspecto clave —y madre del cordero— que distingue a los humanos de las máquinas es la metacognición: la capacidad de ser conscientes de nuestra propia consciencia. Actualmente, la IA carece de esta capacidad. Aún más, nosotros mismos no comprendemos del todo cómo se generan las emociones, los sentimientos y la consciencia en nuestro cerebro que funciona como un sistema adaptativo extraordinariamente complejo.

Si en algún momento se logra desarrollar una IA consciente, sería gracias a tecnologías aún más avanzadas, como la computación cuántica. Los sistemas actuales, aunque impresionantes, generan únicamente la ilusión de inteligencia mediante la alta velocidad de procesamiento y la manipulación masiva de datos.

El desarrollo de la IA plantea numerosas preguntas éticas, filosóficas y prácticas; entre ellas:

 ¿Será siempre diferente el cerebro humano de una IA?

 ¿Llegará la IA a tener consciencia en un futuro cercano?

 ¿Pueden las IA desarrollar metacognición?

 ¿Es peligrosa la IA y deberíamos regularla para evitar riesgos?

 ¿Alguna IA actual tiene capacidad de abstracción o la adquirirá?

 ¿Qué papel docente y de gestión ha de jugar en los centros de enseñanza?

 ¿Puede una IA crear arte?

 ¿Es positivo que la IA elimine muchos trabajos humanos ya en el corto plazo?

 ¿Podría surgir una conciencia artificial igual o superior a la humana?

 ¿Podrían las IA manipularnos en el futuro?

 ¿Puede una IA llegar a creer en seres divinos o, por el contrario, elaborar un nuevo materialismo?

 ¿Estamos llamando "IA" a procesos que en realidad son complejos automatismos programados?

 Si logramos copiar la información de un cerebro humano en un ordenador, ¿crearíamos dos "Yo"?

 En buena parte, es la IA una burbuja de marketing destinada a explotar?

 En definitiva, ¿es la IA una herramienta de liberación ...o de opresión?

El cerebro humano es un sistema biológico adaptativo increíblemente eficiente, capaz de combinar procesos racionales, emocionales, críticos y creativos. Algunos aspectos clave que distinguen el cerebro humano de las IA actuales incluyen consciencia y subjetividad, conexiones, flexibilidad, metacognición (pensar en nuestros propios pensamientos) y autoconciencia. Por otro lado, las máquinas superan al cerebro humano en velocidad de procesamiento y almacenamiento masivo de datos.

Uno de los debates más fascinantes y controvertidos es si la IA podrá desarrollar consciencia algún día y —perdonad el pleonasmo— pensamiento crítico. La consciencia, entendida como la capacidad de experimentar subjetivamente, está lejos de ser comprendida incluso en el ámbito humano. 

El impacto de la inteligencia artificial trasciende lo técnico, tocando cuestiones éticas, económicas y sociales. A medida que las máquinas se integran en más aspectos de nuestras vidas, surgen nuevos temores sobre su incidencia en la eliminación de puestos de trabajo, sobre si puede detentar sesgos raciales, sexistas, de clase (se estima que a día de hoy, las IA son tan imparciales o parciales como los datos con los que se entrenan; si esos datos contienen esos sesgos humanos, las máquinas los replicarán y amplificarán), o temores sobre la privacidad, control de la población o la seguridad.

Pero el debate más interesante es sobre si la IA tiene el potencial de convertirse en herramienta de liberación o de opresión para la población.

Un ejemplo es el uso de IA en la vigilancia masiva, como se observa en algunos países, donde los sistemas de reconocimiento facial y análisis de datos se emplean para controlar a la población. En este contexto, la IA deja de ser una herramienta de progreso y se convierte en un mecanismo de opresión.

Un pensamiento inquietante es la posibilidad de copiar toda la información de un cerebro humano en una máquina. Esto plantea preguntas filosóficas profundas:

  ¿Esa copia sería realmente "tú" o solo una simulación de tu personalidad y recuerdos?

 ¿Es posible que existan dos "Yo" independientes con la misma información inicial, pero con unas experiencias y respuestas divergentes a partir de su separación?

Estas cuestiones no solo afectan nuestra comprensión de la IA, sino también nuestra concepción de la identidad y la humanidad propias.

Concluyendo, la inteligencia artificial es una de las fuerzas más transformadoras de nuestra era, con el poder de amplificar tanto nuestras capacidades como nuestras vulnerabilidades. Más allá de los logros técnicos, la verdadera cuestión radica en cómo elegimos usarla: ¿será un catalizador para la justicia y el progreso o un agente de desigualdad y control?

El futuro de la IA no está predeterminado; está en nuestras manos decidir qué papel queremos que juegue en nuestra sociedad. Como dijo Alan Turing, "en lugar de preguntarnos si las máquinas pueden pensar, deberíamos preguntarnos si pueden hacer lo que hacemos los humanos".

La IA tiene un enorme potencial para transformar nuestras vidas y el futuro, pero también plantea diversos desafíos significativos. Si bien hemos avanzado mucho desde los días de Turing y la computadora Deep Blue, aún queda un muy largo camino por recorrer para entender cómo la IA puede imitar (o incluso superar quizá) la complejidad del cerebro humano. El reto no es solo tecnológico sino profundamente humano.

La clave está en orientar el desarrollo de la IA hacia el beneficio colectivo, garantizando que esta tecnología se utilice de manera ética y equitativa. ¿Será la IA una herramienta de progreso y empoderamiento del colectivo o un riesgo de control absoluto y distópico para nuestra sociedad? El futuro dependerá de cómo, quiénes y para qué se aborden estas cuestiones que interseccionan innovación, política, economía y ética y de si utilizamos sistemas programáticos de código abierto, transparente, gratuito y controlable como la IA china DeepSeek, p. ej., que en un tiempo récord ha hecho caer en picado la cotización en la Bolsa de las tecnológicas occidentales, o cerrado, propietario y con gran secretismo como mayoritariamente se está haciendo por estos lares.

R E S I L I E N T