viernes, 26 de abril de 2024

NI GÜENOS NI MALOS

La superioridad moral es la cosa que más asco me produce, la jente en general se piensa que el hecho de declararse de izquierdas le sirve para mirar por encima del hombro al resto.

Las personas que se declaran de derechas ya han pasado a ser directamente criminales, tipos capaces de matar a su padre en tal de imponer la dictadura fascista.

El único argumento válido que manejan es el no pasarán, lo de ahora de Pedro Sánchez es eso exactamente, cita en la carta no menos de cuatrocientas veces “ultraderecha”, y… ¿esta cosa que es?, pues todo aquello que no me baile el agua, hasta hace cuatro días el lobo era Vox, pero como ni pinchan ni cortan, ahora la ultraderecha es todo, ultraderecha son el pepé, la prensa, la judicatura, los empresarios y hasta los cantantes argentinos a los que les gusten los toros.

Se ha declarado la alerta antifascista, anteriormente la declaró el de la coleta con resultados más bien decepcionantes, pero güeno, por intentarlo otra vez.

Hay varios conceptos que no tienen derecho a manejar las gentes conservadoras… democracia, derechos, progreso, justicia, paz…. Esas cosas tan solo son capaces de defender y llevar adelante iluminados como los defensores de la República… origen de todo mal en mi modesta opinión.

Los perdedores de la guerra civil idealizaron tantísimo la puta república que han acabao convencidos de que es lo único que nos podría salvar… y como el viejo duró tantísimos años, pues cuanto más tiempo pasaba más se emparanoiaban y más la idealizaban.

Vayamos con la realidá… la II República fue un absoluto kaos, un despropósito, TODAS las organizaciones de izquierdas y TODOS los separatistas incumplieron la legalidá desde el minuto uno… eran sus santos kojones lo único que valía, y el Frente Popular tenía de democrático y de republicano lo que mis kojones… pura propaganda de cara al exterior, romantizada por escritores yankees y poetas despistados.

¿Sabe alguien quién fue Margarita Nelken?... musa de la República, libertaria que te cagas, ejemplo de demócrata… pos bien, entre otras cositas, la feminista esta fue la encargada de mostrar la auténtica cara de los zurdos republicanos.

Durante el asedio del Alcázar de Toledo por parte de milizianos del Frente Popular y de los guardias de asalto, el embajador de Chile se ofreció a sacar de allí dentro a las mujeres y a los niños pa llevarlos a Madrí donde quedarían protejidos por el cuerpo diplomático… los rojos se niegan…. Cuando estaban comentando la oportunidá perdida con el embajador noruego, llegó hasta ellos una tiparraca encendida, una roja concienciada chillando como una loca… era la Margarita, en ese momento diputada socialista, pero que más tarde se pasaría al partido comunista… la puta loca clamaba a gritos que, por encima de todo, había que eliminar, dejándose de sentimentalismos, a las mujeres e hijos de esos canallas del Alcázar. ¡Lo que había que desarraigar para siempre era precisamente la nidada, el engendro, la semilla de esa canalla! … el público allí presente estalló en aplausos…. ¿les suena el argumento?... no hay que dejar ni uno que aluego crecen…

Efecto o ilusión Thatcher - Las dos caras son exactamente iguales (clic para más info.)

No creo que lleguemos en esta España del siglo XXI a desencadenar otra guerra civil, pero tampoco lo descarto, ya no hay confrontación de ideas ni de programas, el campo se ha embarrado de tal forma que es o conmigo o contra mí, el que no me apoye es enemigo a eliminar… todo se ha reducido a un par de aficiones enfrentadas, como en el Fútbol … otra vez rojos contra azules, este movimiento del Presidente ha sido lo que faltaba, un prietas las filas y otra vez un No Pasarán, lo jodido es que sí que pasan y mientras van pasando millones irán palmando.

No veo a nadie capaz de parar la deriva, de detener de alguna manera el despropósito… ya ni las urnas son garantes de nada y el Rey no deja de ser un monigote maniatado…. ¿Uropa nos salvará?... pos igual sí, de momento y pa este finde, el Frente Popular llama a la Movilización General, movilización que tendrá su respuesta por parte de los Nazionales, que no lo dude nadie, de mientras el enamorado mirará por la ventana con media sonrisa mientras acaricia al gato.

A lo que iba, que ni güenos ni malos, que en cualquier opción política hay gente legal y gentuza execrable, que hay que huir de maximalismos como el que se nos plantea, que hay que intentar recuperar el sentido común y legalizar la Marigüana… yo y pa dar ejemplo, esta noche pienso invitar a un chupito de Lejendario al rojo de Comisiones Obreras, Paco, el carretillero de Sidenor, que cada vez que abre la boca se la partiría, pero es que pesa cien kilos y no me atrevo… seguro que hablando conseguimos entendernos.

V I C H O

sábado, 6 de abril de 2024

YO ME HE BAJADO EN LA ÚLTIMA... ¿Y USTED?

Eso de las etapas en la vida es un lugar común del que todos hemos participado, seguro. Habremos hablado largo y tendido o en píldoras, pero algo habremos dicho todos; muy probablemente algo parecido.
Hay etapas relativas a la edad únicamente, y pasas de ser niño a ser joven, adulto y finalmente persona madura; con suerte, vieja. Hay etapas relativas al vínculo familiar, y pasas de ser hijo y hermano a ser novio, pareja, puede que padre, y después abuelo… imposible bisabuelo ya. Hay etapas relativas a la actividad, y pasas de ser estudiante a ser trabajador; y después, con suerte también, a ser jubilado. Podría hablarse de etapas relacionadas con la evolución interna, con la maduración… ahí ya no está tan claro que todos sigamos patrones comunes. Unos pasan de la rebeldía a la ortodoxia; otros de la utopía al descreimiento; algunos de la ansiedad, la prisa, la zozobra… a la calma, la aceptación, la fortaleza. Otros hacen el camino contrario… o ningún camino. Se mueren donde empezaron por obstinación o porque el recorrido no pasó por ellos, aunque ellos recorrieron kilómetros. De todo habrá en este último aspecto.

La cuestión es que solemos estar a la vez en varias de esas etapas, según cuál de ellos (de los aspectos) tengamos en cuenta, pero casi siempre las recorremos todos en el mismo sentido. Y casi siempre solemos hacer juicios genéricos muy parecidos sobre ellas, que terminan por darles incluso nombre: la flor o lo mejor de la vida; la tercera edad...

Me parece, como decía, que son lugares comunes que aceptamos por pereza o simple desinterés, sin analizar demasiado, o al menos sin tener en cuenta la cantidad de casos concretos (quizá el nuestro propio) en que ese lugar común no acaba de encajar. La juventud a toda costa tiene que considerarse la mejor etapa de la vida, un momento pletórico de fuerza, de vitalidad, de ilusión… un lugar al que la tristeza tiene vedado el paso, en el que la ansiedad es desconocida, la soledad no existe, la desesperanza es un disparate imposible. La que viene después de la jubilación no puede ser más que una resignada espera en la que el declive va acaparando espacio hasta no dejar nada que no haga suyo.

Quizá la mayoría de nosotros borramos de nuestra memoria la cantidad de sufrimientos que fueron jalonando cada uno de los tramos; cómo recoger las rosas que pudimos reunir nos costó siempre algún trabajo y hubo cardos y terrones secos, igual que hubo de vez en cuando prados verdes en los que abandonarse cuando todo apuntaba a que se perecería de sed o de cansancio.

Se nos olvida que quizá fuimos niños solitarios, niños miedosos… ¿Todos tuvimos la infancia feliz con padres ejemplares ocupándose constantemente de nosotros sin que quedara resquicio en el que pudiese anidar en nuestra alma la decepción, el anhelo de otra realidad posible? ¿Guardamos bajo llave que en la juventud hubo muchos proyectos que no vieron la luz, amores que no se materializaron, sueños que solo dieron fe de nuestra incapacidad para luchar por ellos o para atrevernos a alcanzarlos?

Si no todos los viejos se tornan más sabios, sino más hondamente lo que quiera que antes fuesen, tampoco todas las infancias y las juventudes fueron modélicas arcadias en las que nuestra vida estallaba de gozo y de plenitud. Puede que muchas vidas sean una mezcla constante de momentos memorables y momentos que olvidar, de éxitos que han ido asomando como pequeñas cimas sobre una cotidianidad más o menos llana, también sin grandes socavones… y considero que esos picos pueden estar aleatoriamente más o menos concentrados en cualquier punto de ese llano camino.


Así que del mismo modo, y quizá con más motivo (porque es ahora cuando muchas responsabilidades desaparecen, cuando el tiempo retorna a tus manos, cuando el reloj y el calendario empiezan a resultar un adorno si tú quieres), estoy convencida de que esta ‘última’ etapa puede guardar tantos posibles regalos como cualquiera de las otras, o incluso más. El plano físico irremediablemente habrá de ser cuesta abajo, pero sin duda puede verse compensado -si la salud acompaña, que la arruga no es lo grave- con lo mucho que hemos ido aprendiendo por el camino, lo mucho inútil que hemos ido dejando o nos ha dejado a nosotros, lo mucho que aún queda en cada curva del camino por descubrir, por explorar, por atreverse y por probar.

No tengo la menor depresión, la menor nostalgia, el más mínimo temor a no poder adaptarme a esta gran vida, no señor. Lo recomiendo si alguien está dudando entre parar o seguir, jeje. Párense, bájense de la vida ‘activa’ en cuanto el tranvía se lo permita y empiecen el camino… esta vez a pie, pero nunca de vuelta

z i m

— Exención de responsabilidad —
Una de las cosas que he aprendido rebién es que la entrada es una excusa 
para seguir viniendo; por favor, esfuerzos por cumplir, los mínimos... 
que nos conocemos y esto es un roto para un descosido.

miércoles, 13 de marzo de 2024

ELOGIO DEL FRACASO: EL ARTE DE LA DERROTA

Decía Rudyard Kipling que el éxito y el fracaso son dos impostores a los que hay que tratar con indiferencia. Y llevaba razón. Pero en la sociedad moderna esta idea no tiene demasiado predicamento: estamos tan obsesionados con el éxito que solo es otro producto de consumo. Puestos a consumir, ¿qué tal si consumimos fracaso? No me refiero al fracaso como regodeo de dolor y autocompasión, sino como fuente de conocimiento y fortalecimiento personal. La asunción del fracaso es un elemento básico de la experiencia humana y quienes muestran coraje ante él afrontan la vida mejor. La vida es una alternancia de éxitos y fracasos y quienes carecen de estos últimos están incompletos. Solo creceremos cuando desarrollemos nuestra capacidad de recuperación y resiliencia ante la derrota. O sea, poder sobre nosotros mismos. A ese “autoempoderamiento” se refería Lao-Tse cuando decía que “el que se domina a sí mismo es poderoso” y Séneca cuando afirmaba que “el hombre más poderoso es el que es dueño de sí mismo”. Sócrates decía que “sabio es quien sabe controlarse” y Baltasar Gracián que “seamos grandes amos de nosotros mismos”. Además, como decía Henry Ford, el fracaso nos permite volver a comenzar con más información.

Evitar el fracaso empieza en casa con unos padres hiperprotectores que producen niños mimados que después serán adultos débiles. Cuando los padres quieren que sus hijos no pasen las dificultades por las que sí pasaron ellos, esos niños se vuelven cómodos, blandos y poco esforzados: es la “generación blandita”, con poca tolerancia al fracaso. Evitar el fracaso también empieza en la escuela con unos profesores que no se atreven a suspender a los peores ni a premiar a los mejores porque los demás pueden “traumatizarse”. Parece que los suspensos están prohibidos, cuando está demostrado que suspender nos enseña a fracasar. Porque después, en la vida adulta, deberemos saber fracasar. Fracasar bien enseña mucho y es pedagógico porque no siempre se gana, pero hay que insistir, esforzarse y mantener el interés. O sea, fuerza de voluntad y perseverancia, se llegue a donde se llegue, que no es necesariamente el lugar que los demás esperan, sino el sitio en el que uno se sienta feliz. Porque eso es el éxito, la felicidad personal.

A diferencia del éxito, que conlleva reconocimiento social y es público, el fracaso es una experiencia privada que se vive con dolor. No sé si este dolor es importante en la creatividad artística porque la historia del arte y la literatura está llena de ilustres fracasados. Así, Edgar Allan Poe fue pobre y murió solo y desamparado en el banco de una plaza; Kafka padeció depresión y fobia social; Herman Melville tuvo que vender sus bienes para sobrevivir y murió alcohólico; Salgari se suicidó culpando a los editores de su miseria; van Gogh, Rembrandt y muchos pintores murieron en la pobreza. Marx tuvo una vida complicada entre deudas y despilfarro y pudo subsistir gracias a la ayuda económica del adinerado Engels, lo cual no le impidió ser el filósofo más influyente de la historia.

La sicología nos dice que el sentimiento de fracaso va en paralelo a un escaso amor propio y poca autoestima, porque olvidamos que el hecho de vivir ya supone en sí mismo un éxito estadístico: somos hijos de la casualidad de que nuestros padres se conocieran y de que un espermatozoide triunfara sobre millones de ellos. La neurociencia nos dice que el sentimiento de fracaso está relacionado con un desequilibrio de neurotransmisores en la química cerebral, con niveles bajos de serotonina, endorfinas, dopamina y oxitocina (hormonas de la felicidad), niveles altos de cortisol y adrenalina (hormonas del estrés) y poca activación de los circuitos de placer-recompensa. Así que tengamos un poco de inteligencia emocional activando esos circuitos del placer con cosas simples como las relaciones sociales, la amistad, la comida, el amor, el sexo, el trabajo bien hecho, la risa, etc.

Los conceptos de éxito y fracaso varían según la cultura. En Occidente el éxito está vinculado al verbo "tener" (tener dinero, tener fama, tener cosas), pero en el budismo el éxito se vincula a los verbos "desapegarse, soltar, liberar o dejar" (soltar la aprehensión, soltar el ego, soltar la tensión, liberarse del deseo, desapego de las cosas, etc.). Quizás esta visión espiritual oriental sea más adecuada que la visión materialista occidental. Hablando de Oriente, un japonés me dijo que un amigo yakuza murió “con éxito” porque el código bushido de los samuráis indica que deben aceptar la muerte con naturalidad. Y así murió, de forma violenta, pero “exitosa”.

Las movidas en y entre los blogs indican que el fracaso también existe en el mundo virtual al fracasar el diálogo (inter)bloguero. Este hecho deberíamos verlo con naturalidad y estoicismo porque, como decían los clásicos, la felicidad (eudaimonía) consiste en aceptar las cosas con serenidad, sin dejarnos dominar por ellas (ataraxia). También decían que la felicidad depende de nosotros mismos, no del exterior, con lo que se habrían adelantado varios siglos a lo que los psicólogos llaman el “locus de control interno”. Así, la felicidad dependería más de nuestro punto de vista ante el entorno que del entorno en sí y no vendría de recompensas externas o reconocimientos, sino del éxito interno. Por tanto, relativicemos el fracaso, aprendamos de él, mirémoslo como algo humano: no somos ángeles, solo somos personas.

Si el lenguaje crea realidad, usemos palabras agradables en nuestros diálogos internos, seamos benevolentes al contarnos el relato de nuestra vida y no nos repitamos el mantra “de fracaso en fracaso hasta la derrota final”. Queda muy cool, casi de poeta maldito, pero resulta triste. Tan triste como pensar que “partiendo de la nada, hemos alcanzado las más altas cimas de la miseria”. Como decían los Monty Python, “Mira siempre el lado brillante de la vida”. “Sigo en pie, que cantaba Elton John. Así que fracasa de nuevo, fracasa otra vez, fracasa mejor 

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viernes, 16 de febrero de 2024

LOS ESTADOS UNIDOS DE IBERIA

Debido al vasto conocimiento de la península y sus peculiaridades, al poder pulsar a diario el sentir de las güenas gentes, me permito plantearos lo siguiente.

La España actual es un disparate, necesita una urgente reorganización, un nuevo planteamiento en aras de la necesaria convivencia y la deseable prosperidad, lo primero sería suprimir las actuales y disparatadas Comunidades Autónomas y empezar de nuevo con una confederación de Reinos.

Por la parte noroeste no existe ninguna duda, el Reino de Galicia lo conformarían las actuales cuatro provincias gallegas, está perfecto.

El siguiente reino sería el Astur-Leonés y lo formarían las actuales provincias de Asturias, León y Zamora… el Reino de Extremadura surgiría de la unión de Cáceres y Badajoz como es de cajón, pero también con la actual provincia de Huelva, es de ley que todos los Reinos cuenten con una salida al mar.

Los salmantinos quedarían ahí en tierra de nadie, habría que darles la opción de unirse al Reino Astur-Leonés, al Reino de Extremadura o a la Gran Castilla, incluso al Reino de Portugal si así lo consideraran oportuno.

A pesar de la tentación que supone arrebatar a Portugal El Algarve pa unirlo al reino extremeño, soy partidario de no enredar mucho a nuestros primos lusos y permitirles mantener sus actuales fronteras.

El Centro político, social y moral sería la Gran Castilla, conformada por las provincias de Madrid, Guadalajara, Toledo, Cuenca, Segovia, Ávila, Valladolid, Palencia, Burgos, Cantabria y Vizcaya como cabeza visible de progreso y buen hacer.

Antes de seguir, vayamos con los desechos de tienta… Gipuzkoa para los franceses, con un lazito, hala! pa los Pirineos Atlánticos… las provincias de Gerona y Barcelona también se deberían unir al departamento francés de Los Pirineos Orientales junto con el Rosellón francés, los vecinos del norte parece que explican mejor a sus súbditos por donde se pueden meter las paranoias identitarias.

Sigamos pues, el Reino Navarro lo integrarían la actual Navarra junto con Álava, La Rioja y Soria, son todos gentes que hablan igual de bruto y sienten parecido, si así lo considerasen, los navarros del Norte podrían probar con la aventura gipuzkoana por La France.

El Reino de Aragón lo conformarían, Huesca, Zaragoza, Teruel y Lérida, se debiera de añadir el Norte de la actual Tarragona por aquello de la salida al mar que ya hemos comentado.

Otro Reino importante sería el Reino del Levante, compuesto por Tarragona Sur, Castellón, Valencia y Alicante. La despensa la tendríamos en el Reino Murciano, a saber, Albacete, Murcia y Almería.

El Reino Andalusí y salvo la pérdida de Huelva y Almería se quedaría como está, le sobran kilómetros de costa y recursos para ser un Reino viable.

En cuanto a Ceuta y Melilla… pa los moros, con otro lazito, eso sí, los ingleses fuera del estrecho….Gibraltar andalú.

El Reino Balear si así lo desean se podría convertir en el 17º Länder o unirse al pujante Reino del Levante. Las islas Canarias pasarían a ser África, que es lo que realmente son y así veríamos bastante reducido el problema de la inmigración ilegal.

Evidentemente, lo de nombrarlos reinos es una boutade, Estados, Estados fuertes y semindependientes, como los americanos… con su Gobernador, sus Caucus pa elegir los delegados, sus leyes propias y las leyes en común, en algunos pena de muerte y en otros no… capacidad de decisión a nivel más local.

Nos quitábamos de en medio a la Monarquía, a la horrible palabra España, a los eternamente dando polculo, a las plazas africanas, al inglés y la madre que lo parió, volveríamos los ojos hacia nuestros hermanos portugueses y todos seríamos felices hasta el fin de los tiempos.

Algún listo ya habrá reparado en la ausencia de Ciudad Real, pero es que pinta menos que Salamanca, qué sitio tan absurdo Ciudad Real

Larga vida a los ESTADOS UNIDOS DE IBERIA!!

T R A M P A S

miércoles, 17 de enero de 2024

EL BUENO, EL MALO Y LO WOKE

El sentido peyorativo que fue adquiriendo el término woke (en un principio positivo y generado desde la misma izquierda) fue iniciado por la derecha y la extrema derecha (sobre todo por la trumpista) norteamericanas y es este significado negativo el que nos ha llegado a los europeos. Aunque el wokismo también ha recibido críticas desde la propia izquierda asociándolo a las políticas identitarias del postcomunismo cooptado por el sistema hasta el punto de ser considerado capitalismo woke más que verdadera ideología de izquierdas la crítica contra la izquierda woke ha sido abanderada, curiosamente, por la derecha. Y digo curiosamente porque su reacción y el programa que se contrapone como antiwoke” es, de hecho, un programa esencialmente woke, en tanto que identitario.

Hablemos, por tanto, de la derecha woke

El fundamento discursivo de la nueva derecha woke consiste en darle la vuelta a la interseccionalidad, haciendo pasar a los auténticos discriminados por discriminadores. Así es como defienden los derechos de los hombres, blancos, heteros, etc., “discriminados” por las mujeres, migrantes o LGTBI. (discurso victimista identitario).

Un ejemplo de derecha woke en el españolismo lo encontramos con los discursos de Cs, PP y Vox, cuando dicen defender los derechos de los castellanohablantes que, según ellos, son “discriminados” por los catalanohablantes (discurso victimista identitario).

Esta nueva derecha suele abanderar los valores occidentales, la “civilización”, la cristiandad, familia tradicional, la identidad nacional (aunque reducida a folclore y a mistificación).

En definitiva, contrapone un identitarismo a otro de signo contrario. Así que no sería tanto un antiwokismo como un wokismo de derechas. Diríamos, por tanto, que uno es hijo bastardo del otro, un subproducto reaccionario que surge al haber abandonado la izquierda el programa materialista y la estrategia de masas para centrarse en las identidades, las subjetividades y las multitudes pasando la derecha a adoptar también luchas de este tipo para contraponerse a las identitarias de izquierdas... Por eso las bases sociales y populares de los partidos comunistas y de organizaciones anarquistas, en muchos países del mundo, han vuelto su mirada hacia fuerzas de extrema derecha que, por su parte, se hacen con algunos de los mitos y relatos abandonados por la izquierda (la Meloni reivindicando a Gramsci como parte del patrimonio nacional identitario italiano o el renacer del rojipardismo en España serían dos ejemplos) en una ceremonia de la confusión que tiene cada vez más desorientadas a las masas trabajadoras... porque desde la disolución de la URSS, la izquierda sigue perdida entre los senderos del wokismo y los anticuarios de la nostalgia... Y mientras, una derecha identitaria va devorando el espacio político que solo una izquierda rearmada de materialismo podría recuperar.

De todas formas, quizá cometamos un error queriendo incrustar a mazazos en nuestra realidad social y política un fenómeno propio de e inherente a la sociedad estadounidense porque allí hay unas tensiones raciales, de género, religiosas, económicas... que son muchísimo mayores que en Europa.

Lo que tenemos a este lado del Atlántico, más que wokismo, es una izquierda desclasada y cada vez más lejos de los sindicatos, pero también a una derecha parásita del Estado, más rentista que emprendedora y de raigambre más fascista que liberal. La izquierda que, a su vez, ha ido centrándose más en la teoría en detrimento de la acción, abandonó la lucha por las condiciones materiales (a menudo bajo la guía de los propios partidos socialistas) para pasar a resistir únicamente en la lucha “moral”: Ahora ser “de izquierdas” equivale a ser “buena persona” y una “buena persona” debe ser de izquierdas..al contrario, ser de derechas es ser “mala persona” y sólo las “malas personas” son de derechas...(y este tipo de actitudes son claras y se cultivan entre ciertos representantes de la izquierda y la derecha en nuestro blog y los otros dos).

La cosa es que antes de esta deriva moralista, la izquierda marxista o anarquista compartía de forma natural su lucha económica con las luchas antirracistas, feministas, LGTBI, ecologistas, etc..porque eran luchas materiales y de clase para exigir derechos pero, dado que muchas de estas luchas se han ido resolviendo en mayor o menor grado y estos derechos “básicos” han sido colmados (al menos, formalmente) la izquierda ya no siente la necesidad de cambiar un sistema que ha reconocido los derechos que reivindicaba hace décadas; ya no es antisistema y la lucha es por conseguir que los excluidos sean admitidos en él; excluidos que pasan a ser víctimas, no compañeros de lucha. Los activismos, por pura inercia de sobrevivir, han tenido que virar su lucha hacia la figura de la “víctima”, a la que de forma paternalista ve privada de esos derechos..

Y he aquí el nuevo paradigma: la izquierda “buena persona”, por supuesto, debe creer a la víctima y la bandera que iza ya no es la de la revolución social sino la del “buenismo”...pero también la derecha tradicional, falta de espíritu y permeable a cualquier chorrada que venga de los norteamericanos, simplemente reacciona por contraposición: Si la izquierda practica el buenismo..la derecha debe abonarse al malismo...Si la izquierda se vuelve pacifista y naíf...la derecha pasa a ser beligerante y macarra..

Así que ya no hay izquierda ni derecha sino buenistas y malistas..gente que defenderá cualquier delirio porque “pobres, son víctimas de la sociedad y sufren mucho” y gente que defenderá cualquier fechoría porque “todo el mundo es estúpido menos yo, que soy un lobo”..En esto consiste el lenguaje woke entre izquierdas y derechas en nuestros pagos..

Para acabar de fomentar el nuevo wokismo en izquierda y derecha, se añaden dos factores que nos han traído las redes sociales: La polarización, que hace que se tenga que comprar todo el lote ideológico para no caer en la impureza, la cancelación, etc., en una guerra cultural infinita..y el hecho de que hay mucha gente que aspira a ganarse la vida con todo esto y tiene interés en mantener esta polarización 

 Y tú, qué eres?, ¿un woke malote o un woke buenecito 

lunes, 1 de enero de 2024

ES LO QUE HAY

Me habéis llamado la atención porque dedico mucho tiempo a ver la tv., pero ¿quién no la ve?

Es un aparato que te mete el mundo en el salón de casa y así, mientras cenas tranquilamente, puedes informarte o/y entretenerte. Su programación nunca es inocente pues siempre hay una intención más o menos oculta de crear opinión y de, más que engañar, “llevarte al huerto”. Su eficacia a la hora de “programar las mentes” es muy grande y por ello los poderosos son dueños de todas ellas.

Pero siempre, sin querer, muestran las carencias del sistema.

Un ejemplo es la noticia de que el Ejército de los EE.UU. está preocupado por el bajo nivel cultural de sus reclutas; vamos, que apenas distinguen su mano derecha de la izquierda. De los oficiales no dicen nada pero yo no me haría muchas ilusiones sabiendo cómo algunas “élites” consiguen sus títulos académicos.

Como muchas veces, esa circunstancia ya apareció en Los Simpson; en uno de los últimos capítulos (donde aparecen los personajes en el futuro), Ralph, el hijo discapacitado mental del jefe de policía (otra lumbrera) está sirviendo a su patria en el Ejército. Pero también en la serie Dos hombres y medio, el chaval, otro tarugo, acaba de cocinero en el Ejército. Y es que no tienen otra opción, es empuñar el fusil/porra o la pala.

En España me temo que el panorama es el mismo: en las Fuerzas de Seguridad del Estado ingresan o bien por endogamia o por incapacidad para hacer un trabajo cualificado.

Recuerdo una anécdota de cuando tenía 18 años. Íbamos tres amigos desde Frías a Miranda de Ebro, en un Simca 1000 color verde aceituna, cuando nuestra queridísima Guardia Civil nos paró a la altura de la presa de Sobrón. Llevábamos en la guantera unos 100 gramos de mariguana envueltos en papel de albal; cuando vi que el guardia abría la guantera, yo pensaba en tirarme al embalse. Pero resulta que el memo cogió un espray que había encima de la maritxu, lo agitó y lo volvió a dejar en su sitio. Venga, continuar. El coche no arrancaba y empezamos a empujar. Oí cómo decían: si no arranca les registramos a fondo". Arrancamos cuesta arriba...

Sí, las televisiones también son un reflejo de la sociedad y -como digo-, sin querer, enseñan las vergüenzas de la misma. Los concursos talent show son la mejor muestra de cómo el sistema te humilla siempre que lo desea; ni siquiera necesita que compitas con otra gente aunque la norma es que lo haga, le basta con que te esfuerces mucho y les hagas el trabajo gratis, un trabajo que antes hacía un profesional; cobrando, claro. Ahora no sé si les dan un bocadillo de chopped y el juego del concurso. Los concursos también muestran el bajo nivel cultural que hay en la sociedad; salvo excepciones como Saber y ganar, las preguntas suelen ser de traca y las respuestas de vergüenza.

La miseria y la ignorancia son letales para las democracias pues permiten acceder -más bien, abren el camino- al poder a oportunistas tipo Ayuso o Milei que, precisamente por su cortedad mental, solo pueden ser fascistas. Nos traen el pack completo ■

C a p i t a n R e d

jueves, 30 de noviembre de 2023

TEORÍA DEL EXPOLIO



¿Qué es lo que define y separa a un expoliador de un expoliado? ¿Siglos de civilización y cultura? ¿Una tecnología superior? ¿La invasión de un país por parte de otro con unos recursos muy superiores? Todas esas circunstancias pueden coincidir para realizar un perfecto expolio, pero quizá el expolio más efectivo sea aquel basado en una supuesta superioridad moral y/o civilizatoria. Es esencial que, aparte de la fuerza bruta, expresada en tropas, bombas y cañones, el expoliador sienta que le acompaña una especie de derecho moral que le autoriza a despojar a otros pueblos de su territorio e incluso de su derecho a existir.

La teología cristiana, y en general la de las tres grandes religiones monoteístas, fue una gran propiciadora de este tipo de expolios. Las cruzadas fueron la primera incursión masiva del Occidente colectivo en territorios extraeuropeos justificada por unas creencias religiosas. Al tiempo que se le daba salida al excedente de población europeo en proporción a los recursos alimentarios, se iniciaban operaciones de saqueo destinadas a enriquecer a las clases dirigentes feudales de la época. Muchas de las conquistas occidentales de aquella época -la toma de Jerusalén, por ejemplo- tuvieron muy poco que envidiar a las operaciones de genocidio masivo de Genghis Khan, que les seguirían muy poco después, o a las masacres más sanguinarias del Imperio Romano. Ese filón inagotable de la supuesta superioridad moral de la doctrina cristiana sirvió también para justificar la persecución masiva y escalonada de los judíos en las distintas naciones europeas, y jugó un papel todavía más importante en la posterior conquista de las Américas. El exterminio y sometimiento de los pueblos indígenas no habría sido posible de una manera “razonada” sin la convicción de esta superioridad civilizatoria. Pero quizá lo más trágico ocurre cuando las mismas víctimas de estos procesos llamados civilizatorios llegan a creer en la superioridad de sus mismos verdugos. Ese fue sin duda el caso de los pueblos indígenas de lo que hoy conocemos como la América Latina, donde mayas, aztecas, incas, etc., sucumbieron a la superioridad militar española y acabaron renunciando a su propia cultura y tradiciones, de manera que la religión traída por los intrusos acabó imponiéndose de manera irrebatible, y la Pachamama cedió su puesto al interminable elenco de vírgenes y santos de la doctrina católica, hasta que ha vuelto a ser reivindicada en los últimos tiempos.

El proceso fue solo ligeramente distinto en la América del Norte, donde la abundante presencia de mujeres protestantes que acompañaban a sus esposos, huyendo en grandes grupos de la persecución y/o intolerancia religiosa encontrada en Inglaterra, hizo innecesario el mestizaje y, a la postre, favoreció una limpieza étnica mucho mayor que la realizada por los españoles con el auxilio de las enfermedades víricas traídas por ellos. El o la indígena, ya fuera cherokee, navajo, apache o de cualquier otra estirpe, solo podía ser enemigo, puesto que era inimaginable como compañera sexual, con lo cual su existencia suponía meramente un obstáculo para la expansión del pueblo colonizador, y ni siquiera era apetecible como mano de obra, puesto que para ello ya servían los esclavos negros, mucho más desubicados en lo territorial y lo espiritual y, en su mayoría más dóciles, por ese mismo desarraigo. Por supuesto, también los negros que eran traídos a América como esclavos fueron evangelizados, y de esta forma adoptaron la religión de sus opresores. Pero el suyo fue siempre un cristianismo como de segunda clase, segregado, una graciosa dádiva que les había otorgado sus amos. ¿Cómo podían ser auténticos cristianos si incluso se dudaba de que los negros -o los indios- tuvieran alma? Por lo demás, el pensamiento occidental tenía una larga tradición de justificación de la esclavitud. Tanto Platón como Aristóteles habían respaldado con numerosos argumentos la existencia de la esclavitud. Cuando Platón habla de su comunidad igualitaria utópica, aparte de lo dudoso del conjunto de sus argumentos, se da por supuesto que los esclavos jamás podrán ser parte de esas élites que gozarán de ese sucedáneo de comunismo. Ese cristianismo de consolación de los negros de Estados Unidos empezó a ser cuestionado abiertamente solo en el siglo XX, cuando muchos negros derivaron hacia el ateísmo y aun muchos más abrazaron el Islam como una muestra de rebeldía hacia la cultura cristiana anglosajona imperante. Un ejemplo extremo de este caso sería el célebre Louis Farrakhan, un reverendo protestante más tarde convertido al Islam, y desde hace ya décadas líder de la llamada Nación del Islam, además de antisemita convencido y militante.

La joven nación norteamericana pronto supo desarrollar su propia retórica de justificación del expolio masivo. La famosa frase del presidente James Monroe, “América para los americanos”, pronto se convirtió en un “América para los americanos del norte”, a medida que los Estados Unidos iban desplazando a las antiguas potencias europeas del continente y apoderándose de las nuevas naciones de la América Latina, originadas bajo el patrón del clásico caciquismo español y la sombra de la Iglesia Católica. La nueva nación yanqui no solo supo extender sus tentáculos, sino que también supo protegerse a sí misma durante todo el siglo XIX que puso los cimientos de su colosal potencia industrial. Proteccionista a ultranza en lo referente a la llegada de mercancías extranjeras a su territorio, no vaciló en absoluto en piratear todas las tecnologías y métodos de producción que pudo, especialmente del Reino Unido y Alemania. Justo lo mismo de lo que acusaría a China siglo y medio después. La idea del excepcionalismo yanqui y el “destino manifiesto” de los Estados Unidos harían el resto a la hora de cimentar la creencia americana en un supuesto derecho a regir los destinos del mundo, una idea recientemente reafirmada por el propio presidente Joe Biden.

En el caso de los nazis, dicha superioridad se argumentó esgrimiendo la grandeza de las obras de Bach, Mozart, Beethoven, por citar a algunos entre los músicos, o a Goethe, Kant, Hegel, Schiller, Novalis, Hölderlin, Schopenhauer o Nietzsche entre los filósofos, poetas y escritores. De esta forma, los autores de obras sublimes se convirtieron en involuntarios testaferros de los genocidas nazis sin derecho a réplica (por supuesto, el judío Karl Marx, el mismo que renunció de manera explícita al judaísmo y al sionismo, tan alemán como cualquiera de los otros, no figuraba en este grupo de elegidos). Estos genios proporcionaban la coartada para una masacre sin precedentes en la historia europea y sin apenas precedentes en la universal. Cualquier matarife de los campos de exterminio podía presumir de pertenecer a la misma nación que Beethoven o Goethe. Los nazis supieron explotar de manera magistral el eterno complejo alemán de inferioridad en lo colonial -además de las humillaciones impuestas por el tratado de Versalles-, es decir, el no haber sido capaces de construir un imperio siguiendo los patrones de Inglaterra, Francia o España, una consecuencia de la tardía formación del estado alemán como tal. Lo que Bismarck había iniciado como una afirmación e imposición del estado alemán dentro de Europa, fue elevado primero por el emperador Guillermo II y más tarde por Hitler, en realidad de una manera bastante consecuente y lógica, al intento de realización de un imperio mundial. Porque los imperios, al igual que los cánceres, nunca pueden dejar de crecer.

Pero hay un arma psicológica y argumental aún más indispensable que la afirmación de la supuesta superioridad moral e intelectual en el acto del expolio, y es el proceso de deshumanización del expoliado. A partir de un cierto momento, lo único que puede justificar la magnitud de la propia barbarie es convertir a las víctimas en seres más cercanos a las alimañas que a las características de lo que entendemos como humano. Ya no hay que hablar del Otro como un igual, aunque sea un igual “equivocado” en sus puntos de vista o en sus percepciones de la realidad, si no más bien hay que representarlo como alguien ajeno a la misma condición humana. Alguien exterminable en su misma esencia. Indigno de convivir entre las diversas familias humanas. El lenguaje empleado por los miembros del gobierno israelí en su actual campaña de agresión o genocidio contra Palestina va en esa dirección. Cuando el ministro de defensa de Israel, Yoav Gallant califica a los palestinos de “animales”, dicho apelativo puede considerarse como una simple expresión de puro racismo, pero también como parte del proceso de justificación de un genocidio en marcha. Después de todo, ¿qué clase de acuerdo político puede alcanzarse con una hiena, una anaconda o con un perro rabioso? La deshumanización del contrario implica que solo una de las partes implicadas en el conflicto es capaz de un pensamiento racional, es decir, todo el logos está de su parte. Por lo demás, el supremacismo sionista goza del privilegio de ser inatacable en el seno del Occidente colectivo, ya que casi cualquier crítica realizada contra la violencia sistémica del estado de Israel es tildada de “antisemitismo”, como el anterior líder del Partido Laborista británico, Jeremy Corbyn, pudo comprobar en sus propias carnes. El “pueblo elegido” por Dios no solo es elegido, sino además impune.

El lenguaje de Gallant, por otra parte, tiene una extraña -o quizá nada extraña- similitud con el utilizado por ciertos miembros del gabinete ucraniano, que no vacilaron en referirse a los rusos y a los habitantes del Donbass en particular como “animales”, y dignos de exterminio. De la misma forma que la quema de millones de ejemplares de libros en ruso en las ciudades de Ucrania, presentada por la inmensa mayoría de los medios occidentales como algo natural o bien ocultada, mostraba una fuerte similitud con la quema de libros efectuada por los nazis en los años 30 del pasado siglo. Pero como dijera el poeta Heinrich Heine, otro judío alemán genial, “donde se quema los libros, se acabará quemando también a las personas”

V E L E T R I

miércoles, 8 de noviembre de 2023

LENGUAJE, MENTIRAS y MANADAS DE ELEFANTES

                                                                                                   

Los límites del mundo son los límites del lenguaje. Por eso cincelamos las palabras y esculpimos las frases, para delimitarlo bien. Los que cincelan, esculpen y delimitan muy bien son los políticos cuando hablan el lenguaje “politiqués”. Esto haría que la política no fuera tanto el arte de lo posible como de la mentira. La jugada maestra sobre la amnistía del ínclito y conspicuo Pedro Sánchez, político ante el que me hinco de hinojos por su maquiavelismo brillante, me hace recordar que la función del lenguaje sería comunicar. Pero con el tiempo y la evolución hemos sustituido esa función por otras como manipular, persuadir y crear estados de ánimo y opinión.

Dice la Biblia que “al principio era el verbo”. Se supone que el verbo estaba ahí para transmitir verdades, pero yo creo que la Biblia es optimista: ese verbo estaba más bien para contar cuentos y mentiras. Hoy llamamos a esas mentiras, fakes, bulos, narrativas, relatos, storytellings, posverdad y demás zarandajas postmodernas. En nuestra vida cotidiana nosotros también contamos mentiras para sobrellevar nuestra dura existencia, así que no pasa nada, todo en orden: nosotros contamos mentiras, la gente cuenta mentiras, nosotros sabemos que nos mienten, ellos saben que mentimos, nosotros sabemos que ellos saben que mentimos, ellos saben que nosotros sabemos que ellos mienten y el mundo sigue girando.

La palabra filosofía significa “amor por la sabiduría”, suponiendo que la sabiduría esté llena de verdad y que los filósofos nos acerquen a dicha verdad, pero los sofistas griegos engañaban mediante el lenguaje con su retórica y oratoria, así que mal empezamos. Después llegarían “las mentiras en el alma” de Platón, las estratagemas para ganar las discusiones y el arte de tener razón (Schopenhauer), las trampas del lenguaje, que este no siempre describe la realidad (Wittgenstein), la creación de relatos alternativos (Foucault), la neolengua (Orwell), la función del filósofo como creador de nuevos conceptos (Deleuze), el que la ideología contamina la verdad (Jean-François Revel), el que la identidad personal y la social están constituidas de forma narrativa (Ricoeur), la subjetividad de la postmodernidad y el hecho de que los poderes nos manipulan mediante el lenguaje (psicopolítica). Por no hablar de los cuentos e historietas de los medios de comunicación siguiendo los 10 principios de manipulación mediática de Sylvain Timsit para convencernos con “su verdad”, que es distinta a “La Verdad”, con mayúsculas, porque “La Verdad” es un concepto delicuescente. Esa falsa verdad de las storytellings de publicistas y expertos en comunicación, esa verdad que el poder oculta como un elefante en la habitación escondido tras un lenguaje engañoso. Un lenguaje que crea estados de ánimo tras esas historias, relatos y narrativas de ficción, que se transforman en guerras culturales y guerras cognitivas en nuestros cerebros. Al fin y al cabo, la palabra tiene poder performativo y crea realidad, por lo que quien domina el relato, impone su verdad. Y más en una sociedad audiovisual con poco sedimento reflexivo y donde los mass media crean estados de opinión, porque el lenguaje induce sentimientos y emociones, más fuertes que la lógica y la razón.

Superados los tiempos de la verdad revolucionaria de Lenin y Marx y abandonada la esperanza de que la ciencia nos traiga “La Verdad”, el mundo moderno está lleno de manadas de elefantes correteando ocultos por muros de palabras mentirosas. Un ejemplo son los eufemismos “concordia y convivencia”, tras los que se esconde el deseo real de Pedro Sánchez, político que sería capaz de pactar con Hamás, el Pacto de Varsovia y el sursum corda. Y lo entiendo, conste, porque el poder es el poder.

Otro ejemplo de elefante en la habitación es lo que se esconde tras los conflictos aparentemente regionales de Israel, Ucrania y Taiwán, que en realidad son parte de un conflicto mundial que busca un nuevo orden mundial.  Estas guerras locales son parte de una guerra global y mundial entre dos sistemas: las democracias occidentales imperfectas en crisis y los perfectos sistemas autoritarios y autarquías de Rusia, China, Irán y otros países. Este es el elefante en la habitación, un conflicto político y social global, una guerra cultural mundial. Incluido el Islam, cuya integración en Europa es difícil y donde el salafismo y yihadismo han dejado un reguero de atentados, porque consideran Occidente tierra de ateos, infieles y libertinos que hay que conquistar. Después de la Pax Americana tras la IIGM y la hegemonía occidental en el mundo, el ascenso de potencias emergentes como China, Rusia, India y países BRICS hacen que el mundo sea multipolar, lo que origina tensiones y conflictos locales, como los de Ucrania, Israel y Taiwán, que serían parte de esta “segunda guerra fría” en el tablero geopolítico.

Calderón decía que la vida es un sueño, una ficción. O sea, una mentira. Yo creo que la vida son elefantes que saltan de habitación en habitación, elefantes que suelen estar vinculados a la religión, el nacionalismo y la identidad cultural. Una idea desesperanzadora, así que ¿cómo solucionarlo? Quizás con cosas simples y fáciles como la ética, los sentimientos, el amor y esas cosas moñas y naif. Aunque tampoco estoy seguro de que esto no sea otra mentira. Benjamin Franklin decía que solo hay dos cosas ciertas en la vida: la muerte y los impuestos. Yo creo que lo único cierto es que no es posible vivir sin mentir. Ya lo decían Fleetwood Mac, “cuéntame mentiras”. Miénteme, aunque te duela.

                                                                                                  UN TIPO RAZONABLE

miércoles, 18 de octubre de 2023

SERVICIO PUBLICITARIO



Lo reconozco: me chifla lo publi. De verdad lo digo. La raíz semántica quiero decir, que da lugar a las acepciones público y publicidad y a todo un apasionante universo de cuestiones que se derivan de estos términos.

Primera cuestión, la definición: Publicidad, cualidad o estado de público. La publicidad, ¿de qué? Recurriendo a lo intuitivo, pues de los medios publicitarios. Esas insufribles minipelículas para persuadir al consumidor de hacer lo que la palabra sugiere: consumir.

Los famosos anuncios, o como otra graciosa expresión los denomina, los "consejos comerciales", que ¿quién lo duda?, son todos públicos, y por más que sabemos no encarnan la idea de publicidad en exclusiva -como la cultura popular engañosamente se ha encargado de instaurar en el lenguaje coloquial-, la etiqueta se ajusta a lo que el canal y su mensaje representa: una difusión abierta, un acceso ilimitado, y un destinatario universal y desconocido.

¿Y qué otras cosas hay dentro de la Publicidad, además de los anuncios comerciales? Las leyes, por ejemplo. Todos hemos escuchado alguna vez aquello de "el desconocimiento no exime de su cumplimiento" ¿Por qué? Precisamente por la publicidad de la norma. Y esta es una gran cosa que me parece no está lo bien ponderada que debería. Que un texto esté al alcance del conocimiento de todos, no es que obligue exactamente a que te lo leas, pero sí a no utilizar la excusa de haber elegido no hacerlo para librarte de las consecuencias de lo que allí se establece. La publicidad legal es el primer peldaño para una justicia justa, luego vienen otros, claro, pero sin este primero el edificio se derrumba, y nunca hay que dar por sentado el cimiento publicitario.

El meollo de lo que distingue publicidad de particularidad: Una actitud, una acción particular, no obliga. Ni incumbe ni apela a la intervención de terceros, salvo que su generador así lo reclame de manera expresa y el tercero acepte entrar en ese acotado espacio que tiene un exclusivo dueño. La idea de "servicio privado" suena mal, la verdad, pero en fin, también suena mal el tradicional "mujer pública"... cuando en realidad si existe un servicio privado por antonomasia, es el de la prostitución, y continúa siéndolo aunque se proporcionen miles de servicios privados, a miles de clientes. Extraña paradoja. O adrede confusión. El lenguaje coloquial, de nuevo, jugándonos una mala pasada.

El espacio público, la vía pública, la opinión pública, la vocación pública. Tantas cosas que sabemos son públicas, y quizá no llegamos a visualizar bien del todo qué implica que lo sean. Y el público que asiste a todo ello, que se congrega en la vía, que aplaude o abuchea el espectáculo -comercial o no-, vierte su opinión en un "puchero" del que sale configurado convenciones generales y consensos mayoritarios. Muchos discutibles, siempre criticables, a veces horrendos, pero imprescindibles en una sociedad que se considere a sí misma formada e informada.

Y llegamos al servidor público. Vaya por delante que "servidor" es una fea palabra tomada sin matices. Y hay que matizar muy bien y con cuidado que prestar un servicio, no equivale a convertirse en siervo de quien sirves. Que entre ambas nociones existe la misma distancia sideral que entre la servidumbre y la profesionalidad; que la persona con vocación de servicio público no posee la generosa disposición al sacrificio de la Madre Teresa de Calcuta, ni los poderes sobrenaturales de Superman. El trabajo desarrollado en un servicio público se define, antes que nada y por encima de todo lo demás, por su publicidad. Sí, igual que los cargantes comerciales de la TV y las farragosas leyes cuyo desconocimiento no exime de cumplirlas. Y a partir de ahí, es una persona desarrollando una función. Nada más, y nada menos.

Si nos paramos un instante a pensarlo, lo público llena una gran porción de nuestras vidas sin que este aspecto, por muchas facetas que abarque, suponga encoger el espacio particular de cada cual. En definitiva, opino que la dimensión pública de la sociedad hay que tenerle un gran respeto, reverencial incluso, en la misma medida que se lo concedemos a la privada; que no por trasvasar información de un ámbito reservado donde solo unos pocos acceden y conocen, a otro abierto donde cualquiera puede hacerlo, significa que aquella pierda algo de su valor. Es mi pública y publicitada opinión. Jo-jo.

M I C K D O S

martes, 3 de octubre de 2023

WOKES IN WAR

 O de John O’Sullivan a Margot Robbie

 en unos pocos pasos prácticos



¿Cómo se mantiene un imperio a lo largo de los siglos? En épocas pretéritas, la respuesta era muy fácil: bastaba con acumular más y más soldados y mejores defensas. Como las mejoras en materia de armamento y estrategia militar eran escasas y muy alejadas en el tiempo, y no eran comunicables en el espacio salvo que se llegara al enfrentamiento bélico directo, los escenarios guerreros no se modificaban demasiado y triunfaba aquel ejército que disponía de unas tropas más disciplinadas o una superioridad armamentística muy elemental. En el terreno psicológico, se le prestaba muy poca atención a la propaganda, ya que la idea criminalmente ingenua de los pueblos que disponían de la suficiente población y/o poderío militar para someter a sus vecinos era la de una superioridad propia innata o, de una manera más primaria todavía, la búsqueda instintiva del propio beneficio. El mismo Imperio Romano no buscó otra coartada para sus conquistas que la de la presunta superioridad de su propia civilización.

Todo esto cambió con el surgimiento y triunfo de las religiones monoteístas, que por su misma naturaleza implicaban de manera indefectible una superioridad moral de inspiración divina sobre las demás creencias y países. Así ocurrió con la invasión musulmana de la Europa del sur, sólo detenida en la batalla de Poitiers (año 732). Siglos más tarde, las Cruzadas iniciadas por el Papa Urbano II (año 1096), y probablemente motivadas por la necesidad de aliviar las constantes hambrunas europeas, recuperarían el mismo espíritu pero en sentido contrario.

Si a los griegos les había bastado con denominar a los demás pueblos como “bárbaros” para justificar su sometimiento o una pretendida superioridad cultural, el arma de la propaganda requirió de una creciente sofisticación a medida que transcurrían los siglos. Cuando las diferentes naciones “cristianas” empezaron a repartirse el mundo tras el redescubrimiento de América, sus diferentes intereses empezaron a cristalizar en distintas versiones del cristianismo original. Inglaterra creó su propia confesión religiosa, una serie de principados alemanes abrazaron el luteranismo para eludir la presión asfixiante de la iglesia vaticana, y países como Francia —hasta el periodo revolucionario de 1789—, España y Portugal se disputaron el papel de primera potencia católica europea. Cada una de estas confesiones religiosas creó sus propios instrumentos de propaganda, y la España de la más que justificada “leyenda negra” vio como tanto los colonos ingleses, franceses, holandeses o belgas igualaban o superaban sus propios desmanes, ya fuera en las mismas tierras americanas u otros continentes.

El imperialismo norteamericano, que es el que nuestras generaciones han conocido, tuvo su inicio en una presunta guerra revolucionaria que no fue tal, sino una simple rebelión de una colonia contra una metrópoli que no podía pretender superioridad sobre ella, sino que compartía una misma lengua y casi una misma cultura. La cultura que ahora conocemos como estadounidense no es más que una versión asilvestrada y extremista del clásico darwinismo “avant Darwin” inglés, es decir, la creencia en los privilegios del más fuerte que ya venía enunciada en el “Leviathan” de Thomas Hobbes, así como en la creencia de la predestinación divina de John Wesley y otros teólogos e ideólogos ingleses. La misma creencia que llevaba al novelista Daniel Defoe a creer que su familia era una elegida de Dios por haber sobrevivido a la peste e incendio de Londres de los años de 1659 a 1666. Esa creencia fundacional de la potencia esclavista norteamericana cristalizó en el concepto del “destino manifiesto”, preexistente en estado germinal en la sociedad de aquel país, pero verbalizada por primera vez de forma expresa por el periodista John L. O’Sullivan en el año 1845:

El cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extendernos por todo el continente que nos ha sido asignado por la Providencia, para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno. Es un derecho como el que tiene un árbol de obtener el aire y la tierra necesarios para el desarrollo pleno de sus capacidades y el crecimiento que tiene como destino.

Pero una vez conquistado todo el continente americano, ¿por qué detenerse allí? Cierto que algunos espíritus díscolos como Mark Twain advirtieron de que: “Es posible ser un imperio o tener una democracia, pero no ambas cosas a la vez”, pero estas voces críticas y reticentes fueron alegremente ignoradas como no podía ser de otro modo. Los Estados Unidos surgidos de la guerra de Cuba y Filipinas contra España comprendieron que no tenían nada que temer de ninguna potencia europea, y la primera oportunidad de empezar a construir un mundo a su medida no tardó en llegar. 

El conflicto provocado por el resentimiento alemán de no haber conseguido tener su propio imperio colonial, pero deseado por todas las potencias europeas y que conocemos como Primera Guerra Mundial, fue la primera ocasión americana para plantarse en el continente europeo. Superando el sentimiento aislacionista imperante en los mismos Estados Unidos, el presidente demócrata Woodrow Wilson —un racista empedernido que organizaba en la Casa Blanca visionados privados de “El nacimiento de una nación” (David W. Griffith, 1915), probablemente la película más racista de la historia del cine, en dura competencia con “El judío Süss”, “El triunfo de la voluntad”, de Leni Riefenstahl y otras delicias de la cinematografía nazi—, llevó a su país a la guerra aprovechando el necio torpedeo alemán del buque Lusitania y la no menos torpe conspiración enunciada en el “Telegrama Zimmermann”. Pero ya no estábamos ni en los tiempos de Julio César, ni en los de las cruzadas medievales, sino que la propaganda tenía que ser un poco más sofisticada. Si tras los misteriosos atentados del 11-S, casi un siglo más tarde, la Casa Blanca recurriría al talento de los guionistas de Hollywood “para prevenir futuros atentados”, en 1917 se recurrió a la inventiva de un tal Edward Bernays para diseñar la propaganda necesaria para conducir la guerra. El propio Bernays definía su trabajo como “psychological warfare”, y tuvo numerosos imitadores que siguieron sus métodos, entre ellos un tal Joseph Goebbels, reconocido discípulo suyo. Por su parte, el propio Hitler proclamó con total claridad en su libro “Mein Kampf” que todo lo que sabía de propaganda y manipulación de masas lo había aprendido de los enemigos británicos, lo que no obsta para que los medios occidentales actuales y el público en general crean como a las Santas Escrituras lo que suele publicarse en la prensa de la Union Jack, sea prácticamente sobre el tema que sea.

¿Cómo cabe justificar cosas como los innumerables golpes de estado sanguinarios dados en América Latina y en otros países del mundo sin una creencia casi religiosa en la propia superioridad de credo económico, cultural, societal e incluso racial? ¿Hiroshima? ¿Nagasaki? ¿La guerra de Corea? ¿El genocidio cometido en Vietnam, donde murieron tres millones y medio de “amarillos para que no se volvieran rojos” a cambio de la vida de 58.000 soldados norteamericanos? ¿Las barbaries cometidas en el Oriente Medio, especialmente en Iraq y Libia —con cooperación, eso sí, de los “aliados” europeos?—. Todo esto sólo puede justificarse ante la opinión pública y ante la Historia a través de un lavado de cerebro intensivo a través de la propaganda como el que denunció el dramaturgo Harold Pinter en su discurso de aceptación del Premio Nobel de literatura en el año 2005, cuando el genocidio perpetrado en Iraq todavía estaba fresco en la memoria colectiva.

¿Pero qué ocurre cuando uno o varios de los pilares de esas creencias supremacistas se resquebrajan y ya no resultan aceptables para la opinión mundial en general y ni siquiera para grandes sectores de la propia población? Aunque muchos sigan creyendo con el viejo supremacista Rudyard Kipling en la leyenda de “The white man’s burden”, o sea, el deber civilizatorio del hombre blanco cristiano sobre los pueblos considerados inferiores, esa es una doctrina difícil de vender en un mundo cada vez más globalizado y laicizado, y en el que cada vez hay más naciones que comparten la peregrina idea de que sus derechos deberían ser por lo menos iguales a los de la gente de piel blanca. No basta con un V. S. Naipaul o con un Vargas Llosa para manipular la opinión pública mundial. A veces no basta ni siquiera con la CNN, la BBC y los medios generalistas de casi todo el mundo para defender ciertas ideas periclitadas. Por lo tanto, es necesaria una ideología que legitime un supremacismo de nuevo cuño, y por eso surgió, tras una trayectoria de varias décadas, lo que hoy conocemos como ideología woke. En definitiva, una especie de sucedáneo del cristianismo puesto al día.

La ideología woke, a diferencia de las teorías revolucionarias de los Black Panthers de los años 60, no aspira realmente a cambiar el sistema, sino a integrarse “mejor” dentro del mismo. Sus herramientas para conseguir ese loable objetivo son a menudo tan esotéricas y confusas como un episodio de “Expediente X” o de “Cuarto Milenio”, pero la misma modestia de lo que supuestamente se pretende obtener le da un aura de aspiración realista que resulta seductora. Su lucha antirracista se limita a pedir, como máximo, menos uniformados en las calles o incluso la supresión de las fuerzas policiales, una petición arriesgada en un país en el que, por ejemplo, abundan los francotiradores caprichosos que empiezan a disparar contra la multitud por los más diversos motivos, uno de los cuales suele ser el mismo racismo endémico de la sociedad estadounidense. También se suele exigir la enseñanza generalizada de la CRT —Critical Race Theory—, una doctrina que tiene la virtud de llevar al paroxismo histérico a los gobernadores estatales del Partido Republicano. Pero eso sí, se da casi por supuesto que, una vez superado el racismo, “The City on a Hill” americana —otra referencia bíblica— de la que hablaba Ronald Reagan se impondrá en los cincuenta estados de la Unión.

En temas de feminismo, la ideología woke, aunque por su misma difuminación esto pueda parecer discutible, pone mucho más énfasis en la lucha de cromosomas que en la lucha de clases. Es decir, tiende más a la androfobia —un clásico del feminismo estadounidense también exportado a Europa— que a la teoría de la explotación capitalista de las clases trabajadoras (1). Por lo tanto, su feminismo a lo Barbie no se preocupa demasiado de la suerte de millones de trabajadoras, a menudo madres solteras, que necesitan dos puestos de trabajo distintos para pagar el alquiler de una simple habitación, sino de la indispensable lucha entre Barbies y Kens para conseguir que algunas mujeres alcancen los mismos privilegios que algunos hombres y tengan salarios que sean 250 o 350 veces superiores a los de los empleados medios de su misma compañía, como es el caso de Mary Barra, la actual presidenta de General Motors y otras próceres del capitalismo yanqui actual. Todos los temas LGTBI, como es natural, se tratan también desde una perspectiva similar, como si la vida de un homosexual o transexual sin techo fuera la misma que la de un millonario gay. Por otra parte, personajes como Madeleine Albright, Hillary Clinton, Victoria Nuland o la inefable Margaret Thatcher —esa misógina irredenta a la que algunos/as todavía tienen la inmensa jeta de presentar como icono feminista—, han demostrado con creces la misma implacabilidad o similar que la del presidente Truman cuando la bomba de Hiroshima.

Con todo este arsenal ideológico en las cartucheras, la visión woke de la política exterior estadounidense era bastante previsible. Como es natural, se trata de combatir el totalitarismo, la homofobia y el machismo allí donde se encuentren, dado que esta es la nueva religión que justifica las conquistas actuales a la manera de una nueva Jerusalén, pero preferentemente en aquellos países que no tengan una visión amable del imperialismo yanqui. De ahí que en cierto artículo de prensa cuyo autor no recuerdo, se le reprochase a China el no ser capaz de producir un personaje como Lady Gaga, dado que al parecer la cultura china tiene la obligación de ser un calco de la yanqui, mientras que cierta periodista del The Guardian, otro célebre vocero del imperialismo anglosajón con etiqueta y reputación de “medio fiable”, una tal Emma Graham-Harrison, escribía en un artículo reciente que el ex primer ministro pakistaní Imran Khan, nada partidario de unirse al esfuerzo otánico en Ucrania y por ello derrocado en una típica maniobra de lawfare, era “un playboy diletante y misógino”, presumiblemente porque la tal Graham-Harrison había realizado un examen sobre los militares y políticos adversarios paquistaníes de tendencia a menudo islamofascista que les eximía de estos pecados. Ejemplos de este tipo podrían citarse a montones en la prensa supremacista anglosajona, pero este artículo ya empieza a ser demasiado largo para su propósito. En cualquier caso, las cruzadas y guerras con abundancia de “efectos colaterales” del presente y del futuro ya han recibido la bendición de la nueva Roma.

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 (1El libro de la autora Barbara Ehrenreich “Nickel and Dimed: On (Not) Getting by in America” (traducido en España como “Por cuatro duros: cómo (no) apañárselas en Estados Unidos”) sería una de las pocas excepciones en este sentido, aunque sería bastante discutible adscribir a Ehrenreich al movimiento “woke”.

V E L E T R I